El espejo de la serpiente

— ILHUICAMINA —

Tienen que irse de aquí. Tienen que escapar antes de que ellos vengan. Van a matarlos.

Turquesa, con el corazón agitado y afligido, levantó la cabeza del petate dónde estaba recargada, dejando que sus ojos derramaran lágrimas al notar distinguir en su totalidad a la figura que le hablaba.

—¿Papá? ¿Qué haces aquí?

Ignorando toda su lógica, Turquesa se levantó, tratando de acercarse a él, pero por más que extendía la mano para alcanzarlo, más se alejaba. Presa de su propia desesperación, comenzó a correr, tratando de tomar entre sus manos la figura que a cada paso se alejaba metros enteros.

—¡Papá! ¡Papá por favor! ¡No me dejes! ¡Regresa!

Tropezando con sus propios pies, Turquesa terminó por caer encima de la tierra lodosa que parecía querer tragarla. Gruñendo y gimoteando movió sus pies para intentar sacarlos de aquel hueco que crecía y crecía a cada movimiento, ¿Qué demonios estaba pensando? Su corazón comenzó a latir tan fuerte en sus oídos que le impidió escuchar el propio sonido de su respiración.

—¡Papá! ¡Ayúdame por favor!

¡Xihuitl! ¡Xihuitl!

Creyendo que era su padre quién le hablaba, alzó la vista, sintiendo la esperanza crecer en su pecho al verlo tan cerca de ella.

—Por favor, papá.

Ni siquiera ella misma sabía por qué suplicaba ¿Por qué le ayudara? ¿Por qué quería una explicación?

—¿Xihuitl?

La expresión serena de su padre cambió a una de infinita tristeza.

—Xihuitl, ¿Qué es lo que te pasa?

—Lo siento, hija, en verdad, perdóname. Jamás quise que pasaras por algo así.

Ambos extendieron la mano, intentando alcanzarse, pero sus dedos jamás llegaron a rozarse, pues en un parpadeo, la figura de su padre se desvaneció, dando paso a la imagen de una anciana que lucía furiosa.

—Lo que sea que estés viendo, no es real. Regresa a mí, Xihuitl. Respira… y vuelve.

Asustada y molesta a partes iguales, la empujó lejos, tratando de arrastrarse por el suelo, de sostenerse de lo que fuera para salir de ahí.

—Shhh… tranquila, estoy aquí. Todo estará bien.

Un grito ahogado escapó de sus labios al sentir cómo un objeto filoso se hundía en su pierna izquierda. El dolor fue tan atroz que su cuerpo solo pudo retorcerse de un lado a otro. Soltando maldiciones, Turquesa, temblando, bajó la vista, observando atónita como la sangre brotaba sin control por su piel, tiñendo la tierra bajo ella.

—¿Xihuitl?

Antes de que la desesperación pudiera hacerle cometer una locura, ella recuperó el aliento, dándose cuenta que no estaba en la soledad de la vegetación, sino dentro de la casa, con Xicohténcatl mirándola con preocupación.

—Tlein pano? (¿Qué sucedió?).

El guerrero al escucharla hizo una mueca, como si estuviera indeciso sobre si debía o no, responder la pregunta.

—Tzahtzihui (estabas gritando).* — murmuró al fin, observando de vez en cuando a la puerta, se veía nervioso y preocupado —. ¿Te sientes bien?

Turquesa asintió, llevándose la mano a la cabeza, aún le dolía.

—¿Puedo beber atl? (agua), por favor.

Xicohténcatl negó.

—Por ahora es mejor que no— murmuró en voz baja, acercándose cada vez más a ella—. No al menos hasta que estés lejos de ríos o lagos — Ella lo miró sin entender del todo, aunque el guerrero dudaba que aquella confusión se debiera al significado de las palabras, sino al porqué de las mismas—. Tenemos que ir al altepetl (pueblo) mexica. Sufriste una posesión, de la diosa Cihuacóatl y ahí es el único lugar donde podemos encontrar respuestas.

La sola idea de pisar aquellas tierras seguramente era el sueño de cualquier historiador, y ella no era la excepción. Aunque se había sentido cómoda en el pueblo de Tlaxcala, la curiosidad por contemplar aquellos templos y obras arquitectónicas era innegable. Tal vez, lejos de todo ese caos, podría olvidar un poco sus penas; quizá, cuando regresara a su época podría escribir un libro sobre las maravillas que había descubierto.

—Quema (si). — la inusual felicidad con la que habló, hizo que Xicohténcatl frunciera el ceño — ¿Cuándo nos vamos?

Seguramente la emoción que la embargaba ahora era la misma que su padre sintió al descubrir aquel lugar; sin embargo, ese pensamiento, tan repentino y fugaz, bastó para devolverle la tristeza. Era claro que su padre le había ocultado cosas, pero con el sueño que tuvo, también fue evidente para ella que su progenitor quería que descubriera todo.

Y bueno, no era un secreto para nadie la obsesión de su padre por la época prehispánica. Quizá, en el pueblo de los mexicas podría encontrar las respuestas que él padre de Xicohténcatl le había negado.

—Ahora mismo.

Sin darle tiempo a negarse, Xicohténcatl la tomó de la mano, ayudándole a levantarse. Sin soltarla, tomó su quihuitl (bolsa) y salió de aquel lugar. Para Turquesa no fue difícil comprender que estaban yéndose a escondidas, al amparo de la niebla que poco a poco empezaba a disiparse.



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En el texto hay: mexico, prehispanico, romance

Editado: 21.10.2025

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