Una mañana de invierno, Charles fue llamado al hospital de urgencia. Un accidente automovilístico en la autopista cercana había dejado a un joven en estado crítico, y Charles era la única esperanza para salvarlo. La operación fue compleja, mucho más de lo esperado. Las horas pasaban mientras él luchaba por estabilizar al paciente. Con cada corte y cada sutura, su mente repetía el mantra: “No puedes fallar”.
Al final, el paciente sobrevivió, pero apenas. Charles salió del quirófano agotado, empapado en sudor. Sentía que había estado a punto de perder la vida que estaba en sus manos. A pesar del éxito, una sensación de fracaso lo invadió. El miedo a equivocarse lo había consumido durante toda la operación. Se sentía débil, vulnerable.
Regresó a casa tarde esa noche, exhausto y confundido. Como cada noche, se dirigió al baño y encendió la luz frente al espejo. Al levantar la vista, algo lo paralizó.