Stefan caminaba por la mansión, como si las paredes mismas fueran las que lo empujaban a moverse, arrastrándolo por pasillos vacíos, a través de habitaciones silenciosas, sin rumbo claro. Cada paso sonaba como un eco distante, un recordatorio de la quietud de su vida, de cómo había llegado a este punto, de cómo había llegado a estar tan perdido. El aire fresco de la tarde se colaba por las ventanas abiertas, pero no había nada que pudiera disipar la sensación de opresión que se apoderaba de su pecho. Había algo que lo atormentaba, algo que se deslizaba por su mente como una sombra que nunca podía alcanzar.
Cuando entró en la sala, lo vio. Octavio estaba sentado cerca de la chimenea, su figura inconfundible iluminada por la luz cálida del fuego. Era imposible ignorarlo, pero eso no significaba que Stefan estuviera dispuesto a enfrentarlo. De hecho, cuando sus ojos se encontraron, Stefan sintió una repentina oleada de incomodidad. Octavio lo miraba con esa intensidad tranquila, como siempre, pero había algo diferente, algo que Stefan no podía nombrar. Había un peso en su mirada, como si estuviera esperando algo, algo que Stefan no quería darle.
A pesar de todo, se acercó, sentándose en el sofá junto a él. Intentó mantener su respiración controlada, su postura erguida, como si nada estuviera fuera de lugar. No quería pensar en lo que sabía, no quería enfrentarse a la verdad que se estaba colando lentamente en su conciencia. Sabía lo que había descubierto, pero actuaba como si no importara. Como si todo siguiera siendo lo mismo.
Octavio no dijo nada al principio. Solo lo observó en silencio, sus ojos fijos en Stefan, como si estuviera esperando que él dijera algo, hiciera un gesto, cualquier cosa que pudiera indicar que Stefan había notado lo que estaba sucediendo. Pero Stefan se mantuvo en silencio, mirando al frente, evitando el contacto visual.
Finalmente, Octavio rompió el silencio, su voz baja, pero cargada de una tensión que Stefan no pudo ignorar.
—¿Qué pasa, Stefan? —preguntó, y aunque la pregunta era simple, había algo en su tono que no podía disimular la preocupación.
Stefan lo miró brevemente, sin encontrar las palabras adecuadas. ¿Qué podía decir? ¿Cómo podía siquiera empezar a hablar de lo que estaba ocurriendo dentro de él? No podía.
—Nada —respondió, su voz sonando más vacía de lo que esperaba. Las palabras se quedaron colgadas en el aire, como si él mismo no creyera lo que acababa de decir. No podía ver a Octavio, no podía soportar esa mirada tan cargada de significado. Así que desvió la vista, como si todo fuera un juego, como si nada hubiera cambiado.
Octavio no insistió, pero la calma con la que le respondió solo hizo que Stefan sintiera más la presión en su pecho. Estaba ahí, junto a él, en su misma habitación, pero había algo en su presencia que lo hacía sentirse más distante, más ajeno.
Finalmente, Stefan se levantó abruptamente, casi sin pensarlo. El impulso lo tomó por sorpresa. Como si necesitara escapar de ese espacio, de esa tensión que se había acumulado entre ellos, que él mismo había creado. Caminó hacia la ventana sin mirar atrás, sin pronunciar palabra alguna.
—Voy a salir un rato —dijo sin apenas mirarlo, su voz temblando al final de la frase, traicionando la fachada de indiferencia que trataba de mantener.
Octavio no se movió, pero Stefan podía sentirlo cerca, lo sentía en su espalda, en el aire denso que los rodeaba. Era como si su presencia se deslizara bajo la piel de Stefan, abrazando cada rincón de su mente, perturbando su paz.
—Stefan... —la voz de Octavio sonó baja, casi un susurro, pero en ella había algo que Stefan no pudo identificar—. ¿De verdad vas a seguir así?
Las palabras se quedaron suspendidas en el aire, pero Stefan no respondió. No podía. No quería. Porque sabía que si comenzaba a hablar, si comenzaba a enfrentar la verdad, ya no habría vuelta atrás. Y no estaba listo para eso. No ahora. Así que se dio la vuelta, salió de la sala y caminó por los pasillos vacíos, sin rumbo, sin saber exactamente a dónde iba. Solo quería alejarse, esconderse de algo que no podía entender, de algo que lo estaba consumiendo desde adentro.
La mansión estaba en silencio, pero dentro de Stefan, el ruido era ensordecedor. Sabía que había algo que no podía seguir ignorando, pero aún así prefería mantenerse en la mentira, en la comodidad de no enfrentarse a lo que realmente sentía.
…
Stefan se encontraba en la mesa del comedor, como si nada hubiera ocurrido. Estaba sentado con la espalda erguida, una mano sosteniendo una taza de café, mientras observaba a Octavio desde su lugar con una expresión fría y distante. Su rostro, normalmente expresivo y lleno de emociones, estaba ahora enmascarado por una sonrisa falsa, esa que sabía que Octavio odiaba, pero que se había convertido en su refugio más seguro. Era como si todo lo que había sucedido entre ellos nunca hubiera ocurrido. Como si el calor de su cuerpo, las palabras compartidas, la vulnerabilidad… nunca hubieran sido parte de su realidad.
Octavio entró en la habitación, el sonido de sus pasos resonando en el suelo de mármol. Se detuvo frente a Stefan, mirándolo fijamente, pero Stefan no levantó la mirada. En su lugar, tomó otro sorbo de su café, la bebida caliente, deslizándose por su garganta como si no hubiera un torrente de emociones en su interior.
—¿Qué? —preguntó Stefan con indiferencia, como si Octavio no estuviera ahí en absoluto.
Octavio lo observó, su frustración creciendo. La máscara que Stefan había colocado sobre sí mismo era evidente, y a pesar de que lo había visto usarla en muchas otras ocasiones, algo en esta parecía más vacía, más desprovista de la esencia que alguna vez lo había hecho tan fascinante. Era como si, en su intento de ocultar lo que sentía, se hubiera desconectado completamente de lo que lo hacía real.
—No me mires así —dijo Octavio, su voz cargada de molestia—. Sé lo que estás haciendo, y no me gusta.
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Editado: 12.01.2025