El espejo de la serpiente

— HUEHUE —

Turquesa apretó los labios conteniendo el vómito que rogaba por salir de su boca, ¿Qué demonios contenia el brebaje que le habían dado aquellas mujeres? Se suponía que había ido por ayuda, no a ser asesinada.

—Xicohténcatl, quiero ver a Xicohténcatl— suplicó ella mientras se arrastraba por el suelo, estaba desesperada por salir de esa cueva y limpiarse el sudor y la baba que su cuerpo expulsaba sin detenerse ni un segundo— Por favor…

—Moxtla nechcahuilli zan ihcuic (Es necesario para que sanes) — Turquesa intentó alcanzar la imagen de la mujer que la estaba mirando, pero por más que extendía la mano, no lograba tener entre sus dedos algo tangible, algo a lo que aferrarse para que el mareo desapareciera.

—Nimitztlatlauhtia (Te lo ruego).

Su voz, a sus oídos, sonó hueca, como si ella misma fuera la muerte. Temerosa de sus propias alucinaciones, observó cómo, de entre sus manos, iba cayendo lentamente su piel, hasta dejar solamente el hueso.

El aire comenzó a volverse denso, y sin darse cuenta, la cueva en la que se encontraba dejó de serlo. Las paredes de piedra se desvanecieron ante sus ojos, y pronto el cielo nocturno apareció sobre su cabeza. Un manto oscuro, salpicado de estrellas, la envolvía con un silencio tan profundo que podía escuchar su propio corazón retumbar dentro de su pecho.

Estando en tan inmensa soledad trató de ponerse de pie, ignorando las palabras de las sacerdotisas que aturdían sus oídos.

“Para que nuestra madre Cihuacóatl pueda dejarte tranquila, debes escucharla y cumplir sus mandamientos”

Trastabillando, dejó que el rocío del césped acariciara sus piernas, entre más rápido terminara todo esto, más rápido saldría de ese lugar. Con aquel pensamiento repitiendose una y otra vez, camino por el oscuro sendero, sintiendo que alguien la seguía. Pasando saliva con algo de miedo, giró su rostro, creyendo que iba a ver a Cihuacóatl, pero al enfocar su vista, no era ella quién la estaba vigilando, pues, de entre las sombras, emergió un jaguar. Sus ojos, amarillos y penetrantes, se cruzaron rápidamente con los de Turquesa.

Durante unos segundos que parecieron eternos, ambos se miraron. Ella sintió cómo la adrenalina se deslizaba por sus venas, helándole el cuerpo. Sus manos y piernas hormiguearon hasta que, sin pensarlo, comenzó a correr. Las ramas golpeaban sus brazos mientras el rugido del animal resonaba detrás de sus pasos. El suelo parecía desvanecerse con cada zancada que daba, aún así, no se detuvo, no al menos hasta que el camino dejó de mostrar tierra para dejar ver un acantilado.

Turquesa trató de regresar sobre sus pasos, pero no llegó muy lejos, no cuando una fuerte mano la jaló antes de que el abismo o el animal la reclamaran.

—¿Papá?

Cuando volvió a abrir los ojos, el paisaje había cambiado. Ya no estaba en la oscuridad de la montaña, sino en su hogar, el de su infancia, las flores, la mecedora, su pequeña perrita acostada en la entrada de la puerta, todo estaba tal y como recordaba, incluso los colores desgastados de la puerta estaban intactos. Parecía que el tiempo no había pasado.

¿Sería lo que Xicohténcatl le había dicho? ¿Qué en esa época el velo entre la vida y la muerte estaba tan débil como para permitir que los vivos miraran, aunque fuera por un instante, al otro lado?

Su respiración se volvió temblorosa, pero ello no impidió que Turquesa alzara la mano hasta el rostro de su padre, que sonrió ante el gesto, como si estuviera aliviado de no provocar miedo.

—Yo también te extrañé, hija — Por un momento, todo se detuvo. El tiempo, el aire, el sonido. No existía nada más que ellos —, Pero tenemos poco tiempo.

—¿Vas a volverte a ir?

—Siempre estoy a tu lado, pero estar así, vernos cara a cara, no creo que vuelva a repetirse — afirmó tomando la mano de su hija para que lo soltara — Hay muchas cosas que debí contarte y me arrepiento de no haberlo hecho pero veo que al final, heredar mi curiosidad nos llevó a este momento.

La pequeña perrita al ver que uno de sus dueños se movía de su sitio, se levantó para intentar jugar, al ver la negativa del hombre, corrió hasta Turquesa, quién aún no se recuperaba de la sorpresa que representaba ver a su papá y a su animalito, vivos.

—Cuando encontré este lugar era muy joven, al igual que tú no sabía cómo actuar, aunque me adapte más rápido cuando comprendí todo — admitió —. Me hice amigo de Huehue, era un buen hombre, con muchos sueños de libertad, pero también de ambiciones. Seguramente ya has leído algo en mi diario, pero… — su padre se atragantó con sus propias palabras, como si le costara trabajo hablar —… el mundo que tú conoces no es exactamente el que nuestros antepasados nos dejaron —comenzó su padre con voz tensa—. Es difícil de explicar, pero muchas de las lenguas, las culturas, incluso los códices y las artesanías que existen hoy son resultado de mi intervención.

Turquesa frunció el ceño, intentando comprender.

—¿Tu intervención? No… no entiendo de qué estás hablando.

Su padre soltó un suspiro, llevándose las manos al cabello, desesperado, como si buscara las palabras adecuadas.

—Lo que conoces, no era lo que originalmente existía. Yo cambié el futuro, ayudé a que algunas cosas se preservaran, hablé con muchos hombres y mujeres, quiénes no me trataron como un loco, fueron los únicos que pudieron escapar al caos, fueron los únicos que preservaron lo que conocemos— su hija no pudo responder, todo lo que estaba escuchando debía de ser… Ni siquiera ella misma sabía lo que todo eso se suponía que debía ser—. Cambiar el futuro no altera la existencia de las personas, la eleva, la transforma.



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En el texto hay: mexico, prehispanico, romance

Editado: 08.11.2025

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