Nunca iba a perdonárselo.
Una firma había cambiado por completo su vida y había recuperado todo aquello que le pertenecía.
Se movió entre las sabanas, sin sentir a la persona que la noche anterior había estado presente en ese lado de la cama. Fue un detalle que lo molestó y lo despertó de inmediato. Cuando abrió los ojos, recuperando la visión, como todas las mañanas, se enamoraba cada vez más de lo que veía al rededor, y la molestia desaparecía en un pestañeo.
La habitación principal de Octavio era lujosa, de forma muy exagerada, y ese detalle le fascinaba. Caminó por la alfombra y la fina tela acarició su planta, un detalle que se había repetido por más de dos meses, meses en los que estuvo viviendo con Octavio, pero aún no había terminado por acostumbrarse a ese detalle, así que cada vez que sentía la finura de la tela, su cuerpo se estremecía.
Caminó posando frente al espejo; su piel se veía radiante, suave, viva y con un hermoso color, como cada vez que se acostaba con Octavio y recibía una ducha de feromonas recompensadas. Cada vez que sentía el olor o la tenue presencia de ese fervor, lograba deshacerse de toda la ansiedad que alguna vez había vivido en su cuerpo.
Estaba seguro de que si lo hacía unas cuantas veces más terminaría por descubrir la inmortalidad.
Pero nunca iba a perdonárselo.
Sus padres lograban contactarse con él un par de veces a la semana. Stefan estaba más calmado que nunca, así que todo el dolor causado fue perdonada sin una disculpa de por medio, ni una mirada, ni una palabra.
Pero nunca iba a perdonárselo.
Con Alex era de la misma forma. Hablaba con él y cada vez que lo hacía sentía que recuperaba la emoción que alguna vez sintió viviendo una vida dramática impulsada por él mismo, pero aquella sensación, al pasar los días, comenzaba a sentirse menos suya. Y simplemente escogió alejarse de todo lo que lo recordaba a él. A los problemas, pero más a él.
Nunca iba a perdonárselo.
Cada vez que despertaba, un poco mareado por el baño de feromonas que volvía un lienzo, el espacio de sus sentimientos y sus emociones, se sentía vacío. Y cada vez que veía alrededor se sentía en un sueño.
No fue hasta encontrarse perdido en el lujo del deseo, en las enormes paredes que prometían protegerle de cualquier peligro o mirada juzgadora, que entendió que había escapado de una vida dramática para vivir en un sueño.
Pero tampoco podía culpar a alguien.
Más que a él mismo.
Antes de salir, recorría cada espacio de la mansión, solo para asegurarse que todo siguiera en orden, en el mismo orden con el que lo había encontrado. Sin embargo, los mayordomos de Octavio eran muy capaces, pasaban como sombras al rededor sin ser notados, limpiando y cubriendo cualquier desastre. Así que nunca encontró algo fuera de lugar.
Todo se encontraba en el mismo lugar, incluso si la noche anterior hubiera intentado cambiar por pura emoción alguna parte del ambiente. El más minúsculo detalle. Y en ese mismo paraíso, el único clavo que lo expulsa hacia la verdad se encontraba en medio de la sala. Una carta en el escritorio que estaba ahí para burlarse. En ella, una lista de condiciones adicionales, un recuerdo de que vivía en un sueño programado. Stefan, como cada vez que intentaba leerla por completo, termina por soltar la carta, pero no logra apartar los ojos de ella. La realidad golpea con fuerza: cada decisión tomada desde aquel día no ha sido completamente suya. Aunque ha ganado lo que quería, ¿a qué costo?
Tiene que salir, aunque no sabe hacia dónde. Su mente regresa a Alex por un instante, pero lo desechó con rapidez. En cambio, sus pasos lo llevan hacia el balcón, donde el viento fresco lo despierta un poco de la neblina en la que parece vivir desde hace meses.
—¿Realmente quiero esta vida? —murmuró, sintiendo que por primera vez en mucho tiempo la pregunta no tiene respuesta.
La puerta principal se abrió, y los pasos inconfundibles de Octavio llenaron el espacio detrás de él. Stefan no se dio vuelta. En cambio, cerró los ojos, respirando profundamente, preparándose para lo que estaba por venir. Una confrontación que había evitado por demasiado tiempo, pero que en ese instante sintió inevitable. Una explicación. Si Octavio era dueño de todo, podía explicarle que diablos estaba sintiendo, ¿por qué se sentía cada vez menos él? ¿Por qué se sentía en una vida menos suya? ¿Por qué se sentía en un sueño?
Octavio se acercó y saludó con un beso en la mejilla. Pronto las ideas que se generaron en la mente de Stefan se calmaron y parecía tenerlo todo bajo control, todo claro.
Stefan se volteó, recibiéndolo con una sonrisa. Enrolló sus brazos en el cuello de su marido y luego Octavio lo elevó hasta que sus pies dejaron de tocar el suelo. Octavio sostenía a Stefan llenándolo de calidez y Stefan intentaba reconfortarse en las feromonas que lo volvían loco.
Stefan sintió cómo el aire fresco del balcón se mezclaba con el calor abrumador de Octavio al sostenerlo. Por un instante, quiso dejarse llevar, olvidar todas las dudas que lo atormentaban y simplemente perderse en esa sensación de seguridad que parecía ofrecerle. Sin embargo, al tener la realidad frente a él, bajo aquel balcón, la carta seguía pesando en su mente, como una herida que no dejaba de sangrar.
—¿Qué ocurre? —preguntó Octavio, con su tono grave y controlado, mientras bajaba a Stefan con cuidado. Su mirada era intensa, como siempre, pero había algo más en ella esta vez, una mezcla de curiosidad y sospecha.
Stefan quiso responder con una de sus acostumbradas frases ingeniosas, pero su garganta se sentía seca, como si la verdad quisiera abrirse paso a la fuerza. Desvió la mirada, sus dedos tamborileando nerviosamente sobre el pecho de Octavio.
—Nada importante —mintió, intentando sonar despreocupado, pero su voz tembló ligeramente. Octavio lo notó al instante.
#680 en Novela contemporánea
omegaverse bl, hombre divorciado, matrimonio por contrato y convenencia
Editado: 12.01.2025