El espejo de la serpiente

— INVASORES DE LAS COSTAS —

—¿Estás seguro de que todo está bien, Axayacatzin? Te he visto muy distraído.

En cuanto el sol iluminó cada rincón de aquella tierra, Xihuitl se encaminó a los aposentos del pequeño, tratando de encontrar un poco de paz y cordura mientras Xicohténcatl iba a la reunión que su padre y esos invasores estaban por tener, pues según ellos, debían de ponerse de acuerdo para todos los rápidos preparativos de la boda entre Alvarado y Tecuelhuetzin.

—Si, todo está bien. Estoy bien— distraído, el pequeño observó su juguete de madera. Era claro que no tenía el más mínimo interés por el objeto.

Xihuitl intercambió una mirada con Aquetzaly, quién desde que salió de sus aposentos se había transformado en su acompañante, o como se conocía en otras partes del mundo, su doncella.

—¿Quieres algo de comer? Seguro entre Aquetzaly y yo podemos preparar algo que te guste mucho — Xihuitl se puso en cuclillas para estar a la altura del pequeño — Sé que desde que te traje conmigo no he estado muy al pendiente de ti, y lo lamento mucho, en verdad, pero si me lo permites…

—No te conozco, pero sé que si hubiera estado en tus manos, no te habrías separado de mi ni un momento — Axayacatzin compuso una sonrisa —. No tengo mucha hambre, cene bien— aseguró— ¿Cómo está la señorita Tecuelhuetzin? ¿Ella ya se…? ¿Ya está casada?

—No, aún siguen con los preparativos de la boda, ¿Quieres que vayamos a verla?

El pequeño guardó silencio abruptamente, lo que hizo que Xihuitl mirara por encima de su hombro. Al identificar a una mujer extraña cerca de ellos, se puso de pie. Con el ceño fruncido la analizó de pies a cabeza, deteniéndose en sus trenzas y su vestimenta, hasta que finalmente algo en su mente terminó por unir todas las piezas.

—¿Malinalli?

Si bien la historia la había retratado de muchas maneras, Xihuitl no esperaba encontrarse con alguien tan joven; seguramente no alcanzaba siquiera los veinticinco años. Aunque, se la miraba con detenimiento, podía distinguir en su rostro un cansancio profundo. Las ojeras marcadas, la tensión en la mirada y la rigidez en su postura, no mentían.

—¿Eres la esposa de Xicohténcatl?

—Aquetzaly, lleva al niño a dar un paseo, por favor.

Ella claramente estaba en contra de dejar a Xihuitl sola con una extraña, pero al no tener tantas opciones, a la joven mujer no le quedó más que asentir y dar media vuelta con el niño fuertemente aferrado a su mano.

—Eres una gran madre.

—Gracias— sin estar segura de cómo continuar, Xihuitl observó en todas direcciones antes de señalar hacía un camino rodeado de flores— ¿Gustas caminar?

Malinalli asintió mientras se retiraba un mechón de cabello de la frente.

—¿Hace cuánto estás casada con el guerrero Xicohténcatl?

—Hace un par de días— murmuró siguiendo el paso lento de la mujer. Si ella empezaba a preguntarle cosas, entonces también tenía el derecho a cuestionar —. ¿Cuánto llevas tú al lado de Cortés? Sé que son cercanos.

Malinalli soltó una risa sin ningún ápice de diversión.

—¿Te lo dijeron los dioses?

—Si te contara la mitad de las cosas que ellos me han permitido ver, saldrías corriendo sin mirar atrás.

Xihuitl se detuvo al mismo tiempo que ella.

—Desde que llegamos, no hemos dejado de escuchar de ti y tus dones— informó —. Estoy intrigada y si me lo permites decir, quisiera saber que me deparan los dioses.

—Creí que ya habías sido bautizada, Marina.

Si Malinalli se sorprendió con su respuesta, no lo demostró. Al contrario, pareció enderezar aún más su espalda, era claro que al sentirse orgullosa del estatus que ahora tenía, no iba a dejarse “humillar” tan fácilmente.

—¿Eso es un no?

Xihuitl reanudó su marcha, sabía bien que lo que dijera a partir de ahí, definiría como la vería Malinalli.

—Sé que tras la muerte de tu padre, tu madre te entregó como esclava para favorecer a tu hermanastro. Fuiste vendida a comerciantes mayas y luego cedida al cacique de Tabasco, y que tú, junto con otras 19 mujeres fueron cedidas a Cortés— empezó, sabiendo qué decir parte de un pasado que la mayoría creía nadie conocía, era clave—. Tu futuro, bueno, no está lleno de acción, o actos heróicos, no eres tan memorable como piensas que serás. Lo único por lo que la gente va a recordarte es por ser la traductora y acompañante de Cortés, no por actos propios, pero sí puedo decirte que tendrás un hijo con él llamado Martín, pese a esto, nunca te casas con este invasor, sino que Hernán decide darte en matrimonio a Juan Jaramillo, con quien también vas a tener una hija, a quien llamarás María.

Malinalli parpadeó confundida antes de fruncir el ceño. Podría haberse sentido ofendida por la manera en que la esposa de Xicohténcatl estaba hablando, pero la pobre información proporcionada fue suficiente para no saber qué decir. Si Xihuitl podía ver el futuro con exactitud, ¿Por qué le decía tan poco a ella? ¿Acaso con ella no podía ser una buena mentirosa?

—¿Eso es todo?

Tratando de mantenerse serena, Xihuitl se encogió de hombros.

—También puedo decirte que falleces de una enfermedad traída por los invasores.



#769 en Novela romántica
#191 en Otros
#21 en Novela histórica

En el texto hay: mexico, prehispanico, romance

Editado: 20.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.