El resplandor azulado tan intenso lo sobresaltó. José Leonardo maldijo en silencio y se talló los ojos para aliviar el dolor. A un costado, el sol entraba por una ventana, para pegar directamente en su rostro, y dejaba en sombras el resto de la habitación. Estaba recostado en la misma posición y todavía podía oler el incienso que encendió Lucha.
—Creo que esto no sirvió para fregada la cosa —dijo de mala gana.
Al incorporarse se sorprendió de lo liviano que se sentía. Caminó hacia la ventana y notó, extrañado, que solo era una abertura cuadrada en la parte superior de la pared, sin vidrio ni alféizar. Tras dar un vistazo afuera, retrocedió de inmediato, asustado.
Los árboles y la ciudad de Catemaco habían desaparecido y en su lugar encontró un paisaje extravagante. Era una ciudad compuesta por construcciones de diversos tamaños, con techos de cañas y las paredes de tonos rojizos, crema y gris oscuro. Había abundantes canales, repletos de canoas, y amplias calzadas con marejadas de personas vestidas con ropajes extraños.
Los pasos de una persona dentro de la casa lo distrajeron. Se encontró con un hombre parecido a él, aunque de la mitad de edad: apenas superaba los veinte. El joven estaba descalzo, vestía una túnica de algodón alrededor de la cintura, hasta arriba de las rodillas, y otra sobre los hombros, dejando al descubierto el musculoso abdomen. Ambas túnicas tenían un fondo blanco y estaban entretejidas con hilos de colores que formaban diversas figuras.
El joven se arrodilló frente a la estatuilla de piedra sobre la repisa, rodeada por el humo del incienso que ardía a un costado.
José Leonardo se acercó a él con cuidado.
—Buen… buen día, lamento interrumpirlo.
Reconocía lo ridículo de sus palabras, pero no se le ocurrió una mejor forma de presentarse. Si él una mañana descubriera a una persona extraña dentro de su casa, toda la cordialidad del mundo no sería suficiente para disminuir su enojo y desconcierto, ¿por qué reaccionaría de otra forma este joven? Peor aún, considerando la condición física y fuerza del joven, si tomaba a mal su presencia, podría someter a José Leonardo de un golpe.
El joven, sin embargo, pareció no escuchar ni notar que había alguien más ahí; siguió inmutado con su tarea. José Leonardo dio un paso más cerca de él y chasqueó los dedos, aplaudió, hizo ruidos con los pies y agitó la mano frente a sus ojos. Nada, el joven seguía sumido en sus rezos.
En ese momento, recordó las palabras de Lucha, de que sería como un fantasma en otra época, y dio un paso atrás turbado. Era verdad, ¡había viajado en el tiempo! Observó con más atención al joven mientras reflexionaba: si su propósito era visitar su vida anterior, entonces este joven de seguro era él mismo. Siglos atrás, cuando estaba en otra vida, él habitó en este lugar, él se arrodilló frente a estatuilla y, también, dejó su misión inconclusa y formó un vínculo al futuro.
¿En qué periodo de la historia se encontrarían? La falta de objetos eléctricos o utensilios más modernos lo llevó a asumir que se encontraba al menos tres siglos antes de su época, aunque no estaba seguro. Ni siquiera podía decir con certeza si se encontraba en México o en otro lugar del mundo.
José Leonardo había pasado gran parte de su vida estudiando Derecho de México y otros países. También había tomado algunos cursos de sociología y filosofía para complementar su práctica como juez. Todo menos historia. Cuando era niño, un profesor obsesionado con hacer a sus alumnos memorizar fechas exactas hizo que repudiara aprender más de historia. Incluso en la carrera, las materias de historia del derecho fueron las únicas que estuvo a punto de pasar con un 7 u 8, de no haber sido porque Daniel era un apasionado de la historia y le ayudó a estudiar.
¡Cuánto agradecería haber tenido conocimientos básicos en este momento! Le permitirían entender mejor en dónde había vivido su vida pasada.
La habitación era amplia, tenía una ventana a la izquierda y un portal que conducía al interior de la casa. Las paredes eran lisas, color arena y estaban adornadas con figuras de bajo relieve. Una de las figuras, la que rodeaba el arco del portal, era una serpiente cuidadosamente labrada; la que estaba junto a la ventana, era una persona de perfil, con armadura, un látigo en una de las manos y la figura de un colibrí a su izquierda. El techo era de gruesas vigas de madera color claro, entremezcladas con algunas cañas. Los únicos muebles que encontró fueron la repisa con la estatuilla, una mesa con un amplio cántaro, una vasija enana, y una alfombra tejida, grande, de forma rectangular, color ocre, sobre la cuál había una manta de algodón: parecía ser una especie de cama, quizá un petate.
El joven terminó sus plegarias y se incorporó. Caminó a la mesa y vertió el líquido del cántaro dentro de un vaso de barro. En la entrada a la habitación, apareció otro hombre.
—Venerable Yoltic, lo están esperando.
Aunque reconoció que el hombre no hablaba en español, José Leonardo había entendido todo sin dificultad. ¿Podría ser que la conexión que guardaba con el joven le permitía comprenderlo a través de él? No siguió dilucidando al respecto, agradeció está circunstancia y también el conocer el nombre de su vida pasada: Yoltic.
—En un momento estoy ahí— respondió.
Yoltic bebió el contenido de la vasija de golpe y lo dejó sobre la mesa antes de salir de la habitación. José Leonardo se apresuró a seguirlo.
Editado: 18.08.2024