El espejo de obsidiana

Capítulo 17

La mañana siguiente estuvieron en el juzgado. En la superficie todo aparentaba seguir igual, mas en el ambiente se respiraba inquietud y espera. Parecía como si la ciudad y su gente tuvieran conciencia del cambio estremecedor que estaba por venir.

José Leonardo, recargado contra una de las paredes del juzgado, notaba a Yoltic más irritable que otras ocasiones. Sus sentencias eran severas y crudas, tanto así que incluso sus colegas jueces estaban nerviosos y no se atrevían a contrariarlo. A pesar de eso, era el primer día que no le escuchaba repartir condenas de muerte como sanción: era claro que eso indicaba el cierre de envío de refugiados a Neltiliztitlan.

La actitud de Yoltic lo exasperaba. No entendía por qué perder el tiempo con su papel como espía cuando ya no tenía sentido. Lo único que quedaba por hacer era salvar los códices y a los guardianes.

—¿Mis señores?

Arameni entró al juzgado justo cuando se preparaban para partir. José Leonardo olvidó sus preocupaciones al momento de verla a unos pasos de él.

—Simplemente deseaba agradecerles el permiso de separarme de mi esposo y poder recobrar mi honor y dignidad —dijo con una reverencia.

—Bien, los jueces la han escuchado. Ahora le pido parta del tribunal.

Necalli aclaró la garganta, incómodo ante la extraña mujer. Arameni asintió en silencio y salió del salón tan discretamente como había entrado.

—Encantadora mujer —comentó en corto uno de los jueces.

Yoltic no respondió. Acomodó de lado sus ropajes de juez y dejó el tribunal tras una breve palabra de despedida. Encontró a Tlacaélel esperándolo en el pasillo exterior. Con un gesto casi imperceptible le ordenó seguirlo al salón secreto.

“¿Y ahora qué diantres quiere este tipejo?”

—Mañana tomarás una licencia para ausentarte indefinidamente de tus labores y nombrarás a Necalli tu sustituto hasta tu regreso—dijo Tlacaélel sin preámbulo una vez dentro del salón.

—Por supuesto, mi señor, ¿si preguntaran las razones?

—No lo harán, de eso me he asegurado. Saben que participarás en una encomienda especial y que los dioses no sancionarán tu ausencia.

—¿Puedo yo inquirir al respecto?

—Después…

Las palabras de Tlacaélel se enmudecieron súbitamente, José Leonardo empezó a sentirse débil y mareado, como si estuviera a punto de desvanecerse. Aunque podía ver al líder mexica hablar, era imposible escucharlo. Algo hacía interferencia, como estática, entre ellos dos. Pronto, la interferencia empezó a distorsionar la imagen del salón.

“…lo perderemos…tenemos poco tiempo…rápido…la ampolleta que está en el…”

“…chingada madre…¡despierta!”

Reconoció las voces entrecortadas de Lucha y Daniel. Por un lado, sentía el tirón pretendiendo llevarlo de vuelta al presente, y por el otro, una fuerza desconocida lo obligaba a permanecer en el pasado. Sin éxito por parte de ninguna de las dos, el resultado era quedar estancado en un punto intermedio entre ambas dimensiones, sin realmente pertenecer a alguna.

…¿qué lo detiene?”

Lo ignoro…”

“¿…y si no?”

Sitió un fuerte golpe en el torso y abrió los ojos; la interferencia cesaba y la imagen y sonidos de Tenochtitlan era de nuevo nítidos. La misteriosa fuerza deteniéndole en el pasado logró triunfar sobre los esfuerzos de su familia por despertarlo. A pesar de lo preocupante del intento fallido, estaba agradecido de que la lucha terminara.

—Lo entiendo, mi señor —respondió Yoltic con temple férreo e impenetrable.

“¿Qué demonios entiende?”

Imaginaba que Tlacaélel ordenó a su pasado partir con el ejército para destruir a los guardianes, aunque no estaba convencido. Yoltic no tenía entrenamiento militar ¿en qué podía ser de ayuda? Quizá el plan secreto era asesinarlo una vez fuera de la ciudad y atribuírselo a los guardianes como prueba de su deshonor. Era una justificación ideal: hacer que la gente despreciara todo lo relacionado con los antiguos códices.

***

Después de salir del palacio, Yoltic se dirigió a su casa para iniciar su habitual rutina vespertina, el temple ligeramente más hosco y tenso que en otras ocasiones. Los eventos recientes eran motivo de alarma y era imposible que mantuviera un rostro estoico ante ellos. El Juez Sepúlveda aguardó a su lado ansioso, seguro de que su pasado partiría para encontrarse con Arameni en cuanto anocheciera.

“…debemos…si no en…”

Cerró los ojos e intento alentar su respiración. La interferencia había seguido de manera intermitente a lo largo del día. Ignoraba si él podía contribuir a una u otra fuerza, pero, en caso de que sí, necesitaba hacer lo posible por permanecer en el pasado. Considerando las circunstancias, no estaba seguro de sobrevivir otro trance.

Cuando abrió los ojos de nuevo, la ciudad estaba cubierta bajo el impenetrable manto nocturno y Yoltic se alistaba para salir. Tomaron la canoa para aventurarse al islote donde vivía Arameni.

—Temía que no te fuera posible salir de la ciudad para venir —dijo ella al verlo.



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En el texto hay: misterio, humor, aventura

Editado: 18.08.2024

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