El experimento

Prólogo

Aquella noche si estaba haciendo bastante frío, pero era porque una fuerte lluvia esta azotando la ciudad con fuerza. El cielo brillaba al menos unas dos veces por minuto cuando un aparatoso rayo caía desde las nubes hasta tocar tierra. Se podía sentir desde donde nos encontrábamos, como las gotas de lluvia producían ese copioso sonido desde la terraza del edificio. La lluvia no parecía aplacarla nada.

—Jaque... —ahí estaba Brenda, con su mirada fija en el tablero de ajedrez emanando una gran tranquilidad con ambas manos sobre la mesa esperando que yo diera mi próximo movimiento. Estaba atenta a lo que iba hacer e incluso hasta pensé que podía leerme el pensamiento con solo mirarme. Pensé un instante, pero entonces un rayo cayó muy cerca del apartamento produciendo una luz cegadora y al mismo tiempo un fuerte sonido que hizo vibrar las ventanas del lugar. Pegué un leve salto y me desconcentré.

Brenda seguía tranquila, como si no estuviera pasando nada. Tenía una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios, parecía que fuera romper a reír por la reacción que tuve con el rayo

—Mejor dime si moverás o no —preguntó sin apartar la mirada del tablero y conservando esa pequeña sonrisilla. Me daba la impresión de que con la mirada iba a mover alguna ficha, pero no, solo estaba detallando todo.

Levantó la mirada hacia mí y se me quedó viendo un instante.

Brenda era por así decirlo la única persona que conocía en esta pequeña ciudad. No llevaba ni dos meses desde que la conocí y desde entonces habíamos conectado al instante creando una bonita amistad. Tiene veintidós años, pero el aspecto de su rostro le quitaba esos dos años quedando en unos recién cumplido veinte. Sus ojos verdes eran "eso" que me encantaba, siempre que estaba frente a una luz, el iris verde que conservaba desde que era pequeña brillaba como el césped recién cortado. Su cabello oscuro brillaba también, pero esto gracias a que lo cuidaba como si fuera un hijo más. Su piel blanca, sus labios pequeños, sus ojos moderadamente medianos y unas cuantas pecas en las mejillas le daban un aspecto angelical. Era hermosa en pocas palabras. Una chica perfecta.

—Deja que vuelva a entrar en materia. —le pedí con media sonrisa. Me ajusté el cuello de la camisa colocándolo como si fuera Drácula para calentar un poco mi cuello. Observé de lado a lado la sala en la que nos encontrábamos como si estuviera buscando algo, pero en realidad solo sacaba un poco el estrés movimiento el cuello.

Puse los codos sobre la mesa y apoyé mi rostro sobre las palmas de mi mano fijándome de nuevo en el tablero. La miré con curiosidad y algo desalentado.

—Nunca vas a dejar que gane. —le dije. Puse a mi Rey a salvo de la Torre enemiga que venía directo a asesinarlo. Pero Brenda no se aguantó, solo espero un instante hasta que soltara la ficha para luego ella mover la suya. Me acorraló y me observó dejando ver su blanca dentadura con una sonrisa perversa.

—No sería divertido si te dejó ganar... —me dijo. Bajó la mirada y volvió a verme en menos de un segundo. —Jaque... y mate.

Me fui de espaldas sobre el sofá dando un fuerte suspiro. La miré intentando hacer un puchero, pero no sirvió de nada, pues ella estaba feliz, sonriente y triunfante.

—No se vale si yo no sé jugar... —me incliné de nuevo y comencé a guardar las fichas. —¿Y si mejor hacemos otra cosa?

Rodó los ojos con pereza luego de recostar su espalda en el sofá. Se levantó de allí, estiró sus músculos y caminó hasta la ventana más próxima para observar a través de ella al tiempo que se abrazaba así misma.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó, se dio media vuelta y se me quedo viendo desde allí. —Tenemos toda la noche, porque no saldré de aquí hasta que deje de llover.

Terminé de guardar todo y me acerqué a la ventana junto a ella. Me abracé a mi mismo. Al fondo se podía distinguir la pequeña ciudad en la que había ido a parar gracias a mis padres. Manizales no era más que eso, una ciudad pequeña que se situaba en la Cordillera Central del país. Refundida entre las montañas como ocultándose de algo. Fría y acogedora.

—Sí... es cierto, tendrás que quedarte en mi casa, pero ni sueñes que te voy a dar mi cama. —le dije. Me volteó a mirar y me pegó un leve puño en el brazo.

—Soy una chica. —me respondió con una sonrisita. Me quedé mirándola fingiendo seriedad.

—Y esa es mi cama.

—Maldito opresor de la panocha. —negó levemente con su cabeza y ambos soltamos a reír con lo que había dicho. Sonaba gracioso, supongo.

Volví mi mirada a la ventana. Las enormes gotas de lluvia estaban golpeando el vidrio con fuerza para luego deslizarse en todas direcciones por acción de la gravedad y desaparecer en el umbral de la ventana. Los relámpagos seguían allí, saltando desde atrás de las grandes montañas que nos rodeaban dejando ver por unos segundos los distintos relieves que había como una sombra oscura amenazante. De vez en cuando, se podía ver un rayo caer en el centro de la ciudad y segundos más tarde llegaba el ruidoso trueno que me ponía la piel de gallina, pero no del miedo, sino de la emoción. La fuerza de la naturaleza era lo que más respetaba yo, porque nunca dejaba de impresionarme.



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En el texto hay: misterio, ciencia ficcion, viaje en el tiempo

Editado: 18.11.2018

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