Capítulo 8: Cruce de Líneas

La sala de juntas de SterlingTech, normalmente un templo de la diplomacia corporativa, se había transformado en un tribunal. Julian Sterling-Vance, con una frialdad y una autoridad renovadas, presentó las pruebas que Clara había desenterrado. Las conexiones de Victor Thorne con Eleanor Vance y la empresa fantasma, los registros de acceso fraudulentos y los metadatos de los documentos filtrados, se desplegaron con una precisión letal. Thorne, visiblemente descompuesto, intentó balbucear excusas y negaciones, pero la evidencia era irrefutable. Su rostro, antes pulcro, se contrajo en una mueca de derrota.
El golpe decisivo llegó cuando Julian proyectó el análisis de la huella digital del exploit del software, el mismo que Clara había rastreado. La evidencia apuntaba directamente al servidor personal de Thorne. La junta directiva, aunque reticente a creer en la traición de uno de los suyos, no tuvo más opción que ceder ante los hechos. Por unanimidad, Victor Thorne fue destituido de la junta y de todos sus cargos en SterlingTech, su carrera en ruinas.
La victoria fue dulce. No hubo grandes celebraciones en la oficina; solo un silencio colectivo de alivio y una sensación de haber superado una tormenta. Julian, con una sonrisa genuina que rara vez mostraba, se dirigió a Clara en su despacho.
—Hemos ganado, Clara —dijo, su voz ronca de emoción.
Clara asintió, las lágrimas de alivio asomando en sus ojos. Había sido una batalla extenuante. —Sí, Julian. Lo hicimos.
El sol se estaba poniendo, tiñendo el despacho de Julian de un naranja dorado. El aire estaba cargado de la euforia de la victoria y de algo más profundo que había estado hirviendo a fuego lento durante semanas. Julian dio un paso hacia ella, luego otro, acortando la distancia. Clara no se movió, su mirada fija en los ojos de él, que ahora brillaban con una intensidad despojada de cualquier barrera.
—No sé qué habría hecho sin ti —murmuró Julian, su mano levantándose para acariciar suavemente su mejilla. El tacto fue el detonante.
La tensión romántica que habían reprimido durante tanto tiempo estalló. Él se inclinó, y sus labios se encontraron en un beso apasionado y desesperado. No fue un roce accidental, ni un casi beso. Fue un beso que devoró el aire entre ellos, que consumió el silencio, que transmitió toda la frustración, el alivio, la admiración y el deseo que habían guardado en secreto. Clara respondió con la misma intensidad, sus manos aferrándose a la solapa de su chaqueta, el mundo exterior desvaneciéndose en la explosión de sus emociones.
Esa noche, no regresaron a sus hogares separados. La victoria, la adrenalina y la abrumadora liberación de sus sentimientos los llevaron a un espacio de intimidad que superaba cualquier límite. Pasaron la noche juntos, consolidando su relación romántica no con palabras, sino con la silenciosa elocuencia de los cuerpos y los corazones que finalmente se encontraban.
A la mañana siguiente, la luz del amanecer se coló por las ventanas del apartamento de Julian, bañándolos en un resplandor suave. La realidad de sus posiciones profesionales se cernía sobre ellos. Julian la miró, su expresión seria.
—Clara —comenzó, su voz profunda—. Esto… esto es diferente. Esto es real.
Ella asintió, su mano acunando la mejilla de él. —Lo sé. Pero… ¿la oficina?
La decisión se formó en sus mentes simultáneamente. La reputación de SterlingTech, las miradas indiscretas, la inevitable especulación y el juicio. Su romance no solo sería un tema de chismorreo, sino que podría ser utilizado por futuros rivales para desestabilizar la empresa.
—Tendremos que mantenerlo en secreto —dijo Julian, su mirada firme—. Por ahora. Para proteger lo que tenemos. Para proteger a SterlingTech.
Clara entendió. Era un sacrificio, una necesidad. Su relación había cruzado la línea, pero las líneas del mundo corporativo permanecían. Consolidada en el fuego de la crisis, su relación romántica nacía en el silencio, prometiendo un camino oculto pero ferviente hacia el futuro.