Una silueta emergió de entre la tormenta, se movía con esfuerzo,
encorvada, avanzando muy despacio, como si cargara con el peso
del mundo. La nieve no dejaba ver a más de un metro de distancia,
la ventisca ahogaba cualquier sonido, no había nada que escuchar.
A Louis le costaba caminar, el viento fuete venía en oleadas, sentía
como si lo empujaran constantemente, sus piernas se hundían en
la nieve hasta las rodillas. El suelo era una mezcla de barro y nieve,
al pisar, le parecía como si metiera los pies en mantequilla, más de
una vez cayó al suelo, levantarse drenaba aún más sus energías.
El traje pesaba alrededor de treinta kilos, además de dos tanques
de oxígeno en la espalda y dos bolsas de herramientas al lado de
cada pierna. Del pecho salía un holograma con información acerca
del terreno, clima y otros datos, además de un marcador que le
indicaba adónde ir, el casco se le empañaba constantemente y esa
era la única manera de guiarse. La gravedad era 1.5 mayor a la de
la tierra, por lo cual el traje contenía un exoesqueleto que lo
ayudaba a caminar, aun así, el esfuerzo lo dejaba exhausto. Se
limpió el visor del casco y notó que la tormenta comenzaba a
diezmar, trató de sonreír, pero el cansancio no lo dejaba.
—Un... pa… so... a… la… ve… z —se decía con mucho esfuerzo—
ya... casi..., solo falta un poco más, un poco más de dolor... y no me
vuelvo a mover en una semana. Vamos... piernas.... no me fallen.
—Quería detenerse, pero se obligaba a avanzar.
En general, las tormentas duraban de 15 a 30 minutos y
desaparecían tan rápido como llegaban, esas eran las más
frecuentes, dos o tres veces al día. Las fuertes, que
afortunadamente solo sucedían en promedio cada dos meses,
duraban casi una semana y nadie se arriesgaba a salir durante
ellas. Con vientos de más de 300 km/h, parecían monstruos que
arrasaban con todo. Un cielo negro como la noche las presagiaba,
incluso en pleno día, el sonido del viento llegaba después,
un aullido tan fuerte y ensordecedor como las turbinas de una nave en
despegue.
—Tanto tiempo libre... y nunca hice ejercicio. He aquí el precio de
la pereza. Si me vieras, Sofía, cómo te estarías riendo. —Dejó
escapar una risa.
Louis continuaba el ascenso, todavía le quedaban otros 15
minutos antes de llegar a su base, ubicada en una montaña a 2.200
metros de altura. La distancia entre esta y la torre de la antena,
que se encontraba en una meseta continua a casi la misma
elevación, era de 3 kilómetros. Llevaba mucho tiempo sin hacer ese
recorrido y las piernas le dolían más que la primera vez, era como
si le pegaran un puño en los muslos cada vez que daba un paso. El
último vehículo dejó de funcionar hace poco más de un año y habían
pasado 9 meses desde que había hecho ese mismo viaje. De no ser
por la antena que se había desalineado, nunca habría dejado el
calor de su hogar, pero era su obligación mantener la señal tanto
tiempo como pudiera y pensaba hacerlo sin importarle nada.
—Solo espero que no se vuelva a desalinear. —Continuaba con
paso cansado, ayudándose con los brazos levantados a la altura del
pecho. —Dudo de que pueda hacer este recorrido otra vez... aunque
tal vez podría ponerme un poco en forma... sí, tal vez.
La tormenta por fin se desvaneció, el cielo estaba rojo a causa de
micropartículas de cobre, apenas si dejaba entrar algo de luz, el día
entero parecía en medio de un atardecer. La única imagen en él era
la del agujero negro que devoraba con avidez a una estrella, según
los astrofísicos fue un agujero errante que entró en el sistema hace
unos siete años, quedando atrapado por la gravedad del astro. En
ese entonces, era una estrella dos veces más grande que el sol, se
piensa que el agujero tenía la mitad de ese tamaño cuando llegó,
pero en ese momento se veía más grande que la estrella. Le
comentaron en varias ocasiones que el proceso era más lento de lo
normal y que aún le quedaban dos o tres años más antes de
tragársela por completo. El agujero ya brillaba más que la estrella,
la estela de energía que los unía tenía el mismo resplandor. El disco
de acreción se parecía a los anillos de un planeta, solo que este
giraba alrededor de una esfera del negro más oscuro que jamás se
haya visto. Louis nunca pensó que se acostumbraría a esa visión,
a su arribo se maravilló tanto de ese cielo que se dijo que podía
observarlo los días restantes de su vida y no aburrirse de él, pero
el tiempo le mostró que incluso algo tan espectacular perdía su
gracia eventualmente.
—No me imagino qué se sentirá ser tragado de esa manera. —Se
detuvo para descansar y enfocó su mirada en el agujero. —Ser
halado como un espagueti hacia una oscuridad eterna... bueno,
claro está que uno no viviría lo suficiente para entrar en el
horizonte. —Se quedó allí unos minutos, parado en medio de la
nieve. —Tú siempre te maravillabas de las cosas más simples...
esta imagen te hubiera quitado el aliento cada día... lo único que a
mí me quita el aliento es la falta de ejercicio. —Emprendió su viaje
nuevamente, esta vez a paso más apresurado, ya le faltaba poco.
Al llegar a la puerta de la base pasó su mano por una pantalla,
en la mitad de esta, una voz masculina le respondió: —Bienvenido,
doctor Bonheur. —La puerta se abrió hacia arriba y un cuarto
blanco lo recibió, una cámara de esterilización, la voz anunció el