Rioda

Soy Adrián Ramírez Alarcón, nacido en 1984 bajo un cielo estrellado en Acaponeta, Nayarit. Crecí en Quimichis, un rincón del municipio de Tecuala donde el río Santiago murmura secretos y el aire lleva el olor de manglares y sal. Mi infancia fue en una casa de adobe, con el aroma a tamales y las risas de mi familia llenando el aire. Pero Quimichis, con sus palmeras y caminos polvorientos, fue donde mi corazón encontró su hogar. De pequeño, a los cinco años, corría descalzo por el pueblo, pateando un balón viejo con mis amigos, soñando con ser un rayo en la cancha, como los del Club Necaxa, mi equipo desde siempre. Mi abuela, Doña Elvira Soto González, era mi refugio. Al atardecer, me llevaba al río Santiago, y mientras el agua reflejaba el cielo dorado, me contaba leyendas de los antiguos nayaritas, de espíritus en los manglares. Yo, con un libro bajo el brazo, a veces le pedía que me dejara leerle un cuento, mezclando sus historias con las páginas que devoraba. Entre 1990 y 1996, estudié en la primaria de Quimichis. Esos años fueron pura magia: caminaba a la escuela, jugaba fútbol en el patio y me perdía en los libros que encontraba, desde aventuras hasta historias de amor que encendían mi imaginación. Los relatos de mi abuela y mis lecturas me hacían soñar con mundos lejanos. El fútbol también era mi pasión. Organizaba partidos en los campos del pueblo, gritando “¡Vamos, Rayos!” con cada gol, imaginándome en el estadio de Necaxa. En 1996, entré a la secundaria, un capítulo que duró hasta 1999. Ese primer año, a los trece, conocí a una chica en la escuela. Su sonrisa era como el sol que se colaba entre las palmeras, y nuestras charlas tímidas en el patio me hacían sentir que el mundo se detenía. Fue mi primer amor, aunque apenas lo entendía. Escribía pensamientos en los márgenes de mis libros, inspirado por ella y por los cánticos de la afición de Necaxa. Aunque la vida nos separó, su recuerdo se quedó conmigo, como las tardes en la playa de Novillero, donde corría descalzo por la arena, soñando con un amor bajo una palapa y goles para los Rayos. En la secundaria, leía con más hambre —novelas, poesía, lo que cayera en mis manos— y jugaba fútbol, vibrando con cada partido de Necaxa que escuchaba en la radio. En 1995, justo antes de la secundaria, una tormenta azotó Quimichis. El río Santiago se desbordó, inundando casas y campos. Yo, aún niño, ayudé a mi familia, guiado por la calma de Doña Elvira, que era nuestro ancla. En esos días, los libros y el fútbol me salvaron. Me sumergía en historias para escapar del caos, y jugaba en el lodo, imaginándome un rayo rojiblanco. En 1999, dejé Nayarit y me mudé a Nogales, Sonora, para estudiar la prepa hasta 2002. La frontera era otro mundo: el aire seco, el bullicio de dos países y las montañas me hacían extrañar el río. La prepa fue dura —clases pesadas, amigos nuevos, y la nostalgia de Quimichis. Pero llevaba mis libros y mi amor por Necaxa. En Nogales, jugué en una Copa, un torneo local que me llenó de vida. No sé si era una Copa Necaxa oficial o solo un evento inspirado en el fútbol, pero corrí por la cancha con todo, como si vistiera la rojiblanca. Cada gol era un grito para los Rayos, un eco de los partidos descalzos en Novillero. Por las noches, leía bajo la luz tenue, escribiendo notas sobre el desierto, el mar, esa chica de secundaria y mi orgullo de ser necaxista. Con los años, me convertí en un hombre de mirada tranquila y manos marcadas por el trabajo. La vida me llevó lejos de Quimichis y Nogales, pero el río, el mar y los Rayos nunca me soltaron. Cada diciembre vuelvo a Nayarit para las fiestas de la Virgen de Guadalupe, con un libro en la mano, compartiendo historias que cuentan de mi gente, los días de escuela, ese primer amor, los partidos de la Copa y el río Santiago que me vio crecer. En una de esas visitas, escribí un relato, El Susurro del Santiago, un tributo a Doña Elvira, las playas de Novillero, los amores de juventud, mi pasión por Necaxa y la tierra que me formó. Hoy, mis palabras resuenan en Acaponeta y Tecuala, y mi grito de “¡Vamos, Rayos!” sigue vivo, porque el río Santiago, el mar y el fútbol siempre cantan en mi alma.
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Portada del libro "Donde hubo likes"
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Texto completo
121 pág.
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