La base de todo buen imperio no radica solo en la cantidad de oro y tierras que posea, sino en la valía de sus guerreros, pues sin ellos, todo lo conseguido se desvanecería, y eso lo sabía muy bien Cuitláhuac*. Por ello, cuando la noticia de extraños en sus tierras llegó a sus oídos, instó a su hermano a tomar medidas contra ellos. Su sugerencia, había sido luchar, frenar su avance, asesinar a unos cuantos y, de los sobrevivientes, obtener las respuestas que buscaban.
Para su desgracia, su hermano Moctezuma Xocoyotzin* no pensaba de la misma manera. Él, al no haber sido criado como guerrero, prefería enfrentar la situación de otra manera.
—Huey tlatoani…
—Sé lo que piensas de ellos, Cuitláhuac. Sé que crees que combatirlos es la mejor forma de sacarlos de aquí, pero si los rumores son ciertos, son imposibles de vencer.
Cuitláhuac, al escuchar aquello, tuvo que contenerse para no mostrar una mueca de disgusto que delatara su furia; después de todo, debía mantener el respeto al estatus que ostentaba su hermano.
—Nadie es imposible de vencer, ni siquiera nosotros.
Dándose cuenta del error de sus palabras, Moctezuma sonrió, tratando así de calmar la situación.
—No es a eso a lo que me refiero hermano — murmuró tratando de sonar apenado —. Sabes bien que amo a nuestro pueblo, daría la vida por todas y cada una de las personas que están aquí, pero hay que ser prudentes. Actuar de manera impulsiva no nos hará conocer a nuestros enemigos para poder vencerlos.
A pesar de tener una buena relación, Cuitláhuac hacía mucho que había dejado de distinguir cuando su hermano decía la verdad.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Los dioses me han mostrado la destrucción que nos aguarda. Los presagios* me han revelado la decadencia a la que caeremos cuando los invasores lleguen. Y precisamente por eso, debemos de tener cuidado con cada decisión que tomemos.
—¿Esa misma precaución tomaste cuando decidiste aumentar los impuestos a los demás pueblos? — Moctezuma no fue capaz de responder —. Esa decisión nos llevó a tener más revueltas de las necesarias.
—Los dioses lo pidieron.
Sabiendo que la discusión podría volverse aún más efusiva, Cuitláhuac hizo una reverencia con la cabeza antes de dar media vuelta y salir del palacio*, necesitaba aire fresco para relajarse y poner en orden sus ideas.
Debía de encontrar alguna manera de hacer que su hermano entrara en razón, debía existir algo que le demostrara al emperador que buscar la paz y el diálogo con esos invasores era un error.
—Tlacochcálcatl (general) — como si los dioses hubieran escuchado sus plegarias, uno de sus subordinados se acercó a él, haciendo una reverencia antes de mirarlo directamente a los ojos—. Que bueno que aún lo encuentro por aquí.
Cuitláhuac observó por encima de su hombro. Temiendo que su hermano saliera a buscarlo, comenzó a caminar por los jardines.
—¿Ha ocurrido otra revuelta? — el hombre negó —. ¿Esos extraños ya han conquistado a otro pueblo? — su subordinado volvió a negar — ¿Entonces?
—Temilotzin* ha informado que Xicohténcatl acompañado de una mujer vienen a nuestro pueblo.
Está vez, Cuitláhuac no pudo evitar hacer una mueca, ya suficiente tenía con los extraños visitantes como para ahora lidiar con sus enemigos de Tlaxkallan Altepeyotl (República de Tlaxcala/Tlaxcala)
—¿Planean una invasión?
—Los mercaderes no han mandado información sobre ello.
Nada de esto le estaba gustando a Cuitláhuac.
—Llama a Temilotzin, dile que solicito su presencia en Iztapalapan (Iztapalapa)— el hombre asintió— También habla con Tzilacatzin*, dile que debe de irse a investigar quienes son esos extraños, que recolecte toda la información que pueda y regrese. Informa a todos que los túneles están a su disposición.
Con otra reverencia, el hombre salió corriendo por los jardines hasta perderse en la lejanía de aquel amplio palacio que, aunque estaba rodeado de muchas mujeres, no dejaba de parecer desolado; o quizá era el estado de ánimo de Cuitláhuac el que hacía que lo percibiera así.
Moviendo su cabeza de un lado a otro para tratar de alejar esos pensamientos, Cuitláhuac se obligó a avanzar, a salir de aquel sitio que lo estaba sofocando, no valía la pena enfrascarse en sus propias emociones cuando tenía algo más importante que hacer.
En cuanto llegara a Iztapalapan, le pediría a Temilotzin que se encargara de detener el avance de su enemigo Xicohténcatl y la mujer que lo acompañaba.
No iba a permitir que más caos entrara al pueblo que era su hogar.
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Aunque el capítulo fue corto, por fin conocieron a mi otro novio histórico: mi hombre, mi bebé, Cuitláhuac. Desde que leí sobre él —igual que me pasó con Xicohténcatl— me enamoré. Esos dos, tan valientes y fuertes, son un 10000/10. Así que no se sorprendan si en la historia los describo todos guapotes y caballerosos, porque, siendo sinceros, antes de la llegada de los españoles la mayoría de los hombres estaban pero bien musculosos y fornidos, producto de tanto movimiento físico y del trabajo diario, jajsjsj.
También debo admitir que cuando empecé a leer más sobre Moctezuma, me cayó mal. Mal, mal. Me cayó gordo por no haber hecho nada para detener a los españoles. Hay libros —en especial uno titulado “Yo, Moctezuma Emperador”— donde se cuenta que Moctezuma ya sabía de su llegada mucho antes de que pisaran las costas. Si no mal recuerdo, fueron unos mercaderes quienes le llevaron la noticia, pues comerciaban con la isla de Cuba. Le contaron lo que estaba ocurriendo y, según se dice, Moctezuma los mandó asesinar porque no le convenía que se supiera la verdad.
Real o no lo que narra el historiador Hugh Thomas, lo cierto es que las malas decisiones de Moctezuma —como exigir más tributos y provocar aún más recelo entre su propio pueblo— hicieron que me cayera peor. Esa actitud impidió que, más tarde, muchos quisieran unirse para expulsar a los españoles, ya que veían con buenos ojos deshacerse de los mexicas que solo pedían y pedían.