Tecuelhuetzin soltó un largo suspiro mientras dejaba su cabeza recargada en la pared. Desde que su hermano se había enfrentado a los invasores de las costas no dejó de pensar en lo que su padre le advirtió sobre contraer matrimonio con uno de ellos. Al inicio, esperaba que las predicciones de Xihuitl fueran mentira, rogaba porque su hermano pudiera ayudarle de alguna manera venciendo a los extraños, pero lamentablemente, ellos parecían dioses, inmunes y poderosos a cualquier combate humano.
Era triste y lamentable empezar a creer que los rumores que rodeaban a los invasores eran ciertos, pero conforme pasaron los días, la joven hermana de Xicohténcatl en vez de entristecerse por los resultados, comenzó a tener una idea clara en su mente. Las guerras no solo se libraban en el campo de batalla, sino también, en áreas más personales de la vida. Allí, donde las decisiones podían cambiar el destino de un pueblo entero. Y ella, iba a usar todo lo que tuviera a su favor para lograrlo.
—Aquetzaly, ¿Puedes ir con Axayacatzin? El niño ha terminado sus entrenamientos de hoy y es necesario que se bañe, coma algo y descanse, por favor.
La mujer que se había quedado bajo su protección, asintió.
—¿Necesita que le de algo antes de irme?
—No, no necesito nada. Gracias.
Aquetzaly hizo una reverencia antes de salir de la habitación, cuidar al niño se había convertido casi en su única obligación y estaba agradecida por eso. No quería tener que lidiar con aquellos extraños que hace pocos días se habían instalado en su pueblo, oliendo terriblemente mal y teniendo una actitud aún peor.
Y aunque a Tecuelhuetzin aún no le había tocado conocerlos, no estaba dispuesta a quedarse con la curiosidad, por lo que al quedarse sola, decidió salir de sus aposentos. La luna siempre era una buena compañera cuando se quería husmear un poco.
Con todo el cuidado que le fue posible tener, caminó por el exterior hasta llegar a dónde los invasores habían sido hospedados. No le sorprendió para nada ver qué aquel sitio estaba rodeado de flores, seguramente ayudaban a disminuir el mal olor.
—Estoy harto de estos malditos perros indios.
En cuanto escuchó aquella voz, Tecuelhuetzin se pegó aún más a la pared, moviéndose para poder observar todo lo que ocurría en el interior de aquella habitación.
—Te he dicho que mantengas la calma Pedro. Entiende que tú mala actitud puede arruinar nuestros planes.
Pese a no entender nada de lo que se estaban diciendo, Tecuelhuetzin reconoció aquel extraño sonido. "Pedro" era la palabra que Xihuitl había usado para referirse a quién sería su futuro esposo.
—Sigo insistiendo en que esto es una mala idea, esos salvajes no hacen más que mirarnos, y susurrar.
—Es normal, seguramente para ellos somos dioses, ¿No ves cómo nos tratan? ¿Todas las flores y regalos que nos dan? Somos sus nuevos líderes y como tal, deben de estar pendientes de nosotros. No te preocupes tanto.
Alvarado se zafó del agarre de Hernán, buscando acercarse al exterior para asegurarse de que nadie los estaba escuchando, para su fortuna, Tecuelhuetzin se había escondido bien, solo unos ojos observadores podrían notarla.
—La facilidad con la que pareces hablar y relacionarte con ellos...
—Basta, te dije que Malinali es una buena intérprete, en poco tiempo votaremos a Jerónimo de Águilar* y las recompensas serán mayores, ya lo verás.
Ante esta promesa, Pedro asintió, mirando su espada por más tiempo del que tendría que ser normal.
—Si alguno de esos indios intenta propasarse...
—Nadie lo intentará, así que deja de decir tonterías y ve a descansar algo, recuerda que en pocas horas cerraremos el trato que nos abrirá las puertas de todo el oro que guardan esos indios.
Pedro sonrió.
—En eso tienes razón, es mejor usar ese oro de una vez. Los indios no le dan el valor que merece, los he escuchado llamarlo el excremento de los dioses.
Tecuelhuetzin al escuchar como ambos cada vez empezaban a susurrar más bajo, se levantó de su lugar en silencio, para regresar hasta sus aposentos. Esperaba que Xihuitl llegara a tiempo. No quería ni imaginar qué pasaría con ella el día que se casara con ese invasor.
· · ─ ·𖥸· ─ · ·
—¡Xicohténcatl! ¡Xicohténcatl!
Xihuitl se había pasado los últimos días nerviosa y de mal humor, no soportaba estar lejos de su guerrero, mucho menos cuando él peligro les respiraba en la nuca, por ello, en cuanto llegaron a Tizatlán, no dudó en correr por las partes menos transitadas del pueblo y lanzarse hasta los brazos de Xicohténcatl, quién ya estaba avisado de su llegada.
—Auianime— Al hombre poco le importó estar rodeado de extraños; llevaba demasiado tiempo sintiéndose perdido sin su esposa. Por eso no dudó en devolverle el gesto, atrayéndola hacia él para besarle la frente y luego las mejillas— ¿Cómo te fue? — al tenerla de nuevo cerca, se permitió volver a respirar con calma.
—Han aceptado, los mayas están con nosotros.
Xicohténcatl les dio una rápida mirada antes de asentir hacia Xihuitl, estaba orgulloso de ella.
—¿Y de mi hermano? ¿Se sabe algo?
—No, pero hemos mandando un águila, una que rastree a la hembra, si damos con ella, el paradero de Tlilcuetzpalin será fácil de encontrar — aseguró — los mayas buscaron con los ancestros, dicen que no está muerto, que él es muy fuerte como para perecer en algún lugar lejano a su pueblo.
Xicohténcatl se hubiera comenzado a lamentar el haber mandando a su hermano a un lejano destino de no ser porque de en medio de la pequeña multitud, un hombre salió para ponerse al frente. El guerrero intercambió una pequeña mirada con Cuauhtémoc y Cuitláhuac, quienes asintieron.