El evento

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El evento

“lo que le haces a un niño es importante, nunca lo olvidan” (Tony Morrison, “Dulzura”)

Recuerdo los eventos como oleadas de  sensaciones que vienen del cuerpo, recuerdo con la piel, con los nervios, no con la mente. Mi cuerpo aun a los cincuenta se crispa ante determinados tonos de voz, ante un puño cerrado de una manera en particular, con el brazo extendido a lo largo del cuerpo, tenso y seco. Reacciono ante una mirada que pierde brillo y se llena de furia rápido, así como se opaca el cielo celeste de repente ante una tormenta que lo tomó desprevenido, me lleno de terror ante la espalda en primer plano  de una persona que utiliza la cuchilla, cortando a ritmo feroz la cebolla y el ajo. Reacciono. Al silencio  negro, ese que te traga cuando no sabes que has hecho mal y cuanto te costara arreglarlo, no importa que sea grande, no importa que ya no estés, no importa quién sea el enojado. Reacciono. siempre reacciono. Los eventos vienen en los sueños cuando logro salteármelos toda la semana, en ellos los repaso de nuevo una y otra vez, no siempre los eventos vienen completos su recuerdo más bien es la estela de un perfume, yo me embriago en él y voy descubriendo sus partes, entonces se estruja el estomago, cierro los ojos un rato hasta que el perfume se va.

Tengo 13 años es marzo de 1986, hoy me alegro haber  aprendido andar en bicicleta a los 12 sola  en el patio de mi casa y a escondidas, Mis nuevas amigas del secundario  me invitaron a dar la vuelta en bicicleta. La primera semana de clase nos sentamos juntas, entre charla y charla descubrimos que vivimos cerca las tres, y entonces armamos esta salida. En el momento que Malena lo propuso, se me cerro el estomago. A mí no me dejaban salir a ningún lado a menos que sea para comprar las galletitas de salvado de mama en la placita, tenía la llave de casa desde los 10 años y viajaba sola en colectivo llevando a mi hermanita, nadie me iba a buscar a ninguna lado, de  la forma que me crie tenia  siempre responsabilidades y una de esas era que si fallaba, no solo sentiría el dolor de haber cometido un error en la calle si no la furia del progenitor responsable de mi salida. Nunca habían tenido que castigarme por esas cosas, resolvía los problemas sola, y si hubiese pasado algo lo ocultaba, como ayer que el colectivo choco y me golpee fuerte el brazo contra el vidrio, tengo el moretón todavía , pero nadie lo noto.

Tampoco hacia pedidos por fuera de lo que se me permitía. Por eso la propuesta de Malé, de andar dos horas en bicicleta por el barrio, las tres juntas en el triangulo de calle que formaban nuestras casas, me parecía imposible de solicitar en mi hogar. Las demás estuvieron de acuerdo y se fijo la fecha para el sábado a las tres de la tarde. Vendrían de la casa de Malena pedaleando a la mía e iríamos a dar vueltas por el barrio. Me faltaba pedir el permiso, espere al jueves cuando llegue a las tres del contra turno me acerque a mi madre que estaba escuchando radio y mascando chicles laxantes en la cocinita. No se estilaba saludar a la hija que llegaba, ya llegar era una ofensa para ella, estar en la calle era una ofensa, así que para no molestar dejaba mi bolso y salía disparada al quincho donde me pasaba horas escribiendo historias en hojas de fotocopiadora usadas, pero esta vez no podía huir, tenía que acercarme y obtener el permiso.

Para mi sorpresa, estaba la tía Beba también,   sonreía vivaz y hermosa como siempre, adoraba a la tía beba, ella me enseño como suena una sonrisa, como es reírse y ser feliz, esos ratitos que ella venia mi madre era otra mujer, se reía también. Así que pregunte si podía participar de la aventura en Bicicleta que armaron Malé y Cristina, la tía Beba alentó la idea,  mi mama no acepto enseguida solo me miraba fijo, con el mate en la mano, ni sí ni no, la tía beba intercedió. “no es mi sobrina la niña más educada del mundo Cora, se merece el paseo en bicicleta “ y miro con su sonrisa desarreglada de siempre el rostro verde de mi madre ( siempre que recuerdo a mi madre la recuerdo verde aceituna no sé porque) Enseguida hui a mi refugio del quincho con mi permiso obtenido y el corazón saltando del pecho, me senté en un rico obscuro del lugar, abrazando mi mochila, tenía el guardapolvos todavía, estaba esperando que se desvaneciera esta magia, pero no el permiso lo tenía.

El viernes no nos cruzamos con ella, yo tenía responsabilidades y me arreglaba sola. Comía en el colegio y merendaba las galletas partidas que traía papa de la panadería con un te cuando volvía, sola en el quincho, alejada de la casa. Así que en los dos días que nos separaban del sábado no nos cruzamos, era algo común en nuestras vidas. El sábado a las dos, me recordó mi excursión, no hacía falta, había dormido poco esperando la salida, tenía las zapas limpias y la bicicleta estacionada en el zaguán.

“son las dos Marisol,  no tenias que irte vos “Ella, los brazos en jarra, la cara verde vuelta hacia la ventana-

Yo, abrazada a mi perra encogida en un rincón del salón.

 

“cualquier cosa que te pase es tu responsabilidad (dijo señalándome con su dedo lleno de anillos, entrando al salón chancletas y varices), tu padre seguro va estar vigilándote con el auto si te pesca la vamos a pasar mal la dos”. asentí con la cara escondida entre los rulos rubios de mi perra.

 Las amenazas abundaban, estaban ahí siempre por las dudas. Para mi madre yo era una criatura malvada  en escancia, y por mi bien, decía siempre ella, me recordaba el infierno que me esperaba si cometía un error. Por eso aprendí a disfrutar así, cargando las amenazas en los bolsillos como si fuesen cotorritas gritonas, y pidiéndoles silencio para perder ser feliz un rato.




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