El esposo sustituto

CAPITULO 3:

A decir verdad, no había planeado vivir de esa manera. Cuando desde las escaleras escuchó como el mayordomo de Evans recibió a alguien por la puerta, supuso de inmediato. Probablemente, se trataba de las interminables reuniones que hacían sus padres para presumir la lujosa mansión en la que vivían a nuevos inversores, se iban a sentar, a charlar en la sala de invitados y tal vez iban a llamarlo para que saludara, y como no, presumirlo. Hacía mucho tiempo desde que no lo llamaban, luego de aquel escándalo que estuvo a punto de arruinar su imagen.

Bajó las escaleras con pereza, iba a salir sin ser percibido, ignorando por completo a los invitados, ni siquiera iba a voltear a mirarlos, sin embargo, se retractó cuando no percibió a nadie. En el sillón más grande solo pudo encontrar bolsas con logos de marcas muy importantes. Sus ojos brillaron.

No era muy codicioso con respecto a que vestir. Era algo así como un código de vestimenta implantado por su familia, tenían que ser percibidos de la forma menos superficial posible frente al público. Así que, o compraba en línea o simplemente se limitaba a soñar con cosas bonitas. Era una lástima, porque realmente amaba las cosas caras. Si iba a ser una diva, era mejor que nadie lo reconociera. De lo contrario, el público simplemente destronaría el título de “E.E.R.S.” (Empresarios con Enfoque en la Responsabilidad Social), un título que habían mantenido durante años a su familia.

Stefan había escuchado —cientos de veces— aquellas palabras, ser pronunciadas con mucha verosimilitud por parte de su padre, tanto que la imagen de viva de su progenitor pasó por su mente en el instante en que abrió una de las bolsas, a la par del momento en que sus ojos se iluminaron.

“Reducir nuestra huella ambiental y evitar los lujos innecesarios refleja los valores que defendemos como familia,” solía repetir su padre, con la severidad de quien dicta un dogma.

Entonces, sintió un escalofrío.

Intentaría echarlo todo a la basura.

La prenda se deslizó por su brazo, una suavidad cautivadora, rojo como la sangre. Nunca había visto un diseño tan extravagante. Colores vibrantes y costuras arriesgadas, trascendían formas extrañas de dorado por toda la prenda, todo parecía ser muy de su estilo. Giró la cabeza, como forma de rechazo, pero volvió en sí mismo arrugando sus labios.

Su teléfono timbró brevemente.

“Espero que lo disfrutes, es la clase de cosas que gustan los jóvenes como tú”

El mensaje solo lo hizo gruñir, y ver quién había enviado el mensaje provocó cierta angustia.

¿Cómo sabía Octavio las cosas que le gustaban?

Estaba comprometido con un psicópata.

—Oh no, Joven. Debí llevarlo hasta su habitación —interrumpió Saúl, el mayordomo de Evans y de forma apresurada fue levantando las bolsas.

Las prendas estaban extendidas por todo el sofá, si podía observarlo desde lejos era un desastre visual de colores brillantes y exageradamente llamativos, pero si los observaba desde cerca…

—No es necesario, —Stefan arrugó la prenda en un puño y luego la devolvió a su bolsa: —Tíralo antes de que el señor F. llegue.

Saúl titubeó, sosteniendo la prenda entre sus manos un instante más del necesario, como si lo juzgara sin palabras. Pero obedeció.

Si lo observaba desde cerca, no hacía falta alguna palabra, porque todo cobraba sentido con tan solo ver el brillo de su mirada. Aquello sucumbía cuando discernía una cosa: Aquel motivo no provenían de las prendas, de los colores, ni de mucho menos del hombre cuya intención no entendía. Si no, de un recuerdo que iluminaba su pasado, rojo como la sangre, o brillante como las llamas del fuego.

Había pasado solo unos cuantos días. Stefan no podía quedarse más tiempo en esa casa. El eco del mensaje de Octavio lo seguía, resonando como un tambor en su cabeza mientras buscaba refugio en la noche.

—Investiga a ese bastardo —su voz crujió sobre la única fuente de luz que provenía desde la farola de un parque al que no había llegado por mera casualidad.

—Estás ebrio —expuso Alex, detrás del teléfono— Te las tendrás que arreglar por ti mismo, no podré recogerte esta vez

—Necesito esto —se defendió Stefan, tomando la última gota de la botella y tirándola al ver que ya se había acabado.

Alex soltó un bufido: —Sigues con tus mismas prácticas de antes, ¿estás seguro de que podrás vivir así?

—No… —Stefan cabeceaba de vez en cuando, por lo que se le dificultó oír el regaño de su amigo, y tampoco pudo explicarse con claridad.

Alex no entendía. Aunque tenía razón, una buena dosis de alcohol no ayudaban a su mente, no necesitaba eso, Stefan había usado su mente toda la semana anterior, sin ningún tipo de resultado positivo. Seguir sus instintos era la única forma de hallar las respuestas, pero era tan cobarde que necesitaba al menos un impulso. El hombre que lo acechaba parecía estar más cerca de lo que creía.

—Espero que vuelvas pronto a tu…. —un regaño que se perdió en la oscuridad de la noche.

Stefan no pudo escucharlo.

—¡Ahg! Estoy tan cansado, ¿por qué tienes que hacer estás cosas y llamarme? —Alex continuó, el segundo regaño vino con cierto brote de culpa. Stefan soltó el primer “Hip”

Stefan no pudo notarlo, pero en el silencio era evidente la cara de resignación que ponía su amigo.

—Envíame tu ubicación. Pediré que alguien vaya… —Y la llamada se cortó en un parpadeo.

Stefan no se había movido ningún centímetro. No notó que esa voz aguda había parado luego de algunos largos segundos, de hecho podía sentir como se repetía como la voz de su consciencia. Abrió lentamente sus parpados para hallar el problema, la luz entró al instante con un golpe ligero y molesto, cuando su vista fue ajustada, se encontró con una mirada gris inquietante, la sombras que se posaban en aquel rostro, la falta de luminosidad en aquella parte que tanto deseaba conocer…




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