El extraño bosque de lubru ( la maldición del bosque)

Capítulo 7 — La llave dorada

Peter corría con todas sus fuerzas. Detrás de él, Skoll se acercaba cada vez más. El amanecer apenas comenzaba, los primeros rayos del sol se filtraban entre los árboles del bosque, y el aire caliente se mezclaba con su respiración agitada.

Las piernas le ardían. Sentía que el cuerpo le fallaba. Cuando tropezó y cayó al suelo, pensó que era el fin. Cerró los ojos… pero el silencio fue lo único que escuchó.
Se incorporó con esfuerzo, y lo que vio lo dejó helado: Skoll yacía tirado, débil, transformándose lentamente en un hombre anciano y frágil.

Peter se llevó las manos a la cabeza. No podía creerlo. Aquella criatura… era su padre.

Aturdido, regresó a la casa. Entró sin hacer ruido, evitando despertar a Scott. La noche se había vuelto una herida imposible de cerrar.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, Bill se sentó a la mesa como si nada hubiera ocurrido. Peter no le quitaba la vista de encima. Scott notó su mirada y frunció el ceño, confundido.

—¿Qué ocurre, Peter? —preguntó.

Pero Peter guardó silencio.
Bill se levantó, tomó su pijama manchado de tierra y comenzó a lavarlo. Peter aprovechó el momento.

—¿Tienes algo que decirnos? —preguntó con voz contenida.

—No entiendo de qué hablas —respondió Bill, fingiendo calma.

—¿Cómo explicas la tierra en tu ropa?

—No lo sé —dijo, sin mirarlo.

Peter se levantó, furioso.
—¿No lo sabes… o nos estás ocultando algo?

—¡No tengo nada que ocultar! —gritó Bill, golpeando la mesa—. ¡Déjame en paz!

Peter salió dando un portazo. Scott lo siguió.
—Prepara los caballos. Nos vamos de aquí —ordenó Peter.

Scott no entendía nada.
—¿Qué pasa contigo?

Peter respiró profundo.
—Anoche seguí a nuestro padre. Lo vi entrar en el bosque… y también vi a Skoll. Intenté esconderme, pero me olfateó. Corrí hasta que no pude más. Cuando cayó el amanecer, se detuvo. Entonces lo vi transformarse… y comprendí la verdad.

Scott se quedó inmóvil.
—¿Qué estás diciendo?

Peter lo miró con lágrimas contenidas.
—Skoll y nuestro padre son la misma persona.

Scott retrocedió, atónito. Caminó de un lado a otro, buscando sentido a lo que acababa de oír.

Peter continuó:
—Y hay algo más. Creo que los niños están muertos. Su boca estaba cubierta de sangre cuando lo vi.

Los hermanos no sabían cómo contarle la verdad a Nil y Martí. Pero decidieron revisar la casa antes de hacerlo. Esperaron a que Bill saliera, y cuando el silencio reinó, entraron.

Peter rebuscó entre los muebles, papeles y baúles, sin encontrar nada. Estaba por rendirse cuando algo brilló cerca de la puerta: una pequeña llave dorada.
La levantó, observándola con asombro.

—Scott… mira esto.

—¿Qué puerta crees que abre?

—No lo sé. Pero lo sabremos.

Salieron rápido antes de que Bill regresara. Cuando encontraron a Nil, le contaron todo. Al principio, él no podía creerlo. Martí, en cambio, recordó el comportamiento extraño de Bill y las historias que lo rodeaban. Todo empezaba a encajar.

Entonces Nil comprendió algo que lo paralizó.
—¡Gael! Está solo en casa… y si Bill sabe que lo descubrimos, irá tras él.

Partió de inmediato hacia el pueblo.

Mientras tanto, Peter y Scott regresaron a la granja. Recordaron la alfombra roja que siempre cubría el suelo del salón, justo sobre la trampilla que llevaba al sótano.
Scott señaló la cerradura.
—¿Y si la llave abre esto?

—Solo hay una forma de averiguarlo —dijo Peter.

Pero antes de entrar, decidieron esperar a que Bill saliera. Pasaron horas escondidos, pero la casa seguía en silencio. No había señales de él.

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Nil llegó al pueblo. Encontró a Gael a salvo, aunque Sara le contó algo inquietante:
—Bill vino esta mañana. Habló con Gael, pero algo en él me puso los pelos de punta. Boomer no dejaba de ladrarle.

Nil sintió un escalofrío.
—No le abran la puerta nunca más. Prométanlo.

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En el bosque, Peter, Scott y Martí aguardaban. Esa noche habría luna llena. Sabían que Bill volvería a transformarse.
El aullido de Skoll desgarró el silencio. Los hombres se prepararon.

De la cueva salieron lobos furiosos. Las flechas silbaron en el aire, y uno a uno fueron cayendo.
Entonces, el rugido más aterrador resonó entre los árboles: Skoll había despertado.

Emergió con paso lento, los ojos rojos brillando bajo la luna, arrastrando del brazo a Gadea y sujetando del cuello a Ander.

—Si no me entregan a Nil, los mataré —gruñó con voz ronca.

Todos bajaron las armas. Gadea, valiente, le dio una patada y corrió hacia su padre. Dos lobos se lanzaron tras ella, pero Peter los derribó con precisión letal.

Skoll rugió con furia y, sin pensarlo, corrió hacia el bosque llevándose a Ander. Peter lo persiguió montando su caballo, pero pronto lo perdió entre la oscuridad.

Nil regresó al amanecer. Gadea estaba a salvo, pero Ander había desaparecido.
Nadie volvió a ver a Skoll.

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Días después, Peter y Scott recordaron la llave dorada.
Regresaron a la casa y levantaron la alfombra roja. Debajo, una trampilla con un candado antiguo esperaba.
La llave encajó a la perfección.

El chirrido del metal resonó en toda la casa. Bajaron la escalera en espiral hasta un sótano cubierto de polvo.
Sobre una mesa de algarrobo había un cofre… y sobre él, una carta amarillenta con su nombre escrito a mano: “Para Peter y Scott”.

El aire se volvió denso. El silencio, absoluto.

> “Si están leyendo esto… entonces ya conocen mi maldición.”




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