El extraño bosque de lubru ( la maldición del bosque)

Capítulo 3 — Venganza

Mientras tanto…

En aquel lugar extraño y espeluznante —que parecía un pueblo abandonado— los chicos estaban aterrados cuando, a lo lejos, vieron acercarse a Skoll. Detrás suyo, el resto de la manada los rodeaba.

—¿Qué hacen aquí y qué buscan? —preguntó Skoll, con voz grave.

—No quisimos invadir su territorio —contestó Gael, nervioso—. Solo nos refugiamos de la tormenta. Vimos algo extraño y lo seguimos, y terminamos aquí.

Triana no paraba de gritar. Gadea la tranquilizó asegurándole que su padre y Nil los rescatarían. Pero fue un error grande de Gadea mencionar a Nil frente a Skoll: él se acercó inmediatamente.

—¿Nil… has dicho? ¿Lo conocen? —preguntó Skoll, clavando la mirada en los niños.

—Claro —respondió Ander, sorprendido—. Es nuestro padre.

—¡Oh vaya! —dijo Skoll con una sonrisa cruel—. Entonces mi venganza está servida en bandeja.

Ordenó a sus aliados que los capturasen a los cuatro.
—No tengan miedo —se burló—. Les contaré un cuento: la historia de cómo conocí a su padre.

Los chicos gritaban desesperados, pero Skoll solo se burlaba.

Nil y Martí, cabalgando a trote, ganaron altura y llegaron hasta las cabañas de Pringales. Descansaron un día y luego continuaron a pie. La vegetación era tan densa que tuvieron que abrir camino con un machete para que el caballo pudiera avanzar.

Martí, inquieto, no pudo contener la curiosidad.

—Nil, ¿cómo supiste dónde estaban los niños y de qué hablaba Jon cuando mencionó la cueva?

—Cosas de chicos, Martí —dijo Nil, intentando disimular.

—Vamos, Nil. Tú y yo sabemos que algo ocultás.

Nil suspiró y cedió.

—Hace tiempo me topé con una manada de lobos y, por desgracia, maté a uno de ellos. Desde entonces me buscan para vengarse. Si los niños llegaron allí, están en manos de Skoll; él es el líder.

—Entonces Bill tenía razón —dijo Martí, alarmado—. Los chicos corren verdadero peligro. ¡Debemos apresurarnos!

Siguieron el Cordal rumbo al Gamolanin y bajaron hacia el bosque. Solo les quedaba un tramo más hasta las montañas donde, según las leyendas, habitaba ese ser.

Skoll y los niños avanzaban por un sendero que los conducía hacia el escondite secreto de la manada. Skoll ordenó que los amarraran bien para que no escaparan y comenzó a relatar cómo conoció a Nil:

—Presten atención a lo que voy a contarles sobre el padre que tienen. Es un asesino. No dudó en lanzar una flecha sobre mi amigo —dijo, señalando con desprecio—. Era como un hermano para mí, y desde entonces lo busco incansablemente. El destino me dio la oportunidad de vengarme: sé que su padre vendrá por ustedes, y ahí le pagaré con la misma moneda.

Los chicos miraban a Skoll, atónitos. Gael y Ander no podían creer lo que oían.

Nil y Martí dejaron atrás la aldea de Noceda y continuaron hacia La Azorera. Al llegar a la entrada de las montañas, la niebla oscurecía todo. De repente dos lobos salieron al encuentro: Jimmy y Mitch, vigías del territorio. No podían atacar hasta recibir la orden de Skoll.

—Nil —dijo Skoll burlón—, ¿acaso saliste a pasear con tu amigo?

Martí y Nil estaban impotentes al ver a los hijos de Nil como rehenes, rodeados por Jimmy y Mitch.

—Recuerdo la última vez que te vi, Nil —prosiguió Skoll—, una tarde fría y gris. No tuviste piedad de mi amigo. ¿Por qué debería tenerla yo con estos niños?

Nil, aterrorizado, trató de razonar.

—Skoll, deja a los niños en paz. Ellos no tienen nada que ver.

—Tú sabes bien lo que busco —gritó Skoll—. Vengar la muerte de mi amigo.

Nil intentó justificarse.

—Yo no quise matarlo, sólo me defendí.

Skoll dio la orden de llevarse a los niños de nuevo al escondite. Pasaron varios días sin noticias; Amanda y Sarah, desesperadas, caminaron hasta el pueblo con Jon. Desde la cima de la colina vieron a Martí correr, alterado.

—¿Dónde está Nil? —preguntó Amanda, angustiada.

—Skoll lo tiene... —balbuceó Martí—. Me obligó a marcharme. Solo dijo que quería quedarse con él y se llevaron a los niños.

Skoll se paseaba de un lado a otro, disfrutando el momento que tanto había imaginado: tener a Nil frente a él, cara a cara. Los niños seguían prisioneros bajo la vigilancia de Jimmy y Mitch.

—Al fin —dijo Skoll mirando a Nil—. Mi venganza se cumplirá. Pagarás por la muerte de mi amigo. ¿Creíste que lo olvidaría? He pasado horas planeando este encuentro. Ahora, sólo tú y yo, en este inmenso bosque donde nadie podrá oírte. Voy a acabar con tu heroísmo.

Skoll estaba decidido a matar a Nil. Nil trató de mantener la calma, fijando la mirada en el lobo. Por momentos se sentía perdido, pero buscaba alguna idea para escapar.

Skoll se abalanzó sobre Nil. De pronto, una flecha le atravesó la pierna. Skoll huyó, aullando, corriendo por el bosque con la flecha clavada, tambaleándose, esquivando árboles y saltando charcos en un frenesí de dolor.

Skoll llegó a la cueva donde estaban los niños, todavía maniatados.

—¡Muy bien! —murmuró, triunfante—. Mientras los tenga conmigo, tengo a su padre en mis manos.

—Verás que mi padre te va a matar —replicó Gael con seguridad.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo hará? ¿Tú lo ayudarás? —Skoll se rió con sorna, y sus cómplices rieron con él.

Nil, herido, no pudo seguir a Skoll. Llegó demasiado tarde: la cueva estaba vacía y solo quedaban en las paredes unos dibujos extraños que advertían de algo. El rostro de Nil reflejó profunda preocupación.

Martí, por su parte, se dirigía de nuevo al lugar donde pensó haber visto a Nil y a los lobos. Iba con una ballesta y una soga. Llegó a un acantilado, agotado, y creyó oír ruidos. Se detuvo y escuchó con atención hasta que las voces se hicieron claras.

Se escondió detrás de un árbol y vio a Skoll junto a la manada: los chicos estaban allí. Martí permaneció inmóvil, observando con cautela. Skoll arrojó a los niños a un pozo. La impotencia de Martí lo sobrecogió; sabía que solo era casi imposible vencerlos.




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