Él estaba ahí. En mi cumpleaños nunero nueve.
Ese año no pedí nada especial. No imaginaba que más podia pedir si yo pensaba que ya lo tenía todo. Una madre, un mejor amigo y un perro.
Pero cuando Charles es tu mejor amigo, nunca puedes estar seguro de nada.
Ese día llegó con un pequeño paquete en sus manitas, pero esta vez estaba forrado de un rojo penetrante. Del mismo color que el collar de sonrisas.
Por un momento pense que se trataba de algo para él.
Hasta que lo abrí.
Le quité la cinta adeciva con cuidado para no romper el delgado papel. Pero cuando lo rasgue sin querer, decidí terminar de romperlo para ver lo que envolvía.
Era una sudadera.
Verde, como las paletas de limón.
Debo admitir que para tener nueve años, Charles tenia un gran gusto para la ropa.
Subi a mi cuarto para dejarla sobre la cama junto a los demas regalos de mi familia. Y ahí solo me dí cuenta.
Parecía que la intención de Charles era reemplazar la sudadera anterior. Pero yo nunca la ví como eso. Mas bien, como algo más, un regalo. Pero no uno cualquiera, si no el regalo.
Me hubiese gustado decir que su sudadera fue la mejor. Que jamas me la quité hasta que comenzó a quedarme pequeña y aun así me la ponía.
Pero la verdad es que ni siquiera me la puse en alguna ocasión.