Xicohténcatl se sentía confundido, demasiado como para poder expresarlo con palabras. ¿Cómo era posible que la situación con su padre hubiera terminado de esa forma? Siempre creyó que Huehue era un hombre de principios, con ideales tan férreos como su temple en la guerra… pero, después de todo lo que leyó en aquel libro y de lo que Xihuitl le había revelado, ya no sabía en quién podía confiar. Si su padre, a quien había admirado toda su vida, había terminado convirtiéndose en ese tipo de persona… ¿cómo podrían acabar los demás?
Un escalofrío le recorrió la espalda cuando pensó en la respuesta. No, no podía permitir que la historia recordara a su padre de esa manera, tendría que existir una forma de redimir su nombre, de mostrarle al mundo que Huehue no estaba haciendo nada malo, no estaba siendo un traidor.
—¿Xicohténcatl?
En cuanto la voz de Xihuitl llegó a sus oídos, Xicohténcatl trató de recomponerse. A nadie le servía un guerrero dejándose llevar por las emociones y no por el orden y la estrategia.
—¿Está todo bien?
—El guerrero Tlahuicole te está buscando.
Xicohténcatl asintió, alejándose de la chinampan (chinampa)* vieja que había estado admirando desde hacía varios minutos. Caminó despacio hasta donde Xihuitl no dejaba de observarlo. Cuando finalmente llegó frente a ella, la mujer le tomó del brazo.
—Tlaixmatik kechonotiaz? (¿Tú estás triste?)
—Creí que ya habíamos dejado de tratarnos de manera tan reverencial— el guerrero tratando de desviar el rumbo de la conversación, prefirió bromear sobre el uso aún incorrecto de algunas palabras que decía Xihuitl.
—¿Sabes qué decía mi mamá que podía quitar la tristeza? — rendido, el guerrero negó— nenahualtiliztli (abrazo) — al ver la expresión de Xicohténcatl, Turquesa sonrió —. Ella decía que un buen abrazo ayudaba a alejar la tristeza.
Ante estas palabras, finalmente el guerrero alzó la mirada, tragando saliva cuando los ojos de Xihuitl se cruzaron con los suyos. ¿Cómo era posible que, a esa hora del día, brillaran con tanta intensidad? ¿Cómo era posible que incluso la luz del sol pareciera hacerla relucir, como si se tratara de una deidad nacida de la aurora?
— Nimitznahuatiah (Abrázame, por favor)*
Con cuidado, como si temiera romper una joya, Turquesa extendió sus brazos, pasándolos por encima de los fuertes hombros del guerrero. Xicohténcatl, sintiéndose avergonzado, pasó con torpeza sus manos por aquella cintura. El pecho de ella se acomodó contra el suyo, dejando que en ese preciso instante solo existieran ellos dos, el roce tibio de sus respiraciones y el temblor apenas perceptible de sus dedos debido a la inesperada pero anhelada cercanía que ahora tenían.
Ninguno tuvo idea de cuánto tiempo permanecieron así, ni quién de los dos se aferró primero al otro, pero cuando por fin se separaron un poco, apenas un suspiro los dividía. Si uno de los dos se movía un poco más, el mundo entero podría desvanecerse entre sus labios.
Xicohténcatl con el corazón resonando en sus oídos alzó una mano, rozando con cuidado la mejilla de Turquesa, como si temiera que ella se desvaneciera en cualquier instante. Sus dedos se deslizaron con suavidad, como si quisieran memorizar cada contorno antes de que el momento desapareciera.
—No sé si viniste a salvarme o a condenarme, pero si amarte es mi destino, no deseo escapar de el.
Y entonces, la besó. Sin prisa, sin reservas, solo dejó que el calor y la suavidad de sus labios alejaran el miedo y la duda, para dejar paso a una calma profunda y a la certeza de que el mundo entero se había detenido a su alrededor.
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Desde que Tlahuicole se enteró por boca de Cuitláhuac de la presencia de Xicohténcatl en el pueblo mexica, no podía creer que ambos guerreros hubieran alcanzado una especie de tregua. No al menos hasta que se enteró de que aquella aparente calma se debía a los invasores de las costas. Quedaba claro que, aunque fueran enemigos, si las tierras que compartían corrían peligro, se unirían para defenderlas, aunque fuera lo último que hicieran.
Y aunque él quería correr a felicitar a Xicohténcatl por su brillante estrategia de aliarse para salir victoriosos de las batallas que venían, tuvo que contener su alegría, pues al intentar llegar hasta donde el guerrero estaba, observó algo que nunca creyó, vería.
Xicohténcatl, el gran e imponente guerrero, ganador de incontables batallas… estaba besando a una mujer. A una que lucía bastante extraña, no por las vestimenta o peinado, sino por su sola presencia. Sus rasgos, su manera torpe de hablar, incluso su caminar delataban que había algo raro en ella.
¿Sería bueno preguntar?
Conociendo al guerrero probablemente era mejor no indagar al respecto. Así, que con esto en mente, se alejó del sitio, esperando a que los enamorados terminaran de hacer lo que estaban haciendo para poder hablar.
Solo los dioses sabían que podría hacerle Xicohténcatl si se atrevía a interrumpir aquel momento.
—Lamento haberte hecho esperar.
Después de un par de minutos en silencio, las pisadas de Xicohténcatl y su acompañante le hicieron alzar la cabeza. Para Tlahuicole no pasó desapercibido la manera en que se tomaban de las manos, pero él no estaba ahí para hacer comentarios sobre la peculiar pareja, no cuando tenían cosas más importantes que discutir.
—No es necesario las disculpas— aseguró —. Sé que quieres hablar de los invasores de las costas.
—¿Cuánto sabes de ellos?
—He visto lo que son capaces de hacer. La guerra no me sorprende, ambos hemos visto la sangre suficiente como para saber que cualquier descuido puede costarnos la vida, pero esto es diferente — Tlahuicole bajó la mirada, sintiendo la impotencia subir por su pecho para instalarse de forma permanente en su corazón —. Las mujeres que caen bajo su mano, son tomadas a la fuerza de múltiples maneras. Algunas son entregadas en intercambio, pero las restantes, las que tendrían que estar protegidas por su posición…