Violeta venía bajando las escaleras cuando la vio; estaba de pie junto al piano, con una mano acariciando las teclas y la otra sosteniendo un cuaderno.
—Hola —sonrió la muchacha cuando la vio.
—Hola, ¿Abi…?
—Abigail —completó—. La hermana de Derek. Quiero decir, la hermanastra.
—Sí, me acuerdo… Tú… —Violeta recorrió la sala con la mirada, pero no vio a más nadie—. ¿Viniste con tu familia?
—No, ellos están en la iglesia. Vine sola. Derek me ayudará con matemática… Dijo que venía en camino.
—Ya. —Violeta se acercó—. ¿Y hace cuanto que tu madre se casó con…el padre de Derek? —preguntó.
—Hace ya cinco años.
—¿Y cómo se conocieron ellos? —quiso sonar casual, pero Abigail parecía más bien desconcertada—. Claro, si se puede saber.
Abigail se quedó pensando.
—Fue en la iglesia. Bueno, no en la iglesia… Mamá… ella estaba ayudando en un grupo de… Octavio tenía problemas con el…
—¿Con el alcohol?
—Sí. Mamá lo conoció en un grupo de alcohólicos anónimos.
—Entiendo… ¿Y te gustó?
—¿Qué?
—¿Que tu mamá se casara con él?
—Bueno, yo… Es que solo tenía diez años —rio.
Violeta sintió ganas de seguir indagando.
—¿Y cómo es la vida con él? —Abigail frunció el entrecejo—. Me refiero, se la llevan bien… ¿Te trata como a una hija?
—Yo, eh… —Se oyeron unos pasos, y Abigail sonrió—: Derek.
*****
—Era muy hermosa —sonrió Violeta.
—Se llamaba Abril. Como el primer disco de mi madre.
—Mamá —suspiró, acariciando la siguiente foto del álbum—. ¿Cómo era ella, Irina? ¿Cómo era su forma de ser?
—Mamá —se le quebró la voz—. Ella era la mujer más hermosa que he visto en la vida… Donde pasaba todos se le quedaban viendo y olía, olía siempre a frutas. Ese perfume. Era lo más delicioso que olí en la vida… Mamá, ella era buena, dulce, le gustaba reír, aunque no con todos… También era estricta, exigente, y dura cuando tenía que serlo.
—No llores, por favor… Lo siento, no debí hablarte de ella… Yo… es solo que no la recuerdo.
Irina le apretó la mano, cariñosamente.
—Nunca fue mi intención —dijo Irina.
—¿Qué?
—Enamorarme de Derek.
Violeta sintió una bala directo al corazón. La pólvora esparciéndose como veneno por la sangre. Y el dolor. Ese dolor que nunca se iba.
—Irina, yo… No te estoy pidiendo una explicación.
—Pero necesito… Siento que necesito dártela… Es que cuando él regresó…Ya habían pasado cinco años desde que te habías ido a Paris y él estaba tan diferente. Tan guapo. Fue amor a primera vista, ¿entiendes?
—Claro.
—Despues quedé embarazada y él… Él estaba tan feliz que no dudó en pedirme matrimonio… Yo lo pensé. Te lo juro que lo pensé… Pero tú ya tenías tu vida en Paris… No pensé… No pensé que ibas a regresar… Debes odiarme.
—No. No te odio.
—Pues yo lo haría si fuera tú… Aun lo amas, ¿verdad?
—Claro que no.
—Entonces, ¿por qué aun llevas ese infinito colgando en tu cuello?
—Eeeeh. —Violeta lo aferró a su mano—. Es solo un…
El celular sonó, interrumpiéndola, e Irina contestó.
—¿Sí?…No, ya no estoy modelando. Hace años que me retiré… No, ahora no puedo salir… ¿Quién le dio mi número?... Ah, Wanda… Sí, pero ya no me estoy dedicando al modelaje…
Violeta aprovechó la llamada para huir. Lo último que deseaba era contestar aquella pregunta.
Se encerró en su habitación y se echó a llorar.
Recordó el día en que se enteró de aquel matrimonio. No vio videos, pero sí fotos. Una famosa revista anunciaba el matrimonio de la aclamada pianista Irina Ocampo y el arquitecto Derek Espinoza.
¿Por qué aun llevas ese infinito colgando de tu cuello?
Porque era una tonta. Por eso aún lo llevaba.
Tuvo ganas de quitárselo. De arrancarlo de una vez por todas de su pecho. Junto con el corazón. Pero ni siquiera eso podía.
Derek estaba tan grabado en su piel. Como su violación.
—Violeta —escuchó su voz del otro lado de la puerta.
—Derek.
Secó rápidamente sus lágrimas y se aferró a la manilla de la puerta, sin abrir.
—¿Qué pasa?
—Necesitamos hablar. Abre, por favor.