El extraño bosque de lubru ( la maldición del bosque)

Capítulo 6 — Sombras en la montaña

Después de una charla muy amena que tuvo Bill con Gael, como siempre solían hacerlo, el niño se había quedado dormido mientras su madre le pedía que descansara un poco para recuperarse pronto y que no se preocupara por el señor Bill.

Esa noche, en la aldea, a Nil se le hizo imposible conciliar el sueño. Imágenes de Skoll y de los niños aparecían una y otra vez en su mente, escenas espantosas que lo hacían estremecer. Cuando despertó sobresaltado, estaba empapado en sudor y con el corazón acelerado. Aquellas pesadillas premonitorias lo atormentaban cada vez más.

Mientras tanto, Martí se preparaba para volver al bosque junto a Nil. La búsqueda se hacía más desesperada: Skoll andaba suelto, y cada hora contaba.

—Él te quiere a ti, Nil. Por eso retiene a los niños —dijo Martí, mirándolo con preocupación.

—Si me quiere a mí, me tendrá. Pero que no se meta con los niños… porque me conocerá de verdad —respondió Nil, con la voz quebrada por la ira.

Avanzaron entre la neblina espesa, donde el frío parecía tener vida propia. Apenas podían distinguir el camino, y la montaña frente a ellos parecía un gigante dormido. Entonces, dos lobos emergieron de entre la bruma. Los ojos encendidos, los dientes manchados de sangre. Skoll los había enviado.

Intentaron esquivarlos, pero las bestias los olfatearon de inmediato y se lanzaron sobre ellos. Nil alzó su arma, pero antes de que pudiera disparar, dos flechas silbaron desde lo alto, atravesando los cráneos de los lobos.
Ambos cayeron muertos.

Nadie entendía de dónde habían salido esas flechas. Cuando levantaron la vista, distinguieron dos figuras montadas sobre caballos blancos, apenas visibles entre la neblina.

Los dos hombres descendieron. Eran altos, esbeltos y llevaban capuchas oscuras. Nil sintió una extraña tranquilidad al mirarlos, como si el destino mismo los hubiera enviado.

Eran Peter y Scott, los hijos de Bill. Hacía años que no regresaban a Genestaza, distanciados por completo de su padre y sin saber nada de la oscuridad que lo rodeaba.

—Son realmente buenos con sus arcos —pensó Nil.

Martí explicó la situación:
—Skoll tiene prisioneros a los hijos de Nil y a las hijas de Martí. Solo lo quiere a él… pero no soltará a los niños. Los usa como carnada.

—¿Skoll? —preguntó Peter.

Scott añadió con dureza:
—Ya oímos hablar de él. Es humano, pero se transforma para cazar. Se mueve en manadas. No será fácil enfrentarlo. Podemos ayudarlos, pero con una condición.

Nil lo miró, tenso.
—¿Cuál?

—Que me dejen ponerle una flecha entre los ojos a ese monstruo.

Todos se miraron y, por un instante, el miedo se disipó entre pequeñas sonrisas.

Esa noche, mientras Bill terminaba de alimentar a los animales y se sentaba en su mecedora como cada día, levantó la vista hacia el horizonte. A lo lejos, sus hijos se acercaban.
El viejo se sostuvo del bastón, incrédulo, y los abrazó sin decir palabra.

Peter fue directo al grano:
—Los hijos de Nil y Martí están prisioneros. Pensamos ayudarlos. Solo estamos de paso.

Bill asintió en silencio, con el alma agrietada por los años.

Más tarde, mientras Peter dormía, fue perseguido por una pesadilla. En ella, Skoll lo observaba con sus ojos encendidos. “Vete… no interfieras”, le susurraba con voz animal. Peter quiso gritar, pero no podía moverse.
Scott lo despertó justo a tiempo. Peter, temblando, fue a la cocina por un vaso de agua.

Desde la ventana vio la luna brillar con fuerza, iluminando la figura de su padre saliendo de la casa. Eran altas horas de la noche. Peter lo siguió en silencio.

Bill caminaba lentamente, con los ojos vacíos, como si estuviera sonámbulo. Peter lo llamó, pero no obtuvo respuesta. Lo siguió a través del bosque hasta llegar a un claro… el escondite de Skoll.

Bill entró sin vacilar. Peter se quedó afuera, esperando, pero lo que salió de allí no era su padre.
Una figura negra, con los ojos rojos y la boca manchada de sangre, emergió de la oscuridad.

Peter se quedó inmóvil, el miedo le heló la sangre. No tenía su arco.
Y entonces comprendió, demasiado tarde, que Skoll ya lo había olfateado.

> El aire se volvió denso, el silencio se quebró, y en la oscuridad solo quedó el sonido de un corazón corriendo por su vida.




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