Gael estaba deshidratado y aún no había pronunciado palabra desde que escapó del bosque. Sus ojos, vidriosos y asustados, parecían seguir viendo cosas que nadie más veía. Sara lo abrazó apenas lo tuvo frente a ella, temblando de alivio y miedo. Jon, ajeno a la gravedad de todo, trató de jugar con su hermano, pero Gael apenas levantó una mano cansada. Solo alcanzó a sonreírle débilmente antes de volver a hundirse en el silencio.
Mientras tanto, Nil y Martí continuaban su búsqueda incansable. El agotamiento les pesaba en el cuerpo, pero el miedo a perder a los niños era aún más fuerte. Sabían que Skoll no descansaría hasta saldar su deuda con Nil. Habían dormido poco, comido apenas, y cargaban el peso del bosque encima. Cada sombra parecía tener ojos.
Cuando descendían por una ladera empinada, la lluvia los sorprendió sin aviso. A lo lejos divisaron una cabaña abandonada, un cascarón de madera vencido por el tiempo, con las ventanas rotas y el techo hundido. No tuvieron opción: corrieron hacia ella y se refugiaron.
—¿Qué haremos, Nil? —preguntó Martí, exhausto, quitándose la chaqueta empapada y dejándola caer al suelo con un golpe sordo—. Llevamos días buscándolos. ¿Y si no los volvemos a encontrar?
Nil lo miró con una calma que no sentía del todo.
—Hallaremos la solución, Martí. Intentemos ocuparnos y no preocuparnos. Solo así resolveremos esto. La paciencia será nuestra aliada... pero necesito que estés aquí —dijo, llevándose la mano al pecho—, aquí, conmigo. No en tu miedo.
Martí solo asintió, con los ojos llenos de impotencia.
La noche cayó sobre ellos como una manta helada. La lluvia seguía golpeando el techo con furia, y la única luz provenía de una vela que temblaba en la oscuridad. Nil observaba el fuego en silencio. Martí lo notó distante, con el ceño fruncido.
—¿Qué te ocurre? —preguntó, rompiendo el silencio.
Nil respiró hondo antes de hablar.
—¿Recuerdas la cueva donde habían estado los niños? Vi algo en las paredes... dibujos. Eran figuras humanas colgadas.
Martí sintió un escalofrío.
—¿Crees que significan algo?
Nil lo miró fijamente.
—No lo creo. Lo sé. Era una advertencia.
Ambos callaron. El silencio se volvió espeso, como si el bosque los escuchara.
Horas después, Martí despertó bruscamente. Nil estaba inclinado sobre él, con un dedo en los labios, pidiéndole silencio. Lo llevó hasta la ventana, donde unas tablas rotas dejaban ver el exterior. A través de las rendijas, la lluvia caía en hilos plateados. Entre los árboles, se movían sombras.
Skoll cruzaba el claro con su manada.
Sus ojos rojos ardían como brasas en la oscuridad.
El corazón de Martí martillaba. Nil, sin apartar la vista, susurró:
—Voy a seguirlos.
—¡Estás loco! Nos matarán —dijo Martí, apenas moviendo los labios.
—Es la única forma de encontrarlos.
Nil ya había decidido. Era impulsivo por naturaleza, y no había fuerza capaz de detenerlo cuando se aferraba a una idea. Empacó en silencio, listo para salir, pero Martí lo agarró del brazo con fuerza.
—Dijiste que la paciencia sería nuestra aliada. Confía, esta vez, en mí.
Nil respiró hondo. Por una vez, obedeció.
El amanecer se insinuaba cuando ambos siguieron los pasos de la manada. Caminaban con sigilo, ocultos entre los matorrales, sintiendo que el bosque entero contenía la respiración. Los aullidos retumbaban entre los árboles.
De pronto, una figura irrumpió entre las sombras: Triana.
Corría con desesperación, tropezando, llorando, perseguida por Skoll.
Martí se incorporó de golpe al verla, pero Nil lo contuvo con un brazo.
—¡No! —susurró—. Hay más.
Y tenía razón. Entre los arbustos, varios ojos rojos se encendieron al unísono. La manada había visto a la niña escapar y comenzaba a alertar a su amo con un coro de aullidos que heló la sangre.
Triana, jadeante, alcanzó la vieja cabaña. Entró corriendo, empapada, y se escondió bajo una mesa rota. El viento hacía crujir las paredes, y el olor a humedad la envolvía. Podía sentir el pulso en su garganta, el miedo latiendo dentro de su pecho.
Skoll no tardó. Su respiración se oía del otro lado de la puerta. Un golpe seco la derribó. Triana corrió hacia el sótano, tropezando entre las sombras, mientras Skoll olfateaba el aire. Su olfato era su don y su maldición: podía oler el miedo a metros.
Una tormenta se desató sobre el bosque, desbordando los ríos y haciendo vibrar los árboles. Los relámpagos iluminaban el cuerpo de Skoll subiendo la montaña, furioso, mientras Triana lo engañaba con un rastro falso.
Nil y Martí aprovecharon el caos. Entraron a la cabaña y, tras revisar cada rincón, la encontraron. Triana estaba escondida bajo una vieja manta, con los ojos abiertos de par en par. Martí la abrazó con desesperación, soltando un sollozo que llevaba días conteniendo.
El viento rugía. Nil encendió su linterna. La luz temblorosa iluminó los rostros exhaustos.
—Cuéntanos, hija, ¿qué pasó? —le pidió Martí.
Triana tragó saliva, intentando contener las lágrimas.
—Cuando Skoll nos arrojó al pozo, Gael se lastimó. No podía caminar... insistió en que nos fuéramos. Pero luego Skoll volvió. Nos llevó a su escondite. Ató sogas. Iba a colgarnos...
La voz se le quebró. Nil y Martí se miraron: ambos pensaron en los dibujos de la cueva.
Triana continuó entre sollozos.
—De repente, Skoll sintió algo y salió corriendo con los lobos. Creo que fue cuando ustedes estaban escondidos... Nos quedamos solos y escapamos por un túnel. Pero uno de los lobos regresó. Gadea tropezó y Ander se detuvo para ayudarla... Yo seguí corriendo. Cuando miré atrás, ya no estaban.
El silencio que siguió fue abrumador. Solo se oía la lluvia golpeando los restos del techo.
Nil apagó la linterna.
Afuera, los aullidos resonaron otra vez.
Martí la abrazó fuerte. Nil tomó el arma y dijo en voz baja:
—No hay tiempo. Debemos irnos. Ahora.
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Editado: 06.10.2025