Tlilcuetzpalin después de soltar un bostezo, movió sus dedos para acariciar al extraño animal que Túpac Cusi Hualpa había hecho favor de regalarle para que lo acompañara en su camino. La criatura era por demás extraña, tenía un cuerpo cubierto de lana espesa y suave, de tonos que iban del blanco al marrón, formando remolinos irregulares; su cuello era largo, sus ojos eran grandes y oscuros que brillaban cual obsidiana y sus patas, pese a ser delgadas eran incansables. Sus antiguos dueños, le habían dicho que su nombre era llama, pero él aún no se acostumbraba a llamarle de esa manera, por lo que decidió nombrarla atleinemik (único), que desde su perspectiva era más apropiado para referirse a su peculiar acompañante.
Fue gracias a atleinemik que el nuevo rumbo que tomó se hizo más ligero, pues al menos tenía a alguien con quién hablar, porque, aunque la criatura no pudiera responderle con palabras, el animal era los suficientemente inteligente como para que Tlilcuetzpalin pensara que entendía todo lo que le decía.
—¿El camino al que se referían tus antiguos dueños, está cerca?
Atleinemik lo miró por unos segundos antes de seguir caminando. Tlilcuetzpalin resignado, siguió sus pasos durante varios minutos, deteniéndose sólo cuando un grito que sonaba como un klee-ee-ee, llegó a sus oídos, ¿Sería posible que se tratara de la misma águila mensajera que había perdido después de que la tormenta se lo llevó?
Con la esperanza latiendo en su pecho, se acercó hasta dónde el sonido era más fuerte. Sonriendo al ver a su ave posada sobre una de las rocas.
—¡Cuauhtli! (Águila) — el animal volvió a gritar para después mover sus alas. Parecía agotada— Creí que jamás te volvería a ver, ¿Tienes algún mensaje para mí? — Tlilcuetzpalin se fijó en que sus patas no tenían nada atado— ¿También te perdiste?
—Ella sabe el camino de regreso a ruma (casa) muy bien, así que no, no se perdió, solo no pudo acutun (regresar) porque estaba muy allfen (herida) — de entre la espesa vegetación, salió una mujer vestida con extrañas ropas.
Al observarla mejor, Tlilcuetzpalin notó que ella llevaba un gran paño cuadrado que le envolvía el cuerpo desde los hombros hasta los tobillos. Al igual que en sus tierras, portaba una faja tejida alrededor de la cintura, que iba muy a juego con la manta negra que le caía sobre la espalda
— Eymi ngen ñi? (¿Tu eres su dueño?)
Tlilcuetzpalin dio varios pasos hacia atrás, alzando las manos para mostrar que no llevaba nada peligroso consigo. Había aprendido bastante bien sobre lo que un forastero como él tenía o no que hacer al encontrarse con un extraño que parecía vivir en tierras que le eran desconocidas.
—Soy Tlilcuetzpalin — se señaló — Es mi ave —con movimientos lentos, apuntó al águila antes de volverse a señalar el pecho — Solo voy a tomarla…— sus manos se doblaron como si estuvieran sosteniendo un bebé — e irme.
—¿Es necesario hacer tanto movimiento de manos?
Detrás de la extraña mujer, un hombre de no más de cincuenta años hizo acto de presencia. A diferencia de su joven acompañante, él lucía una sonrisa de diversión.
—¿Disculpe?
—Mi intención no es que te asustes de esa manera. No buscamos hacerte ningún tipo de daño— aseguró el extraño en un náhuatl bastante fluido— Su nombre es Ayelén que significa alegría. Yo me llamo Ankatu que puede traducirse como el señor que toca el cielo. Y ambos venimos del pueblo mapuche, aquel que el hijo del Sapa Inca te mandó a buscar.
Tlilcuetzpalin no tuvo ni la más remota idea de que decir, no cuando tenía más preguntas que respuestas a lo que estaba pasando ahí, ¿Acaso después de tantos días solo empezaba a alucinar? Él los miró otra vez, ninguno parecía ser un invento de su mente.
—¿Quieres acompañarnos? Va a empezar a hacer algo de frío y con lo que tienes puesto, vas a enfermar.
Ayelén lo miró con curiosidad, evaluando cada movimiento y parpadeó que hacía. Ante tanta vigilancia, Tlilcuetzpalin se sintió cohibido.
—¿Cómo saben hablar náhuatl? ¿Acaso alguien más como yo vino aquí?
Ankatu negó, extendiendo un pedazo de tela para que Tlilcuetzpalin se cubriera.
—Nuestra voz es la voz de la tierra y ante ella no existe barrera alguna, ni siquiera las del habla.
Un poco menos a la defensiva, Tlilcuetzpalin se acercó a ellos.
—¿Saben a lo que vengo?
Fue el turno de la mujer para sonreír y asentir.
—La tierra nos ha hablado de tu propósito, así que si, conocemos bien que vienes a pedir. Hemos preparado algunas cosas para regresar a dónde necesitan nuestra ayuda, pero antes de partir, tenemos que esperar a que el hermano correcto venga con nosotros.
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Cuando Xicohténcatl se enteró de todo lo que había ocurrido en Ocotelulco, su primera reacción fue de negación. Él no podía creer que su amigo de toda la vida, aquel que en múltiples ocasiones le había brindado su ayuda, fuera un traidor.
Le había confiado no solo lo que pasaría con su existencia, sino con todos los que habitaban esa tierra, ¿Cómo había sido capaz de fingir que estaba de su lado para después intentar matar a quién podría brindarles algo de ayuda? El guerrero había tenido que alejarse de todos por un par de segundos para poder calmarse. Tenía que actuar rápido, porque el hecho de que Gonzalo hubiera capturado al líder de un señorío cuando su padre estaba muriendo solo aumentaba la cantidad de problemas que llevaba a cuestas.
—Debes de quedarte aquí. Eres mi esposa, por lo tanto, tienes poder. Además, necesito a alguien confiable, alguien que pueda hacerse cargo de todo este caos mientras resuelvo lo de Maxixcatzin.
—¿Y qué pasa si tu padre muere mientras estás fuera?
Xihuitl se sobó sus sienes, nada de esto estaba saliendo como debería. Aunque si lo pensaba bien, que ambos traidores hubieran caído al mismo tiempo, les daba una ventaja enorme para salir bien librados de la causa por la que estaban luchando.