El espejo de obsidiana

Capítulo 22

José Leonardo se arrodilló en el suelo, concentrado en recuperar el aliento. Observó a Miztli iniciar un combate feroz contra Tlacaélel-espectro. La flecha lo había herido y debilitado, pero eso en modo alguno disminuyó el peligro que representaba, por el contrario, sus ataques eran más mortíferos. Miztli brincaba de un lado a otro, evadía golpes de la lanza y estocadas de la serpiente, mientras buscaba la oportunidad de atacar y detener los avances del espectro.

—Ambos son hábiles guerreros, no temas por su bienestar.

Su nahual se acercó a él.

—Apenas son unos niños, no creo que tengan edad ni para votar —respondió el juez corto de aliento. Observaba la batalla ansioso—. Gracias a Dios que llegaron. Un minuto más tarde y me hubiera matado. ¿Cómo pudo darles la espalda Yoltic?

—No tuvo la fuerza de superar la tentación de la oferta del espectro.

—Por poco yo tampoco —admitió—, ver a Citlalli de nuevo hubiere sido…

—Lo sé. Poco importa tu momento de duda, supuse harías lo correcto al final.

José Leonardo asintió en silencio.

—¿Habrá sabido Yoltic quién era en realidad Tlacaélel? ¿Tú sabías? —preguntó el juez.

—No. El espectro ha resguardado con cuidado su identidad, aunque no me sorprende que Tezcatlipoca haya mandado a uno de sus vasallos para infiltrarse en Tenochtitlan.

—Esto ya fue demasiado lejos, debe terminar esta misma noche.

Se incorporó con un quejido. La herida en el abdomen comenzaba a arderle como si le hubiera caído ácido.Tomó de nuevo la lanza y sumergió la rama en el fuego. Corrió a donde estaban Miztli y Tlacaélel en pleno duelo. Se acercó al espectro y blandió la rama frente a él.

—¡Ríndete! —ordenó José Leonardo—. Somos tres en contra de uno, ¡no puedes contra nosotros!

Miztli bajó su lanza y Arameni se acercó más a ellos. Con la garra levantada para resguardarse los ojos, Tlacaélel retrocedió unos pasos.

—Miserable mortal —dijo con voz profunda—, pretendes mostrar valor cuando careces de él. Deberías ser tú quien implorara mi misericordia en lugar de intentar ofrecerla, ¿o crees acaso que tienes lo necesario para enfrentar a mi amo y salir victorioso?

—No, pero Quetzalcóatl sí.

—¿Eso piensas? Mi amo lo sometió sin dificultades y ahora yace encerrado en una prisión sin posibilidad de escape.

—Por eso estoy aquí, para ayudarlo a salir. Tezcatlipoca no es más que un cobarde que se aprovechó de lo que pasó.

Los ojos de Tlacaélel refulgieron con ira, retorció los labios en un gruñido y, con un movimiento súbito, derribó a Miztli de un golpe y embistió a José Leonardo. Éste retrocedió sobresaltado, blandió la lanza y rama frente a él como protección. Tlacaélel evadió hábilmente la rama y, lanzándola con furia hacia un lado, se aproximó a él con el brazo extendido para asestar un golpe. Justo cuando estaba a punto de alcanzarlo, Arameni disparó una nueva flecha.

Tlacaélel se detuvo con otro alarido. Miztli se incorporó y se apresuró a su lado, listo para seguir el combate. Tlacaélel permaneció inmóvil unos momentos, examinando la situación y, sin previo aviso, huyó al bosque.

José Leonardo bajó los brazos con un profundo suspiro de alivio y cubrió la rama con tierra para apagarla. Miztli lo tomó por el hombro con una sonrisa.

—Has peleado con destreza inesperada.

—Creo que de algo sirvieron las clases de kickboxing…

Antes de que pudiera explicar la extraña palabra a Miztli, una punzada de dolor en el estómago lo obligó a sentarse. Arameni se acercó de inmediato para examinar su herida. La joven sacó un pequeño recipiente de un bolso y vertió unas gotas sobre su abdomen y brazos. El sangrado se detuvo al instante y el dolor desapareció rápidamente.

—Gracias, muchas gracias a los dos. Si no fuera por ustedes, no hubiera vivido para contarlo.

—Nosotros también te debemos un agradecimiento y una disculpa— dijo Arameni—. Sin nuestro rencor cegándonos ante tus palabras, hubiere sido posible hacer más por nuestra ciudad, y salir antes de la llegada del ejército. Por fortuna, muchos lograron escapar y ahora se resguardan en los bosques.

—Más personas hubieren perecido de no ser porque Tleyótl encontró la fuente de su poder destructivo —explicó Miztli—, logró detener los aparatos con los que daban alas a las rocas en fuego.

El triunfo del guerrero gracias a su explicación de las catapultas, trajo una sonrisa de satisfacción a José Leonardo.

—Nos ha dicho que tú lo instruiste sobre las calpilas —Miztli hizo una pausa y volvió la mirada al jaguar—. También nos ha relatado algo de la plática de tu sagrado nahual guía y el destino inconcluso de Yoltic.

—¿De Yoltic? ¿Eso significa que me creen?

Arameni y Miztli intercambiaron una mirada.

— Es un concepto extraño y difícil de creer —apuntó Arameni—, pero estoy dispuesta a aceptar tus explicaciones para el cambio en tu rostro y corazón.

—Con gusto recibidas después de la traición de Yoltic —añadió Miztli—. Es reconfortante saber que un acto tan vil no ha pasado desapercibido. Si tú eres su vida futura, ¿qué ha sucedido con él?



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En el texto hay: misterio, humor, aventura

Editado: 18.08.2024

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