Una noche, después de una semana particularmente difícil en el hospital, Charles decidió enfrentarse de nuevo al espejo. Necesitaba respuestas. Se plantó frente a él, decidido a desentrañar el misterio.
—¿Qué quieres de mí? —le preguntó al reflejo que nuevamente apareció.
El reflejo lo miró con comprensión.
—No se trata de lo que quiero yo, Charles. Se trata de lo que necesitas tú. Has pasado tu vida evitando tus miedos, escondiéndolos detrás de tu habilidad. Pero hasta que no los enfrentes, siempre estarán ahí, acechándote.
Charles respiró profundamente. Por primera vez, dejó que las palabras del reflejo calaran hondo. Sabía que había verdad en ellas.
Su miedo no era al fracaso, sino a no estar a la altura de su padre, de no ser lo suficientemente bueno. Toda su vida había estado luchando contra esa sombra, y el espejo se lo estaba mostrando claramente.
—¿Cómo dejo de temer? —preguntó, esta vez con una vulnerabilidad que nunca antes había mostrado.
—Aceptando que no eres perfecto. Ningún cirujano lo es. Pero cada error, cada paso en falso, es una oportunidad para aprender y mejorar. No se trata de ser infalible, sino de ser humano.