José Leonardo intentó escabullirse por la abertura del muro, pero era demasiado pequeña. Corrió desesperado a la puerta y cimbró los barrotes con todas sus fuerzas para intentar derrumbarla.
—¡Maldita sea! —se lamentó y dio un puñetazo a la pared, desesperado.
Afuera, alguien caminó por el pasillo y se detuvo frente a su celda. El juez sospechó que uno de los guardias venía a ordenarle estar en silencio; sin embargo, cuando se abrió la puerta, el hombre en el pasillo le sonrió y se hizo a un lado para dejarlo salir.
—No hay necesidad de exaltarse. Sólo necesitas pedir ayuda para obtenerla —dijo el hombre y, ante la mirada perpleja del juez, explicó—. Disculpa si no vine en tu ayuda antes, es difícil comprender el significado de tu extraño hablar y confieso que, como a Nuscaa y Laxidó, me convenciste de ser un traidor. Soy Tleyótl, creo que nunca tuvimos el honor de conocernos antes.
—Eres el guerrero, el que dejó Tenochtitlan por venir aquí —recordó de sus trances—. ¿Qué haces aquí encerrado?
—Neltiliztitlan se ha sumergido en caos en la última luna. Cuando el Consejo y los demás supieron de un traidor entre los nuestros, muchos se volvieron con recelo hacia mí. Al ser un antiguo seguidor de Tenochtitlan, sospecharon de mis motivos y pusieron en duda mi fidelidad a los antiguos códices. La situación se hizo tan grave que Nuscaa y Laxidó decidieron traerme aquí para salvaguardar mi vida. Al tratarse solo de una medida de protección, Nuscaa me otorgó una llave para salir y entrar a conveniencia —explicó y señaló la celda adyacente—. He escuchado atento toda el relato de tu sagrado nahual. Entiendo que no eres aquel que nosotros conocimos con el nombre de Yoltic.
—¿Y crees que sea verdad?
—Por supuesto. Los sagrados nahuales jamás mienten. Además, cuando fui guerrero en Tenochtitlan encontré múltiples asuntos inexplicables, asuntos siniestros y oscuros que no podía entender hasta ahora.
El nahual salió de la celda y se acercó a ellos.
—Agradezco su asistencia para continuar con nuestra misión —dijo al guerrero.
—Es un honor poder ser de ayuda —respondió Tleyótl con una reverencia—. Vamos, no hay tiempo qué perder.
Al salir de la prisión, se encontraron con un panorama devastador. En unos instantes, los mexicas habían llegado a Neltiliztitlan y los primeros guerreros blandían sus armas con destreza, aterrorizando a la población. Los pocos guardias no eran un obstáculo a su marcha y fueron abatidos sin problemas. A diestra y siniestra se escuchaban gritos, sollozos y súplicas, la gente huía aterrorizada, algunos corrían hacia la torre en busca de ayuda, otros escapaban hacia el bosque rogando por sus vidas.
Un silbido agudo en el cielo distrajo su atención. Una roca cubierta en fuego voló por los aires y se impactó contra unas construcciones en los linderos de la ciudad, reduciéndolas a escombros, humo y flamas en instantes. Pronto, otras rocas siguieron y crearon una granizada de proyectiles aéreos imposibles de detener.
—¿Qué nueva brujería oscura es esta capaz de dar alas al fuego?— murmuró Tleyótl sin aliento.
—Parece que traen catapultas, ¡qué extraño! Hasta donde yo sabía, no existían aquí.
—¿Conoces estos hechizos?
—Sí, no es magia, son como una especie de arma de madera con cuerdas. Si cortas las cuerdas y destruyes las tablas dejan de servir.
—De acuerdo —respondió el guerrero confundido—, yo las detendré. Cortaré cuanto hilo encuentre esperando terminar la vida de las capulas y después regresaré a asegurar la salida a salvo de nuestra gente. Tú debes ir a Teotihuacan y liberar a nuestro señor.
—Oye, no, no puedes tú solo, yo te ayudo.
—No te preocupes, yo me encargaré. Ve con bien, hermano de extraño hablar, salva nuestro mundo de las tinieblas del dios oscuro, detén la pohca-litzios que pretende traer.
—Apocalipsis —corrigió—, es una forma de decir el fin del mundo. Lo haré, gracias por tu ayuda.
Junto con su nahual, José Leonardo se escabulló por la ciudad para llegar al bosque. Se ocultaron cada vez que pasaba cerca de un nuevo grupo de guerreros y tuvieron cuidado de esquivar los proyectiles de las catapultas. En su camino, se encontraron con varios guardianes. Unos optaron por enfrentar con valentía a los invasores. Otros les sugirieron rutas ocultas para huir. Unos cuantos cargaban lo que parecían ser códices y libros: al menos algo de las enseñanzas prevalecería.
Cuando estaban casi por alcanzar el bosque, un nuevo silbido sordo en el cielo los distrajo. José Leonardo se detuvo y observó con cuidado la trayectoria del misil, con un mal presentimiento. La roca voló por los aires e impactó directamente en la torre, derrumbó el costado derecho y la envolvió en fuego. Una segunda roca impactó en el costado izquierdo y, en menos de un par de minutos, la torre se vino abajo.
La escena llenó sus ojos de lágrimas: era exactamente la visión que tuvo del pasado. Ahora que la presenciaba en vivo, una oleada de rabia lo tomó por sorpresa y lo hizo correr de nuevo hacia el centro de la ciudad. El nahual se adelantó para impedirle volver.
—Es lamentable lo que ocurre, mas así estaba escrito. No puedes detenerlo.
—¡No me importa! ¡Tengo que ayudarlos!
Editado: 18.08.2024