Montreux, un enclave tranquilo a orillas del Lago de Ginebra, era famosa por su serenidad. Pero detrás de su fachada de montañas majestuosas y aguas cristalinas, la vida seguía sus propios ritmos acelerados en el hospital de Saint-Pierre, el centro médico más renombrado de la región. Aquí es donde trabajaba el doctor Charles Beaumont, un cirujano de fama internacional, conocido por sus habilidades excepcionales y su precisión quirúrgica.
Charles había llegado a Montreux hacía una década, buscando un lugar donde practicar la medicina en paz. Hijo de otro cirujano famoso, había crecido bajo la sombra de su padre, el renombrado doctor René Beaumont.
Desde pequeño, Charles admiraba a su padre, quien le inculcó una pasión por la medicina. Pero con esa admiración, también creció un miedo implacable: el miedo a no estar a la altura de su legado.Durante años, Charles fue elogiado como el mejor en su campo, pero cada operación, por exitosa que fuera, lo dejaba con una creciente ansiedad.
Ningún elogio lograba calmar el temor constante de fallar. Nadie, ni sus colegas ni sus pacientes, conocían la tormenta que se libraba dentro de su mente.
Cada mañana, antes de dirigirse al hospital, Charles realizaba un ritual que había adoptado casi sin darse cuenta. Se paraba frente a un antiguo espejo en el baño de su casa, observando su reflejo durante minutos. Era un espejo de familia, heredado de su padre tras su muerte. Tenía algo extraño, algo que siempre lo había inquietado, pero que nunca había logrado identificar con precisión.