El espejo de obsidiana

Capítulo 6

—¿Así que eres bióloga? —preguntó Daniel a Elena.

Los cuatro seguían sentados a la mesa, disfrutando de un café de olla mientras platicaban. Los temas variaban de viejos relatos familiares al súbito encanto de Daniel hacia Elena, cuidadosamente omitían la razón que los traía a Catemaco.

—Algo así. Llevo un año aquí haciendo la investigación de mi tesis en la zona ecológica. Decidí tomarme el fin y vine a ver a mi mamá, pero creo que trabajo más ayudándola que allá. Deberías verla: es una workaholic, si por ella fuera, seguiría viendo personas toda la noche.

—Creo que es de familia —dijo Daniel—. El Juez éste, también se la vive de Godínez.

Juez Sepúlveda, tus papás estarían reorgullosos de ti y de tu hermanita —dijo Lucha y tomó una de las manos de José Leonardo entre las suyas.

La madera del pórtico y de la casa empezaron a rechinar por el descenso de temperatura y las inesperadas ráfagas de viento. Lucha volvió la cabeza a la ventana, recordando algo.

—Hija, por favor llévale algo de comida a Usa, y dile que ya se vaya a su casa, nadie más va venir en la noche.

—¿Quién es Usa? —preguntó José Leonardo.

—Es el hombre que por lo general está sentado afuera de la entrada, de seguro lo vieron —dijo Lucha—. Vive por aquí y de vez en cuando me echa la mano. Es un poco raro, pero es muy bueno haciendo remedios y sabe más de plantas que mi Elena. También me ayuda tallando amuletitos —dijo levantando las manos—, yo ya estoy muy vieja y me he lastimado varias veces con la navaja. El pobrecito no tiene dinero ni para comer, así que entre los dos nos ayudamos.

Elena regresó de la cocina con un recipiente de plástico lleno de comida.

—Cero me late que lo dejes estar aquí todo el día. Me da mala vibra el tipejo ése, tiene cara de asesino o algo peor —Elena abrió la puerta de mala gana y se asomó al pórtico—. Qué bueno, ya se largó, ojalá no regrese mañana.

José Leonardo dio un vistazo a su reloj: pasaban de las once de la noche.

—Ni me di cuenta en qué momento se fue tan rápido el tiempo. Yo creo que ya las dejamos.

El rostro de Lucha se ensombreció, dejando de lado el gesto cordial y amigable que tenía antes. Se recargó sobre la mesa y dijo con solemnidad:

—José, estaré muy vieja pero tengo mucho colmillo para cosas sobrenaturales. Sé que viniste porque algo está pasando, algo grave, y necesitas ayuda.

Era inútil negarlo o pretender restarle importancia, lo mejor era contar lo sucedido. José Leonardo sacó el amuleto del bolsillo del pantalón y lo dejó sobre la mesa.

—¿Por qué me diste esto cuando terminé la carrera? ¿Y por qué dijiste que sabías que en algún momento nos volveríamos a ver?

Lucha tomó el amuleto y lo acarició con las yemas de los dedos.

—¿Sabes por qué tus padres no querían que nos viéramos?

—Porque pensaban que ibas a ser una mala influencia para nosotros, por…

—¿Por ser una vieja bruja? —preguntó Lucha con una sonrisa—. No te preocupes, m’hijo, muchas personas piensan que estoy loca de remate; pero a mí ya no me importa. Mis dones son un regalo divino y puedo hacer mucho bien.

«Tus padres eran de esos que me tachaban de ignorante, pero, al final del día, si yo quería creer en cosas raras, allá yo; no era razón para mantenerme lejos. Fue hasta que tú naciste cuando pensaron que yo era peligrosa.

»Desde que tu mamá estaba embarazada, noté algo raro. No sabía qué era, solo sabía que algo no estaba bien. Me daba miedo que perdiera al bebé y estuve muy al pendiente todo el tiempo.

»Cuando naciste entendí qué había presentido: el alma del bebé, tu alma, era vieja, como la de muchos otros, pero eso no era todo, sino que además tenía un lazo con algo antiguo, con algo siniestro».

—¿Lazo?

—Sí, un lazo. Tu alma no nació libre, como la mía y la de los otros, sino que está atada a…a algo más.

—¿A qué?

—Tenme paciencia, m’hijo, primero tengo que explicarte otras cosas para que puedas entender —Lucha continuó—. Les dije a tus padres del lazo, les dije que era peligroso. Justo por eso fue el acabose: no me creyeron y, peor tantito, pensaron que yo te iba a hacer algo, así que decidieron alejarse. Después de que tu mamá se nos fue, tu papá se puso más duro conmigo.

«Yo sabía que el lazo iba a seguir el resto de tu vida, hasta que un día te diera problemas. Como no podía estar contigo para ayudarte, decidí mandarte un amuleto. Con todo sabía que no iba a servirte mucho y pensé que me buscarías para que te ayudara».

—Tenías razón —dijo a su tía sin voltear la cabeza—, está pasando algo muy extraño.

José Leonardo corrió los dedos por su cabello, incómodo y nervioso. Contó por segunda vez los eventos de las últimas semanas. En esta ocasión, detalló con más cuidado lo ocurrido y añadió el peculiar sueño tan vívido, que tuvo en la carretera camino a Veracruz.

—¡Chispas! Esto está peor de lo que pensé —dijo Lucha, cruzando los brazos —, por lo que dices, parece que el lazo de tu alma está haciendo eco en otra dimensión. Qué se me hace que por eso están viniendo espectros de allá. Quién sabe qué estén buscando, pero no es nada bueno.



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En el texto hay: misterio, humor, aventura

Editado: 18.08.2024

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