El espejo de la serpiente

— MALINALLI —

—Ellos están aquí, mi señor.

Al escuchar esto, Moctezuma soltó todo el aire que había estado conteniendo en sus pulmones. Desde que la misiva de Xihuitl llegó a sus manos, no tuvo un momento de paz, no cuando una de sus hijas, su querida Macuilxóchitl todavía seguía en sus tierras, pero ¿Qué más podía hacer si Tangáxoan Tzíntzicha se había negado a contraer matrimonio con ella por más que cedió a casi todas sus peticiones? Rascando su piel con nerviosismo, siguió a su guerrero hasta la salida.

—¿Ya avisaste a mi hermano de la presencia de los invasores en nuestro pueblo?

—Si, señor— Tlahuicole asintió con todo el temple que fue capaz de mostrar en ese momento— ¿Quiere que haga algo más por usted antes de que se acerque a ellos? ¿Quiere que le llame a algún sirviente para que lo lleven hasta allá?

Esta vez, Moctezuma negó.

—Prefiero caminar.

Tlahuicole sabía que desde hacía bastante tiempo el tlatoani Moctezuma había cambiado, pero que lo demostrara en público, podría no ser tan beneficioso como parecía.

—¿Está seguro, señor? Si alguien de su gente se da cuenta de este cambio… podrían comenzar a hablar.

Moctezuma hizo caso omiso a las palabras de Tlahuicole, él estaba más concentrado en caminar, en mantener la respiración regular y la cabeza en alto. Aunque había sido educado para nunca bajar la guardia, nada lo había preparado para ese momento, donde sentía que todo a su alrededor daba vueltas. Estar a punto de encontrarse con los hombres que condenarían a su gente, le causaba sentimientos extraños en el estómago y en su cabeza, como si su cuerpo aún no pudiera asimilar toda la verdad.

Moctezuma, es un placer conocerlo.

Cuando aquella extraña voz llegó a sus oídos, el tlatoani regresó a la realidad, obligando a sus ojos a enfocarse en el extraño de barba que no dejaba de sonreírle, ¿Ese era el hombre que lograba causar tantos estragos en su pueblo? No se veía alto ni fornido como sus guerreros para resultar imponente, ni tampoco lucía las ropas o modales que le podrían conferir el título de divinidad. A primera vista, no había nada extraordinario en él.

—¿Eres tú de quién tanto hablan los pueblos?

El tlatoani enderezó ligeramente la espalda, manteniéndose sereno. No era un experto en tácticas militares, pero lo poco que había aprendido al hablar con su hermano le bastaba para saber que jamás debía mostrarle sus planes al enemigo.

Si lo que ha oído de los demás, han sido cosas buenas, entonces sí, supongo que soy aquel del que tanto hablan— y sin más palabras, Cortés tomó el brazo de Moctezuma para poder abrazarlo.

Cualquier otro habría sido ejecutado por semejante muestra de vulgaridad, pero Moctezuma sabía que con ese hombre no podía aplicar la misma sanción. No solo porque no era de su tierra ni conocía sus costumbres, sino porque necesitaba ganarse la confianza del extraño para que, llegado el momento, Cortés no sintiera ni siquiera por donde le había llegado el ataque.

—Bienvenido seas, amigo mío a mis tierras— con una sonrisa que parecía más una mueca, Moctezuma miró a toda la comitiva que iba con el invasor. Todo era justo como lo había descrito Xihuitl— El largo viaje seguramente te ha fatigado ¿No te gustaría descansar un poco?

Ante la amabilidad mostrada, Hernán sonrió dirigiéndose a sus propios hombres.

Agradezco tu amabilidad, pero por favor, no creas que hemos venido con las manos vacías.

Malinalli casi se atraganta con su saliva al ver que la copa y las camisas eran entregadas al tlatoani, tal y como esa “enviada de los dioses” había predicho, ¿Sería posible que ella estuviera diciendo la verdad? Su mirada pasó de Hernán al tlatoani. Fuera como fuera, ese hombre no merecía compasión, había hecho daño a incontables personas y deshacerse de él, sería un alivio para todos los pueblos agraviados… pero la gente, los inocentes que arrastraría la inevitable guerra de Cortés, era algo muy distinto.

Preocuparse por la gente nunca estuvo en sus planes, menos cuando nadie se había preocupado por ella antes, pero ver a algunos niños que temerosos se escondían detrás de sus padres y madres le estrujó el corazón. Ningún pequeño debería de sufrir el mismo destino que ella vivió.

—Agradezco el gesto— Moctezuma evitó mirar los pobres regalos para que su rostro no le delatara. Por favor, sigueme para que pueda mostrarte el lugar, después, pasaremos a comer algo y podrás descansar en el que fue el palacio de mi padre, El tlatoani Axayacatl.

Aunque la situación entre los recién llegados y quienes ya habitaban el pueblo mexica era evidentemente tensa, el inicio del recorrido fue bastante tranquilo. Cortés no dejaba de maravillarse con cada cosa que veía. Los edificios, los animales, incluso la comida despertaban su fascinación. Y no era el único en aquel grupo que parecía complacido con lo que tenía ante sus ojos, pues varios de sus hombres, aquellos que veían el mundo no como guerreros, sino como pensadores, observaban todo a su alrededor con genuina curiosidad y admiración.

El único que si no se mostraba feliz por estar donde se encontraba, era Pedro, quién se mantenía caminando de forma tensa al lado de su esposa. Miraba a todos con superioridad. Aún así, la gente no dejaba de observarlo, murmurando que así era como debía de verse Tonatiuh* en persona.

¿Cuánto va a durar esto?

Va a tardar lo necesario, Pedro. Deja ya esa cara y ponte a sonreír, no todos los días tienes la oportunidad de ser un Dios.

Alvarado desvió la mirada. Estar en ese lugar le hacía sentirse bastante irritado. Él quería volver a casa, quería estar en un lugar donde la gente fuera normal. Anhelaba volver a recorrer las calles que lo vieron crecer. Seguramente con el oro que desperdiciaban esos indios, él podría hacer maravillas.

Refunfuñando para sí, Pedro apenas si pudo notar que la molestia entre los soldados comenzaba a ser general. Todos querían tomar el oro, alguno que otro artículo que fuera exótico y regresar a casa como los salvadores de su reino, como aquellos que restauraron el resplandor y gloria a sus tierras.



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En el texto hay: mexico, prehispanico, romance

Editado: 20.12.2025

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