El ex de mamá es mi papá

~1~

Oxford, Inglaterra, 2024

La luz de la mañana iluminaba el apartamento de Brooke. La primavera estaba a la vuelta de la esquina y las flores de las macetas en su balcón comenzaban a asomar tímidamente, llenando el aire con un leve aroma fresco.

Un bello viernes para aprovechar el día libre de trabajo, pensó Brooke mientras intentaba disfrutar de la paz que le daba el cálido sol matutino. Después de una semana llena de compromisos laborales en el museo, por fin había llegado su único día libre en semanas. No tendría que preocuparse por las exposiciones que estaba organizando ni las negociaciones con los coleccionistas de arte. Podría descansar y pasar tiempo con su hija, disfrutando de la tranquilidad de estar en casa.

Su trabajo era exigente y fascinante a la vez. Como curadora en uno de los museos más prestigiosos de Oxford, Brooke tenía un rol fundamental en la conservación y promoción del arte. Su jornada comenzaba temprano, a menudo con reuniones matutinas para discutir las próximas exposiciones, las adquisiciones de nuevas obras y la restauración de piezas valiosas que requerían su atención especializada. Cada exposición que el museo organizaba era una pieza de su esfuerzo, desde la selección de las obras hasta la planificación de la distribución en las salas, asegurándose de que la narrativa visual fuera coherente y atractiva.

Brooke pasaba horas negociando con artistas, galeristas y coleccionistas de todo el mundo, buscando piezas únicas para enriquecer la colección permanente del museo. También supervisaba el trabajo del equipo de restauradores, asegurándose de que las obras se mantuvieran en las mejores condiciones posibles y de que la historia del arte se preservara con el máximo respeto y cuidado. A veces, se sumergía en investigaciones, explorando los antecedentes de obras menos conocidas o analizando piezas de arte con un enfoque académico, lo que la mantenía al tanto de las tendencias más actuales en el mundo del arte.

La presión era constante, con la necesidad de cumplir con plazos ajustados, coordinar eventos especiales y mantenerse al día con las demandas de los patrocinadores y donantes. Sin embargo, las recompensas eran igualmente grandes. Su trabajo no solo le otorgaba prestigio, sino que también le aseguraba una estabilidad económica que le permitía vivir cómodamente y darle a Ava todo lo que necesitaba. Las largas horas que pasaba en el museo valían la pena cuando veía a su hija disfrutar de una vida tranquila, lejos de las preocupaciones financieras que ella misma había tenido que enfrentar en su juventud.

Aunque su vida profesional estaba llena de desafíos, Brooke se sentía realizada al ver el impacto de su trabajo en la comunidad artística y en el mundo del arte en general. A veces, las exposiciones que ella organizaba llegaban a miles de personas, y eso le daba una sensación de orgullo inmensa. Había invertido años de estudio y esfuerzo, y ahora, a sus treinta años, disfrutaba de los frutos de esa dedicación, con un salario cómodo que le daba la libertad de elegir cómo pasar su tiempo y darle a su hija una vida sin privaciones.

Brooke se sentó en la cama, sonriendo ante la idea de sorprender a Ava con un desayuno especial. Había planeado hacerle sus pancakes favoritos, decorados con fresas frescas y un toque de miel, acompañados de un vaso de jugo natural. Le encantaba consentirla, y qué mejor manera que llevarle el desayuno a la cama, donde ambas se acurrucaban bajo las mantas y disfrutaban de una mañana tranquila, viendo caricaturas y riendo juntas. Era una de esas pequeñas actividades que le llenaban el corazón de alegría.

Justo cuando se puso de pie, dispuesta a comenzar, una vocecita la interrumpió.

—Mamá me siento mal.

Brooke miró a Ava al instante. Estaba parada junto a la puerta de su habitación, abrazando su osito de peluche, pero algo en su rostro no parecía bien. La palidez de su piel y la tos le hicieron saltar las alarmas. Claramente no se veía como siempre, y eso la preocupó.

—¿Qué pasa, cariño?

—Tengo la nariz tapada —respondió Ava, echando la cabeza hacia atrás—. ¿Ves mis mocos?

Brooke suspiró aliviada al ver que no estaba completamente abatida.

—Pobrecita… —murmuró, inclinándose para abrazarla. —¿Te sientes lo suficientemente bien para desayunar en lo que consigo una cita con el doctor?

Ava, que todavía abrazaba su osito de peluche, la miró con una pequeña sonrisa.

—Sí, tengo hambre.

—Ven, acuéstate en mi cama. Te traeré el desayuno pronto.

Ava se acurrucó entre las sábanas, dejando que la arrope.

Mientras Brooke preparaba el desayuno, rápidamente cogió el teléfono y llamó al hospital donde atendían a Ava. Tras un breve intercambio con la recepcionista, logró conseguir una cita con el Dr. Richards para más tarde esa mañana.

—¡Listo! —dijo Brooke, con una sonrisa mientras entraba a la habitación con una taza de té, otra de leche y un plato de pancakes con fresas y miel. —¿Qué tal un desayuno especial para sentirnos mejor?

Ava asintió, entusiasmada.

Después de desayunar, ambas se alistaron para salir. Brooke ayudó a su hija a vestirse, y juntas caminaron hacia la salida, lista para el viaje al consultorio.

—Vamos a ponernos bien —dijo Brooke, mientras intentaba evitar que Ava metiera los dedos en la nariz para "revisar" el estado de la misma.




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