Ni Turquesa ni Xicohténcatl tenían la menor idea de cómo sentirse después de todo lo que habían conversado, ¿El guerrero debería de sentirse triste por él fatídico destino que le aguardaba a él y a toda su gente? ¿Ella debía sentirse culpable por no poder hacer otra cosa para salvarlos? Ninguno quería responder estas preguntas, no al menos en voz alta, por lo que inevitablemente, el resto del recorrido se hizo en silencio, uno que a veces era roto por los sonidos de la naturaleza y una que otra palabra trivial al comer.
Si le preguntaran a Turquesa, diría que extrañaba escuchar las historias que Xicohténcatl solía narrarle, pues se habían convertido en su única fuente de entretenimiento en aquel lugar. Aunque, por fortuna, aún contaba con la libreta de su padre, que también podía servirle como distracción. Durante sus descansos solía detenerse a leer un poco —o al menos lo que lograba entender—, ya que, con el paso de las páginas, la libreta de su padre dejaba de usar el español para emplear el tlahcuilolli (pintar/escribir), un sistema de escritura pictográfica en el que se usaban imágenes y símbolos para representar palabras e ideas. Y si bien ella había estudiado algunos de sus significados por consejo de su padre, eso no significaba que comprendiera gran cosa de lo que ahí estaba plasmado, pues había pasado años sin practicar.
—¿Estás bien?
Xicohténcatl, leyendo la confusión en su rostro, dejó de afilar la punta de una rama para prestarle total atención.
—No entiendo nada de esto— confesó tomando la libreta entre sus manos para enseñarle al guerrero a lo que se estaba refiriendo —, al principio, escribía, no sé porqué dejó de hacerlo.
El hombre miró las hojas antes de acariciarlas con la punta de los dedos. El material del que estaba hecho era tan extraño y diferente al que ellos usaban para registrar sus propias experiencias.
—Puedo ayudarte a leer. Si eso es lo que quieres.
—Si eso no representa ninguna molestia para ti, entonces sí, agradecería mucho que me ayudaras.
Xicohténcatl asintió, poniéndose de pie para sentarse al lado de Xihuitl, tratando de acercarse lo menos posible. No porque le siguiera causando cierto grado de desconfianza, sino, porque no sabía cómo actuar con ella presente. No sabía cómo sentirse con la información que le dió ¿Qué se supone que tendría que hacer? ¿Salir corriendo a decirle a todos lo que iba a suceder? ¿Luchar sin descanso hasta su muerte guardando un secreto que podría salvarlos pero también poner en peligro a quién lo supiera? Si esos extraños eran tan sanguinarios como Xihuitl le había dicho, entonces estaba claro que sí alguno de ellos se enteraba de lo que estaba ocurriendo, iban a asesinarlos.
Ignorando la propia incertidumbre de su alma, Xicohténcatl se aclaró la garganta, ganando algunos segundos para poder poner en orden sus ideas y no parecer tan perdido ante Xihuitl.
—Acudir al lugar que aquel hombre me indicó fue una decisión impulsiva y, quizá, un tanto imprudente. Sin embargo, la juventud que corre por mis venas no me permitió quedarme tranquilo. Siempre he sido una persona pacífica, pero escuchar que existía la posibilidad de contemplar con mis propios ojos los grandes imperios que tanto había anhelado conocer me llenó de una energía y vitalidad que sólo experimentaba cuando mi profesor me pedía acompañarlo a realizar nuevas investigaciones…—Xicohténcatl se quedó callado, aquel dibujo no estaba asociado a nada que él conociera— Esta palabra, no comprendo que es.
Turquesa miró sobre su hombro, guardando silencio para tratar de adivinar con ayuda del contexto lo que eso significaba.
—Debe ser un término…— Ella se detuvo, para la palabra que tenía en mente aún no tenía traducción— que aún no existe.
Xicohténcatl guardó silencio mientras observaba la hoja. No podía negar la profunda curiosidad que lo invadía, no solo por entender y saber más sobre lo que ocurriría con ellos y su gente, sino también por descubrir más sobre aquel lejano lugar en el tiempo del que provenía la mujer a su lado, esa que, sin proponérselo, había despertado en él un interés que aún no quería comprender.
—Quizá algún día… antes de que te vayas, podrías contarme un poco más de ese lugar. Saber qué pasa con nosotros, con nuestra gente incluso después de todo este caos, debe de ser más interesante de escuchar que los pocos detalles que existen sobre mi muerte.
—Xinechmopopolhui (Perdóname)*
—¿Por qué debería de hacerlo? No eres tú quien va a matarme ¿O si?— ella negó—. Entonces no hay nada de qué preocuparme.
—Si pudiera hacer más…
—No es una guerra que te pertenezca. Como lo dije antes, no me gusta exponer a los que más cuidado necesitan. Además, ya hiciste suficiente con decirme todo lo que sabes, seguro que con ese conocimiento de la situación podremos hacer algo. Me diste fechas, nombres, incluso las descripciones de algunas de sus armas. Es una información invaluable.
Turquesa abrió los labios para tratar de decir algo, pero el fuerte grito de un hombre que se abalanzó contra Xicohténcatl la hizo caer de bruces al suelo. El polvo del sitio se levantó a su alrededor mientras el intruso embestía a Xicohténcatl con fuerza.
El guerrero, tan rápido como el viento, bloqueó el primer golpe con su antebrazo, pero el extraño lo empujó hacia atrás, y ambos cayeron en un torbellino de golpes cuerpo a cuerpo. Xicohténcatl intentó zafarse, moviendo sus manos para que buscaran el cuello del atacante, pero el extraño ágilmente se colocó encima de él, inmovilizandolo con su cuerpo para rápidamente llevar sus dedos alrededor de la garganta del guerrero, apretando con fuerza mientras el tlacochcalcatl forcejeaba, arañando los brazos del agresor en un intento desesperado por liberarse.
Turquesa, obligándose a dejar de lado su estupor, sacudió la cabeza, levantándose con torpeza para correr hasta la macuahuitl* de Xicohténcatl. Con ambas manos apretó el arma, y sin darle tiempo a su cerebro a procesar lo que estaba haciendo, dejó que el arma impactara contra el hombro del atacante. El hombre al sentir el fuerte golpe, se giró hacia ella, levantando una mano para contraatacar.