El esposo sustituto

CAPITULO 8:

Una tarde, Octavio llevó a Stefan a un lugar alejado, una pequeña capilla abandonada en las afueras de la ciudad. El aire estaba tranquilo, y la atmósfera parecía suspendida en el tiempo, con las velas encendidas y flores dispersas por el suelo, como si todo estuviera preparado para un encuentro privado y lleno de significado.

Stefan, al llegar y ver el lugar, se detuvo un momento, confundido, mirando todo a su alrededor. Luego, se giró hacia Octavio.

—¿Qué es esto? —preguntó, su voz llena de desconcierto.

Octavio le sonrió suavemente, un brillo en sus ojos. Con paso firme, se acercó y, mirando a Stefan, respondió:

—No me gustan las ceremonias grandes ni los compromisos públicos, pero tú sí. Así que decidí darte esto, a mi manera.

Stefan se quedó sin palabras, una mezcla de asombro y emoción invadiendo su pecho. El silencio entre ellos se hacía denso, cargado de significado. Octavio sacó una pequeña caja de su bolsillo y, con un gesto suave, la abrió. En su interior, un anillo sencillo, pero brillante, que parecía reflejar toda la luz de las velas a su alrededor.

—Esto no cambia el hecho de que ya estamos casados —continuó Octavio, mirando profundamente a Stefan—, pero quiero que sepas que lo estoy haciendo porque tú eres importante para mí.

Las palabras de Octavio calaron hondo en Stefan, y sin poder evitarlo, las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos. Esta vez no había dudas, ni inseguridades. Solo había un sentimiento profundo, claro, de amor. Un amor que, por fin, parecía real y tangible.

Stefan lo miró, su corazón palpitando con fuerza, y aunque no encontró las palabras para responder, no fue necesario. El gesto y la sinceridad en los ojos de Octavio decían todo lo que no podía expresar.

La luz suave de la mañana entra a través de las cortinas, tiñendo la habitación de un dorado cálido. Stefan se despierta lentamente, sin prisas, como si el mundo alrededor se hubiera desacelerado. Su mirada se posa en Octavio, que sigue dormido a su lado. La familiaridad de su presencia, la paz de su respiración regular, le da una sensación de hogar que no había experimentado en mucho tiempo.

Stefan se gira hacia él, contemplando su rostro relajado, sin las sombras que solían dominar su expresión. Hay algo profundo y sereno en ese momento, algo que lo hace sentirse más completo de lo que jamás imaginó. Y, por primera vez, se siente seguro, como si todo lo que había sido incierto, todo lo que había temido, se desvaneciera en la quietud de ese instante.

—Creo que esto es lo que siempre quise —susurró para sí mismo, la voz suave, casi temerosa de romper la quietud de la mañana.

No esperó respuesta, pero el simple hecho de haberlo dicho en voz alta lo hizo sentir más ligero. Cerró los ojos por un momento, permitiéndose sentir la paz que siempre le había faltado.

Cuando Octavio mueve ligeramente la cabeza, abriendo los ojos al escuchar el murmullo, se encuentra con la sonrisa de Stefan. Un destello de comprensión cruza sus ojos, y sin pensarlo dos veces, lo atrae hacia él, abrazándolo con la misma naturalidad que siempre había existido entre ambos, como si el amor nunca hubiera estado ausente, solo esperando el momento perfecto para surgir.

La sonrisa de Stefan crece al sentir el abrazo, y sus manos buscan, instintivamente, la calidez de Octavio. El roce de sus labios es suave, pero lleno de una ternura que ambos necesitaban.

Cuando se separan, aún en los brazos del otro, sus miradas se cruzan, y ambos lo saben sin necesidad de palabras. Están donde deben estar, finalmente alineados en lo que más importa. Y en ese pequeño instante, la vida, los miedos, y todas las incertidumbres del pasado se desvanecen. Solo quedan ellos, el uno al otro, y la certeza de que lo que tienen es real.

Las cosas habían cambiado desde hace mucho tiempo y salir era la prueba de aquello. Por ejemplo, visitaba con descaro el café que disfrutaba cada día de su pasado.

Stefan se recuesta ligeramente en su silla, dejando que el anillo brille con la luz suave del café. Su dedo lo mueve inconscientemente, mostrando cada ángulo, como si el simple acto de admirarlo fuera una afirmación de todo lo que ha cambiado en su vida. Su sonrisa es de una satisfacción plena, casi infantil, mientras mira a Alex, esperando que reconozca lo obvio: este anillo es un paso hacia algo más grande, algo más seguro.

—¿Ya lo viste? Es precioso, ¿no? —dijo con entusiasmo, sin dejar de girar el anillo bajo la luz.

Alex, que ya había visto el mismo movimiento al menos cinco veces, soltó una risa ligera. Con un leve encogimiento de hombros, se llevó la taza de café a los labios, su expresión ligera, ligeramente cansada.

—Sí, Stefan, lo he visto unas diez veces en los últimos cinco minutos. ¿No te cansas de presumir?

Stefan finge indignación, levantando una ceja mientras sigue moviendo el anillo con satisfacción.

—¡Jamás! Este anillo es la prueba de que las cosas están cambiando entre Octavio y yo. ¿Sabes cuánto esperé por algo así?

Alex se recuestó un poco en su silla, observando a Stefan con una mezcla de cariño y precaución. La luz del café se refleja en su mirada, pero hay una pizca de duda que no puede ocultar. Dejó la taza con suavidad sobre la mesa.

—Es un buen paso, pero no olvides que una relación es más que un anillo...

Stefan rodó los ojos, pero su sonrisa no desapareció. La seguridad en su tono está firme, como si el simple hecho de tener el anillo le diera más confianza de la que podría haber imaginado.

—Sí, sí. Pero déjame disfrutarlo un poco, ¿quieres? —respondió, desafiando la seriedad que Alex intenta imponer en la conversación.

Más tarde, en la mansión familiar, la escena cambia. La luz cálida del hogar reemplaza la luz del café. Stefan, ahora más tranquilo, extiende la mano ante sus padres. El anillo, que sigue brillando con esa misma intensidad, parece ser el centro de atención. Falcon y Evans lo observan con una mezcla de sorpresa, algo de admiración y una leve incomodidad que Stefan percibe, aunque no lo menciona.




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