El espejo de la serpiente

— CIHUATLANTLI —

—¿Puedo saber en qué tanto piensas?

Desde que Gonzalo Guerrero y sus acompañantes habían partido hacia las tierras de Maxixcatzin, Xihuitl no había podido estar tranquila, de alguna forma, sentía que había fallado. Si tan solo hubiese llegado antes, quizá la muerte de Cortés y Alvarado habría ocurrido sin poner en peligro a nadie más.

—En la sugerencia de Gonzalo— admitió mientras apretaba la mano de su esposo con fuerza.

Lo único bueno que había obtenido desde que el plan se puso en marcha, fue su matrimonio, que traía consigo la fortuna de finalmente no tener que esconderse de todo el mundo para poder estar así, tomados de la mano mientras intentaba descansar en la habitación que compartían.

—¿Crees que ella acepte traicionarlo?

—Todo depende de que es lo que busque realmente— aseguró — Si no lo ama, todo será más fácil — cerrando los ojos, se dejó abrazar por Xicohténcatl, hundiendo su rostro en aquel cuello, se sentía segura a su lado.

Bastante satisfecho con la acción de su esposa, el guerrero se permitió estar unos segundos en paz.

—¿Cómo estás tan segura de ello? Seguramente no puede ni levantar un arma.

Su esposa comenzó a reír.

—Las mujeres aprendimos a librar la guerra de otras maneras— informó— Hay una historia que se cuenta en mi época, la trajeron los invasores de las costas en aquello que llaman biblia pero es un buen referente — intrigado, el guerrero frunció el ceño.

—Creí que no creías en ese libro que ellos siempre traen consigo.

—No, pero no deja de ser una buena historia.

Su esposo la miró durante largos segundos antes de besar su mejilla.

—Ahora tu eres quién va a contarme historias.

—Solo una— admitió— Me gusta más escuchar tu voz.

Ante el halago, Xicohténcatl desvió la mirada, tratando de no sonrojarse.

—Te escucho, auianime

Xihuitl asintió.

—Se cuenta que una vez, existió un hombre llamado Sansón. Su fuerza era incomparable, imposible de entender para cualquier hombre pues él podía desgarrar a un león con las manos, vencer ejércitos enteros él solo y romper cadenas como si fueran hilos. Durante mucho tiempo, sus enemigos intentaron descubrir el secreto de su fuerza, pero ninguno lo lograba. Hasta que apareció Dalila. La historia dice que Sansón se enamoró de ella sin sospechar que sus enemigos se acercaron a ella con promesas de grandes riquezas si lograba averiguar de dónde nacía la fuerza que hacía de Sansón un enemigo tan temible. Y Dalila aceptó.

—Esto va a terminal mal, ¿Cierto?

Su esposa se encogió de hombros.

—Todo depende de a quién le preguntes— con cariño, Xihuitl acarició los cabellos del guerrero—. Dalila comenzó a insistir, día tras día, como si fuera una amante curiosa y preocupada por él. Le pedía que le contara su secreto, lo acariciaba, lo halagaba, lo hacía sentir seguro, como si fuera el único hombre en el que pensaba. Sansón, confiado, le daba respuestas falsas y cada vez que él dormía, Dalila probaba lo que él había dicho. Cada vez fallaba, y cada vez fingía sentirse herida, como si su mentira fuera una muestra de desamor hacia ella. Hasta que un día, cansado de sus reproches, Sansón le reveló la verdad, por lo que esperó a que él se durmiera para poder cortarle el cabello. Cuando él despertó, creyó que podría levantarse como siempre para luchar, pero esta vez ya no había nada extraordinario en él. Sus enemigos lo apresaron, le sacaron los ojos y lo llevaron como prisionero, obligándolos a que los entretuviera.

Xicohténcatl guardó silencio, asimilando la historia.

—¿Crees que Malinalli pueda hacer lo mismo?

—Si, pero no tengo la más mínima idea de como acercarme a ella.

Su esposo la miró con comprensión antes de colocar su mano sobre aquella mejilla, dando un pequeño besó.

—¿Quieres que te lleve a verla? Sé dónde se están quedando los invasores que vienen con ella.

Ella negó. Sabía que seguramente en esos momentos podría ser vista como una egoísta, pero no le importaba, no cuando después de todo lo ocurrido solo quería estar con su guerrero.

—¿Puedo quedarme un poco más contigo?

En respuesta, Xicohténcatl volvió a besarla. Esos días separados la habían desgastado, pero a él lo habían dejado con un vacío en el pecho, como si su alma hubiera estado incompleta sin ella.

—No sabes cuanto te extrañé.

El beso, que empezó suave, se volvió más profundo, más urgente. Sin pensarlo mucho, el guerrero permitió que sus manos descendieran con delicadeza por la cintura de su esposa hasta posarse en la parte baja de su espalda. Con cuidado, la trajo hacia él. Xihuitl respiró de manera entrecortada encima de aquellos labios mientras se aferraba a los fuertes hombros, como si de eso dependiera su vida. No tuvo que pasar mucho tiempo antes de que ella sintiera el calor del cuerpo ajeno cubriéndola.

Debido a lo sorpresivo de la acción, su esposa, dejó escapar un pequeño jadeo cuando él acomodó su peso sobre la cama, dispuesto a acercarla aún más, como si quisiera memorizar cada detalle de su piel, de su presencia, de ese instante robado al caos del mundo exterior.

Pero justo cuando sus labios estaban a punto de encontrarse otra vez, la puerta se abrió de golpe, haciendo que ambos se separaran al instante.

—¡Hermano tengo que…!

Xihuitl al ver entrar a Tecuelhuetzin se cubrió el rostro con una mano, tratando de esconder la rojez producida por su vergüenza. Xicohténcatl en cambio, cerró los ojos un segundo, invocando toda la paciencia que los dioses pudieran concederle.



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En el texto hay: mexico, prehispanico, romance

Editado: 20.12.2025

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