En la penumbra de una Ciudad de México que respira caos y eternidad, las luces de neón titilan como promesas que se quiebran en el aire, y Julián Iscariote avanza con un rostro prestado, pero un alma que arrastra el peso de dos mil años de traición. La cuerda que debió ahorcarlo bajo un cielo desgarrado por relámpagos se rompió, y desde entonces, su vida es un castigo vestido de inmortalidad. Cada vez que cruza el Crisol de las Cenizas —un infierno etéreo donde las llamas del remordimiento devoran su espíritu para moldearlo en un nuevo cuerpo—, pierde un fragmento de su antiguo poder. Ese poder que, en vidas pasadas, lo alzó como líder de multitudes, desde las arenas ardientes de Judea hasta los callejones húmedos de ciudades sin nombre. Sus manos han encendido guerras, han torcido destinos, han erigido y derrumbado imperios. Pero cada purificación lo despoja de fuerza, y ahora, en esta urbe de concreto, pecados y memorias rotas, siente el aliento frío del final.
Ella es Sania, un relámpago de mirada afilada y corazón blindado, pura como el agua que brota de un manantial oculto, pero feroz como el filo de una obsidiana. En los laberintos de La Merced, donde el bullicio oculta el roce de los vivos con los muertos, o en las cantinas de Garibaldi, donde el mariachi ahoga los susurros del más allá, Sania ve lo que otros ignoran: sombras de los que partieron, deslizándose entre los vivos, murmurando verdades que queman. Ella es la única que puede mirar a Julián y ver no al hombre de rostro robado, sino al traidor eterno, al alma podrida por la culpa. Los Jueces Sin Rostro del Crisol han dictado su veredicto: Sania es su salvación. Pero el precio es cruel —ella debe amarlo, a él, un hombre cuyo corazón está manchado de sangre y traición, un líder que siempre termina con las manos empapadas en cenizas.
En una cantina al borde del olvido, entre el humo espeso de cigarrillos y el aroma agrio del tequila, Julián la observa desde una mesa al fondo. El aire vibra con el lamento de un acordeón lejano. “Te conocí en otra vida”, murmura para sí, su voz atrapada en versos que no sabe de dónde vienen, como si su alma los hubiera cantado bajo otros cielos. “Tenías esa misma tormenta en los ojos”. Sania, con su cabello negro cayendo como un río de medianoche, lo mira de reojo, su desconfianza afilada como un cuchillo. “Estás lleno de mierda”, le suelta, con una sonrisa torcida que corta como el vidrio. Pero Julián no retrocede. Sabe que sin ella no hay redención, que el Crisol lo espera para quemar otra capa de su ser. “Quiero que veas lo que eres para mí”, insiste, su voz temblando bajo el peso de siglos. El tiempo se le escurre como arena entre los dedos.
“No sé por qué lloro”, piensa Sania, mientras las sombras de los muertos danzan a su alrededor, sus susurros tejiendo un coro de advertencias y verdades. “Este hombre es más que un charlatán”. Su corazón, puro y obstinado, se resiste a rendirse. Julián, con el eco de su poder desvaneciéndose como un suspiro, sabe que no busca solo amor, sino un milagro. “Somos mitades de una misma alma, estamos destinados a estar juntos”, le dice, su voz cargada de una pasión que arde como las llamas del Crisol. Pero Sania no se doblega. “Dices que quieres renunciar, no seas estúpido”, replica, su voz un latigazo que resuena en la cantina. Y aún así, en el destello de sus ojos, Julián encuentra un atisbo de esperanza, una chispa que podría incendiarlo todo.
“No puedo cambiar el destino, puede que no sea eterno”, piensa Julián, mientras el Crisol lo llama con su rugido de fuego y cenizas. Si Sania lo ama, si logra ver más allá de la traición que lo define, quizá el ciclo se rompa. “Te amaré hasta que el mundo se apague”, jura, aunque sabe que su muerte es un lujo que la cuerda rota le niega. “Hasta que la luz abandone mis ojos”. Sania, con los muertos como testigos y el pulso de la ciudad latiendo a su alrededor, debe decidir si salvará al hombre que alteró el curso de la historia o si lo dejará hundirse en el abismo. En esta ciudad de espectros, neón y traiciones, el amor es un arma de doble filo, y la redención, un fuego que puede purificar o consumir.
#386 en Detective
#297 en Novela negra
el estilo de novela negra, el escenario en la ciudad de méxico
Editado: 23.05.2025