El espejo de obsidiana

Capítulo 10

Los eventos históricos narrados en esta historia son una reinterpretación y reimaginación de eventos históricos reales y/o leyendas y mitos prehispánicos

Entraron a una casa a la izquierda de la torre. Era una residencia de una sola habitación; en el centro había una mesa de madera con un par de equipales a los costados y dos copas, un cántaro y un platón repleto de fruta. En la parte de atrás había dos muebles, cada uno con una vasija de barro para el aseo, y algunas mantas.

El hombre encapuchado se acercó a las vasijas de barro, vertió un poco de agua para lavarse las manos y se quitó la capa: se trataba de Miztli, el mismo joven que conoció en compañía de Nezahualcóyotl y supuso su asesor.

—Fue un trayecto largo, hermano, pero al fin estamos en casa —dijo Miztli con una sonrisa, sentándose en una de los equipales—. Me alegro que aún sea tiempo de cosechas. Durante la época de frío, el paso por el lago es muy duro, como si no fuera ya suficiente desafío evadir a los guardias rondando los caminos y calzadas todo el día. Si me lo preguntas, diría que su vigilancia se ha vuelto enfermiza.

Yoltic no respondió. Su rostro estoico revelaba un ligero brillo de preocupación. Se quedó inmóvil unos minutos, como si estuviera esperando la llegada de otra persona.

—Despreocúpate, hermano. Llegamos con bien después de largos meses fuera —dijo Miztli abriendo el equipal frente a él—. Toma asiento y regocíjate. Aquí no hay de qué temer.

—¿Estás seguro que nadie te siguió?

—Sí, ¿dudas de mi prudencia?

—Dudo de tu impulsividad. Si he de señalar algún defecto en ti, sería tu falta de paciencia. ¿Nezahualcóyotl no sospecha de tus motivos para partir de Texcoco cuando recién regresan?

—En absoluto. Olvidas que mis labores incluyen constantes viajes y salidas. El trabajo como su emisario conlleva prolongadas ausencias. Además, gozo de más libertad que tú, él no es un hombre tan rígido y vigilante como Tlacaélel.

—No obstante fue arriesgado partir juntos. Podría levantar sospechas.

—En absoluto, por el contrario, diría que fue una coincidencia afortunada. Después de saber de tu nombramiento, temí que te fuera imposible venir conmigo. No se me ocurrió un pretexto para alejarte de Tenochtitlan el tiempo suficiente para regresar a casa.

—Yo tampoco pensé poder venir —dijo Yoltic, sentándose—. Si no hubiera sido por los disturbios en Coyoacán, con mis nuevas responsabilidades, hubiese estado varado en Tenochtitlan por mucho tiempo.

—¿Te eligieron como emisario para detener los grupos de Coyoacán? —dijo Miztli con una alegre carcajada—. ¡A eso llamo sarcasmo! Debo confesar que la ignorancia del viejo me da lástima.

José Leonardo no entendió qué le causaba gracia a Miztli de la encomienda de Yoltic, ni por qué éste había decidido revelar una misión secreta al asistente de Nezahualcóyotl.

—Podrás llamar a Tlacaélel todo menos ignorante. Cada una de sus movidas tiene una precisión y un sentido exacto.

—Lo sé perfectamente, hermano, jamás me atrevería a subestimar el peligro que representa para nosotros. Yo, de todas las personas, estoy consciente de la malicia y frialdad del viejo, ¿por qué crees que Nuscaa y Laxidó prohibieron que yo fuera a Tenochtitlan?

Yoltic tomó una de las copas y sirvió el contenido del cántaro: parecía ser una especie de bebida frutal.

—¿Lo tienes aún presente? —preguntó Yoltic.

—Todos los días, aunque no como antes. Al menos la rabia ya no arde al rojo vivo como solía hacerlo.

—Admiro el control que ejerces sobre tus emociones. Considerando lo que pasó, cualquier otro hubiera aprovechado para estrangular a Tlacaélel.

—Por nada me atrevería a hacer algo que arriesgara nuestra misión. No se puede cambiar el pasado, el futuro es lo único en nuestro poder y se dibuja prometedor.

—¿Todo marcha conforme a los planes en Texcoco?

—Sí; es más, marcha mejor de lo proyectado. Yo mismo no esperaba que el viejo Tlacaélel enviara a su espía Popoca tan pronto, imaginaba que tomaría al menos un año más llegar a ese punto.

Aunque José Leonardo se había sentido indignado de que su pasado fuera cómplice de los planes de Tlacaélel para espiar el dirigente de Texcoco, según escuchaba ahora, parecía ser parte de un plan secreto entre su pasado y Miztli.

—Fue la negativa a difundir el asesinato de Maxtla lo que lo alertó de un cambio de corazón en Nezahualcóyotl. Tlacaélel sospecha que sea una indicación de que hay una nueva ideología en Texcoco, contraria a la suya —explicó Yoltic—. No sé cuánto tiempo pretende dejarlo allá, pero te aconsejo tener cuidado con él: Popoca es un guerrero mortífero y tiene una lealtad ciega.

—Lo he notado hermano. He tratado de evitarlo lo más posible, es una persona sin honra cuya sola presencia me genera nauseas. Por fortuna, estoy convencido de que Nezahualcóyotl pronto lo despachará fuera de su corte.

—Eso espero —dijo Yoltic dejando de lado la copa y tomando un par de frutas—. ¿Béelia se quedó en Texcoco?

Miztli asintió.

—Todavía falta mucho antes de que podamos decirle a Nezahualcóyotl de nuestra ciudad y, aunque tengo más libertad que tú, debo guardar las apariencias con cuidado. Un viaje con mi esposa hubiese sido sospechoso, en especial cuando pretendo no aceptarla por su origen.



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En el texto hay: misterio, humor, aventura

Editado: 18.08.2024

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