El eterno traidor

Capítulo 1

Corre 1990, y en las colinas de Toscana, donde los olivos se retuercen como garras bajo un cielo que nunca rompe del todo, el miedo se ha enraizado como la maleza. Los rumores serpentean por los pueblos, entre tabernas de piedra donde los vasos de chianti tiemblan en manos callosas. Hablan de entes extraños, siluetas que se deslizan entre los árboles al anochecer, con ojos que arden como brasas antes de esfumarse. No son fantasmas, juran los campesinos, sino algo que busca, que sabe. En el corazón de estos susurros está un hombre sin nombre, Il Viandante, que camina solo por los sembradios, su figura difusa, como si el tiempo lo hubiera tejido con jirones de otras vidas. Los más viejos dicen que lleva la sangre de los Corsini, una de las familias más antiguas y temidas de Italia, que una noche sin luna, hace generaciones, se desvaneció sin dejar más que blasones rotos y un silencio que corta como navaja.

Il Viandante llegó hace seis meses a una villa abandonada al borde del pueblo, una mole de piedra devorada por el musgo, custodiada por olivos que parecen murmurar. La limpia con una obsesión que roza lo sagrado, barriendo suelos agrietados, restaurando ventanas que nadie más toca. Pero la puerta está cerrada con un candado oxidado, y su mirada, afilada como un cuchillo, ahuyenta a cualquiera que ose acercarse. “Aquí no hay nada para ustedes”, gruñe, y el pueblo obedece, aunque no sabe si es por miedo o por la presencia magnética del hombre. Porque Il Viandante no es cualquiera: su rostro, cincelado como una estatua renacentista, y su cuerpo, esbelto pero imponente, destilan una belleza que desarma. Su voz, grave y medida, encuentra siempre las palabras justas, un carisma que envuelve como el humo de un cigarro. Es un arquitecto de genio, capaz de ver en las ruinas lo que otros ignoran: líneas que cantan, estructuras que respiran. La villa, bajo sus manos, no solo revive; se transforma en un templo que parece desafiar el tiempo. En la plaza del pueblo, sus planos para un nuevo ayuntamiento —un diseño que mezcla la grandeur toscana con algo inquietantemente eterno— han convencido a muchos. Algunos dicen que será el próximo alcalde, no solo por su liderazgo innato, sino porque su presencia inspira un temor que nadie admite. Otros creen que es su belleza, o sus palabras, las que los doblegan.

La alcaldesa, Clara Moretti, una mujer de cuarenta años con el peso del pueblo en los hombros, no es inmune a él. Lo vio por primera vez en un atardecer, mientras Il Viandante caminaba entre los olivos, deteniéndose a acariciar las hojas de un arbusto de lavanda con una ternura que no encajaba con su aura. Clara, curtida por años de política y promesas rotas, sintió algo que no esperaba: un latido que no explica, un anhelo que la persigue cada vez que él habla en la plaza. Lo observa cuando él pesca en el río Arno, su figura solitaria contra el agua, lanzando la caña con una precisión casi ritual. O cuando cuida las flores que ha plantado alrededor de la villa —rosas negras, jazmines que no deberían crecer en otoño—, como si en cada pétalo buscara un pedazo de sí mismo. Clara está enamorada, aunque no lo admite, y él lo sabe. Pero, a diferencia de las mujeres que han desaparecido, a Clara no le pasa nada malo. Su amor es un secreto que guarda con fiereza, y Il Viandante, con su carisma, no la rechaza, pero tampoco la deja entrar del todo.

Porque desde su llegada, la Toscana ha perdido su calma. Cuatro mujeres jóvenes —Lucia, la hija del panadero; Elena, que vendía flores en el mercado; y dos más cuyos nombres se susurran con miedo— han desaparecido. No hay cuerpos, ni huellas, ni un eco de sus voces. Solo el viento que lleva sus nombres entre los olivos, y la certeza de que la villa sabe algo. Los entes extraños, que antes eran cuentos de borrachos, ahora son una presencia constante. Un pastor jura que vio una figura sin rostro junto a un olivo, sosteniendo algo que gemía como un lamento atrapado. Al día siguiente, otra muchacha se desvaneció. Las sombras se mueven con propósito, siguiendo a Il Viandante como perros hambrientos, sus ojos de brasa fijos en él. Los campesinos murmuran que no es humano, que su linaje Corsini arrastra una maldición más antigua que las iglesias de la región. Y mientras él habla en la plaza, con palabras que prometen un futuro sin sombras, el pueblo se divide: unos lo ven como salvador, otros como el diablo que se llevó a sus hijas.

El pasado de Il Viandante es un enigma que las sombras parecen conocer. Hace siglos, una cuerda rota lo condenó a vagar, su alma pasando por el Crisol de las Cenizas, un plano donde el fuego del remordimiento quema para purificarla y darle un nuevo cuerpo. Cada ciclo, pierde un fragmento de su poder, ese poder que lo hizo líder de pueblos, desde los mercados de Constantinopla, donde sus susurros desataron una revuelta que dejó cenizas, hasta las selvas de las Américas, where sus traiciones trazaron fronteras que aún sangran. En Florencia, siglos atrás, como un Corsini, diseñó palacios que aún se alzan, pero manipuló a nobles hasta que su familia se desvaneció en una noche sin luna. Ahora, en 1990, su fuerza se desvanece, y el Crisol lo llama con un hambre que no explica. La villa no es solo un refugio; es un santuario donde guarda lo que queda de él.

Dentro de la villa, tras paredes que crujen como si lloraran, hay una sala sellada con tablas. Allí, bajo velas que arden sin consumirse, está un altar profano: un espejo rajado que refleja rostros que no son el suyo, un cuchillo de plata manchado de algo que no es sangre, y un libro en blanco que él lee como si contuviera su condena. Cada noche, murmura al vacío, con un anhelo que no explica, como si buscara redención en un eco que no responde. La villa guarda fragmentos de su alma, pedazos que el Crisol no ha quemado, pero que no puede reclamar. Y las mujeres desaparecidas no están muertas, sino atrapadas en un lugar que no es este mundo, un reflejo del Crisol que Il Viandante ha traído consigo. Son el precio de su existencia, un sacrificio que no eligió pero que no puede detener. Cada una, con su juventud y su vida, es un intento fallido de romper su maldición, un eco de un amor que no puede sostener.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.