El espejo de la serpiente

— MOCTEZUMA —

—¿Crees que fue demasiado.... lo que le hice a Cuitláhuac?

Xicohténcatl lo pensó durante unos segundos antes de encogerse de hombros. Recordar como Xihuitl había abrazado con tanto entusiasmo a uno de sus eternos enemigos no le era agradable, pero, supuso —no sin algo de pesar—, que aquello les había valido un trato más amable, uno menos receloso de lo que pensó. Después de todo, que les hubieran mostrado donde estaban sus preciadas cuevas, les proporcionaran un lugar donde asearse, vestirse y comer, tendría que considerarse una muestra de paz.

—No importa si fue demasiado o no— respondió finalmente, tratando de parecer tranquilo—. De todas formas, a Cuitláhuac no pareció importarle.

Turquesa dio un mordisco a su élotl (elote) tratando de retrasar la inevitable respuesta que tendría que darle al guerrero, quién parecía estar cada minuto más irritable.

—No creo que no le haya importado— admitió—. Creo que prefirió no meterse en ningún tipo de problema contigo.

—¿Conmigo?

—Si, casi comienzas a gritar cuando viste que...— Turquesa guardó silencio abruptamente, quizá no sería lo mejor recordarle al guerrero el ataque de ira que tuvo cuando Cuitláhuac le tomó de los brazos para alejarla de él de una manera no tan amable.

Al ver que guardaba silencio de esa manera, Xicohténcatl alzó la mirada, dejando de lado su comida para centrar toda su atención en Xihuitl, en la mujer que parecía lo suficientemente avergonzada como para seguir con esa conversación. Sin poder evitarlo, el guerrero hizo una mueca, tratando de distraer el latido de su corazón, que parecía volverse errático cada que la veía.

Xicohténcatl no era idiota, sabía a la perfección lo que le estaba pasando, pero de ahí a admitirlo en palabras, bueno, era una situación muy diferente, porque verbalizar todo lo que su ser irracional ya sabía, sería una condena no solo para su corazón, sino también para su alma y su mente.

—¿Estás segura de lo que le vas a decir a Moctezuma?

Tratando de no hacer más incómodo el momento, Xicohténcatl decidió desviar el tema.

—No lo sé— murmuró comenzando a jugar con la tela de su ropa—. Creo que lo mejor será no mencionar mi origen. Así como hicimos con Cuitláhuac— recordó—. Usaremos la misma ixtaktli tenkwalaktli (mentira)*.

—Tarde o temprano se darán cuenta, pero admitió que tienes razón. No podemos decirle a los enemigos el valioso secreto imperial que tenemos.

Turquesa dejó que su mano descansara sobre el suelo, y sin querer, la yema de su dedo rozó el dorso de la mano de Xicohténcatl. Fue un contacto leve, casi como si se trata de un suspiro, pero aquel gesto bastó para que ambos contuvieran la respiración por unos segundos. Avergonzados, retiraron las manos con torpeza y prisa, decidiendo guardar silencio hasta que Temilotzin apareció en la puerta para llevarlos hasta el palacio de Moctezuma.

—Nuestro tlatoani los espera.

Respirando lo más tranquila que pudo, Turquesa se puso de pie, acercándose al guerrero mientras caminaban. Sus ojos no pudieron hacer más que abrirse maravillados cuando la nueva realidad que estaba frente a sus ojos apareció. La ciudad era impresionante, enormes estructuras se alzaban a su alrededor, y personas se desplazaban de un lado a otro con trajes bellamente bordados. Todo parecía irradiar un brillo dorado, como si la luz misma danzara sobre cada superficie.

—Esto… esto es hermoso.

Xicohténcatl rodó los ojos al tiempo que extendía su mano para ayudarle a Xihuitl a sostenerse mejor. Seguramente se caería en cualquier momento si seguía sin ver el camino que seguían.

—Tu pueblo es hermoso, pero esto… esto es…

—Ya lo sé, cualquiera que tenga ojos puede notarlo —respondió, sintiendo un hormigueo recorrer su piel al percibir la calidez de Xihuitl junto a él.

Turquesa asintió, sin dejar de admirar cada detalle que se cruzaba en su camino. Creyó que ya nada podría maravillarla… hasta que apareció el palacio de Moctezuma. Tan majestuoso, tan grande, elegante e imponente, que le dieron ganas de correr hacia él, de tocarlo, solo para asegurarse de que no estaba soñando.

—Tienes que mantener la calma, todos van a darse cuenta— antes de poder salir corriendo, Turquesa fue detenida por Xicohténcatl—. Tendrás oportunidad de ver esto después, lo prometo.

—Sí… lo siento, perdón. Es que solo había conocido todo esto en dibujos y descripciones en papel, así que verlo ahora es como estar en el paraíso.

El dolor en el pecho del guerrero esta vez no fue por la cercanía de Xihuitl.

—Vamos.

Apremiando a Turquesa para que caminara más rápido, Xicohténcatl aumentó la velocidad de sus pasos hasta llevarla a la recámara donde Moctezuma los estaba esperando. Xicohténcatl no hizo ninguna reverencia, Turquesa, solo por la impresión del momento y el lugar que la rodeaba, se obligó a hacerlo. Sin embargo, su buena voluntad no duró mucho, no cuando por más que ella explicaba la situación, el tlatoani parecía no entrar en razón. Encontraba un pretexto tras otro para dar evasivas

—Tlatoani…

—Lo lamento, la situación de mi pueblo no está a discusión —dijo Moctezuma, bastante irritado ante el rumbo de la conversación, donde ninguna de las dos partes parecía dispuesta a ceder—. Esos hombres no han llegado a nuestras tierras, y aunque lo hicieran, no creo que sus pocos combatientes, que vienen en sus ciudades flotantes, logren vencernos —admitió, sin dejar de mirar a su hermano, que parecía aún más tenso que antes—. Además, no creo que aliarnos con nuestros enemigos sea la mejor solución.

Xicohténcatl también tenía los labios apretados. Él tampoco creía lo que estaba escuchando. Esto no solo se trataba de sus pueblos, de sus tierras sino, de todo lo que conocían, de todo lo que eran.

—Le pido que reconsidere su decisión sobre este tema.

—¿Tu padre sabe de esto?



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En el texto hay: mexico, prehispanico, romance

Editado: 08.11.2025

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