El extraño bosque de lubru ( la maldición del bosque)

Capítulo 9 – La Herencia del Lobo

Nil volvió a entrar en el escondite secreto de Skoll. Todavía tenía la esperanza de que el ser hubiese regresado con Ander… y de hallarlo con vida.

Era una mañana muy fría. Apenas podía sostener la linterna; sus manos temblaban por el hielo.
Avanzó por el pasillo oscuro hasta que algo se movió a lo lejos. Corrió hacia el ruido, con el corazón latiendo de emoción ante la idea de encontrar a su hijo. Pero no había nadie. Solo restos de presas, huesos y telas viejas. Seguramente eran animales que entraban a comer los despojos de lo que Skoll cazaba cuando se transformaba.

De pronto, un perro salió corriendo del fondo. Tenía algo atorado en el hocico. Nil se lo quitó… era la remera de Ander.
Un escalofrío recorrió su espalda.

Montó su caballo y, desesperado, comenzó a llamarlo por todo el bosque.
—¡Ander! ¡Ander, hijo! ¿Estás por aquí?

Su voz se perdía entre los árboles. Durante varios minutos gritó, pero no obtuvo respuesta. La noche se acercaba, y resignado, decidió volver.
Entonces, algo corrió detrás de él y se ocultó entre los arbustos.

Nil bajó del caballo. Pensó que sería otro perro, pero el sonido era distinto. Chistó suavemente para atraerlo. Entre las sombras vio una figura agazapada, devorando una presa. Se acercó un poco más, tratando de enfocar con la linterna…
Y se quedó helado.

No era un animal.
Era Ander.
Transformado en una especie de niño lobo.

Nil retrocedió con horror. Ander, al notarlo, lanzó un gruñido gutural y corrió veloz hacia la espesura. Iba descalzo, sin remera, los ojos brillando con un resplandor salvaje.
La maldición de Skoll había pasado a Ander.
Pero nadie sabía qué había ocurrido con Bill… ni qué clase de fuerza había permitido ese traspaso.

Nil, paralizado, respiró hondo y montó otra vez su caballo. No podía perder tiempo. Fue directo a buscar a Martí.

Cuando se lo contó, Martí lo escuchó en silencio, impresionado.
—Contá conmigo, Nil —dijo al fin—. Pero debemos ser precavidos. Si Ander está transformado… puede ser muy peligroso.

Nil se llevó las manos al rostro, desesperado.
—¿Qué habrá pasado con Skoll? ¿Cómo es posible que la maldición se haya pasado a mi hijo?

Martí recordó algo.
—Peter y Scott se llevaron el cofre. Y si lo abrieron… —guardó silencio unos segundos— …entonces todo lo que estaba contenido allí pudo haberse liberado.

—Debo entrar al sótano y hallar esa carta. Tal vez ahí esté la respuesta.

Martí lo miró preocupado.
—Va a ser difícil. El muchacho que cuida la granja, ese tal Jimmy, tiene la llave. Y no es un simple cuidador. Es uno de los aliados de Skoll. Custodia lo que le pertenece a Bill… y puede transformarse cuando su amo está en peligro.

Nil apretó los puños.
—Entonces habrá que ser más astutos que él.

Ambos se dirigieron a la granja para intentar hablar con Jimmy. Pero fue inútil:
—Bill se llevó la llave con él —mintió el chico con voz áspera—. Nadie tiene permiso de entrar.

Nil y Martí intercambiaron una mirada. Sabían perfectamente que Bill había huido con Ander. Jimmy mentía.

Esa noche tramaron un plan. Martí distraería al joven mientras Nil se infiltraba en la casa.
Y funcionó.

Jimmy, con su aire arrogante, aceptó recorrer el campo con Martí. En cuanto salieron, Nil entró en la casa y buscó la llave. Estaba sobre la mesa, donde el muchacho la había dejado. Sin perder tiempo, bajó al sótano.

El lugar lo dejó sin palabras: todo estaba ordenado, limpio, cubierto de telarañas, pero con una extraña sensación de… presencia.

Mientras tanto, en las afueras de Genestaza, Peter y Scott estaban en su casa cuando un fuerte golpe proveniente del piso de arriba los sobresaltó.
Subieron con cautela. El ruido venía del cuarto donde guardaban el cofre.

Abrieron la puerta y se encontraron con los niños allí.
—¿Pero qué demonios hacen ustedes aquí? —preguntó Scott alarmado.

—¡Venimos a pedir ayuda! —respondió Gael sin dudar.

—¿Y sus padres saben que están aquí? —dijo Peter.

Triana negó con la cabeza.
—No lo saben. Pero debemos decirles algo… la maldición de su padre pasó a mi hermano.

Peter frunció el ceño.
—Escuchame, pequeño, entiendo tu preocupación, pero eso es imposible. Nosotros ya liberamos a nuestro padre. Abrimos el cofre, hicimos todo lo que decía la carta.

Scott asintió.
—Esa historia ya terminó.

Pero antes de que pudieran seguir hablando, escucharon ruidos abajo.
Un crujido. Un plato cayendo.
Peter hizo una seña. Bajaron sigilosamente, dejando a los niños en el cuarto.

En la sala, una sombra se movía sobre la mesa.
Cuando apuntaron la linterna, lo vieron.
Era Ander.
Estaba devorando los restos de comida, los ojos encendidos, la piel grisácea, las uñas convertidas en garras.

Los hermanos se quedaron petrificados.

Subieron despacio, pálidos. Triana los miró asustada.
—¿Qué pasa? ¿Qué vieron allá abajo?

Scott tragó saliva.
—Tenían razón. Tu hermano… está aquí. Pero no es el mismo.

Peter se adelantó.
—Vamos a ayudarlos. Lo mismo que hicimos con nuestro padre, lo haremos con Ander.

Así fue como Peter y Scott se unieron nuevamente a Nil y Martí.
El grupo se reunió al caer la noche. Entre todos, intentaron descifrar el enigma de la maldición.

Nil miró a Peter con ansiedad.
—Decime qué encontraron en el cofre. Todo.

Peter respiró hondo.
—Dentro había otra carta, parecida a la del sótano. Pero también había algo más… una descripción de un lugar. Decía que allí debíamos ir para romper la maldición. Ese lugar se llama Lubru. Está en medio del bosque, rodeado de árboles gigantes con formas extrañas.

Martí lo interrumpió.
—Entonces el nombre que apareció en la primera carta… era real.

Peter asintió.
—Debíamos abrir el cofre en el centro de ese círculo de árboles. Solo así la maldición se rompería. Luego teníamos que sellarlo, y por ningún motivo permitir que alguien lo abriera otra vez. Si eso pasaba… todo se desataría de nuevo. Por eso lo guardamos bajo llave.




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