El espejo de la serpiente

— DESTINO —

Durante gran parte de su vida, Xicohténcatl solo se había enfocado en la guerra y en el honor. Enfrentarse a los mexicas y jamás permitir que vencieran a su pueblo, era la meta más grande de cualquier guerrero nacido en Tlaxcallan. Y para él, ese deber era aún mayor pues algún día tendría que asumir el liderazgo de Tizatlán.

Las exigencias y expectativas que su futuro cargo le impusieron, le habían hecho limitarse en el contacto y el tipo de comportamiento que tenía con otros a su alrededor. Lo que inevitablemente le llevó a ver a su hermana y Tlilcuetzpalin como sus únicos confidentes.

Esta situación no le había incomodado, no al menos durante varios años. Pero con la madurez llegan los cambios, así como nuevos deseos y anhelos, y ni siquiera alguien como él podía mantenerse ajeno a ellos. Lamentablemente, su posición no le permitía rodearse de cualquier persona, mucho menos si se trataba de mujeres. Su padre siempre le había dicho que su futura esposa debía ser alguien de una familia digna, de buenas costumbres y dispuesta a hacer sacrificios por su pueblo.

Xicohténcatl cada que lo escuchaba, siempre ponía la misma cara de decepción, pues al parecer ni siquiera en eso podía decidir por sí mismo. Claro que la situación cambió cuando aquella extraña llegó a sus tierras.

Ese día, el guerrero y un grupo de novatos habían ido a entrenar cuando escucharon un fuerte estruendo que les hizo paralizarse, parecía como si el mismo cielo estuviera molesto. Al ser el líder, Xicohténcatl no pudo ignorar semejante señal, por lo que se vio obligado a caminar hasta el sitio del incidente.

Lo que sus ojos observaron al llegar fue a una mujer vestida con ropas extrañas, balbuceando incoherencias mientras trataba de arrestarse por suelo para llegar a él. Su primer pensamiento fue alejarla, todos sabían que cualquier extraño debía ser expulsado de inmediato... Pero cuando esos ojos se alzaron, suplicantes, confundidos y anhelantes, él no pudo hacer más que quedarse en silencio hasta que la intrusa dejó de moverse.

En contra de todas sus enseñanzas, el guerrero permaneció largos instantes debatiéndose en que tendría que hacer. Hasta que finalmente, cansado y desesperado de no moverse, la tomó entre sus brazos para llevarla hasta donde sus demás acompañantes se encontraban. Después de todo, era una mujer, ¿Qué daño podría provocarles?

Confiado de sus propios Instintos, regresó con ella al corazón de Tizatlán, dejándola a cargo de su hermana para poder avisarle de la situación a su padre, quién, contra todo pronóstico, pidió verla y después de examinarla a detalle, permitió que se quedara.

Quizá si Xicohténcatl hubiera decidido hacer algo más drástico ante lo extraño del asunto, no habrían llegado hasta ese punto.

Ante su extraño pensamiento, el guerrero soltó una pequeña risa. Ahora que veía todo lo que estaba pasando, no cambiaría ninguna de sus decisiones, porque eso significaría jamás haberse enamorado de verdad y su corazón, nunca se permitiría avergonzarse de la devoción que sentía por su esposa.

—Lo siento, no te escuché Axayacatzin, ¿Qué ocurre?

El pequeño, llevaba más de diez minutos tratando de llamar la atención del guerrero en un intento desesperado por no pensar en las batallas perdidas que los Tlaxcaltecas seguían acumulando.

—Te pregunté si crees que Xihuitl está bien— mientras preguntaba, Axayacatzin observó su juguete—. Lleva muchos días fuera.

El guerrero al escucharlo sintió una opresión en el pecho.

—Ella está bien, solo fue a dar una larga caminata.

—Soy pequeño pero no ingenuo— refutó —. Fue a pedir ayuda a los mayas, ¿Verdad?

Xicohténcatl se removió incómodo en su lugar, hablar solo parecía inquietarlo más.

—Eres demasiado inteligente para tu propio bien— respondió al fin—. Pero es mejor que no digas nada de esto, mucho menos cuando estén más personas presentes, ¿Entendido?

Axayacatzin asintió.

—¿Cuándo vuelve?

Rendido, el guerrero se encogió de hombros.

—Espero que pronto.

La conversación se vio completamente perdida cuando Maxixcatzin se acercó a ellos con ese aire solemne que siempre lo había caracterizado.

—Ve con Aquetzaly y quédate ahí. No importa lo que escuches, ¿Si? no salgas de su habitación hasta que Xihuitl o yo, lleguemos por ti— el pequeño le dio una última mirada antes de irse hasta donde le habían indicado —. Maxixcatzin, ¿Qué ocurre?

El otro hombre observó al niño irse antes de decidir hablar.

—Nos estamos terminando de preparar para el último combate. Ya hemos perdido más de tres, y no es justo para nuestra gente seguir muriendo cuando tú padre ha dicho que un trato nos salvaría a todos.

Xicohténcatl se cruzó de hombros, tratando de lucir más imponente.

—Sabes tan bien como yo que es un error.

—No podemos anteponer nuestro orgullo por encima de las vidas de quienes confían en nosotros.

El guerrero asintió, desviando la mirada.

—No es eso por lo que quiero seguir luchando— Maxixcatzin alzó una ceja, pareciendo genuinamente interesado en lo que tenía por decir—. Si te cuento algo, ¿Prometes guardar el secreto hasta que sea necesario?

Xicohténcatl sabía que podía estar cometiendo un error, pero a este punto, no tenía otra opción, no si quería ganar tiempo.

—Bien— después de una rápida evaluación, Maxixcatzin asintió— pero que sea rápido, los invasores de las costas no tardan en volver a atacar.

· · ─ ·𖥸· ─ · ·

—¿Y bien? ¿Ya hay alguna respuesta?

Moctezuma no había perdido el tiempo, no cuando era un lujo muy preciado, por lo que después de informarle a sus hijas la decisión que había tomado, se dedicó a enviar emisarios para que hicieran llegar las propuestas de matrimonio, colocando a Tlahuicole como su informante directo, ya que a falta de su hermano, no se podía permitir confiar en nadie más.



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En el texto hay: mexico, prehispanico, romance

Editado: 20.12.2025

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