El extraño bosque de lubru ( la maldición del bosque)

Capítulo 10 – El regreso de la sombra

Cuando llegaron a la granja, Jimy estaba sentado en la vieja mecedora de Bill, balanceándose con aire de dueño. Tenía las piernas cruzadas sobre el apoyabrazos y masticaba chicle, con una expresión soberbia y desagradable.
Al ver que Nil y Peter se acercaban, no hizo el menor intento por incorporarse; siguió allí, observándolos con desdén.

—Jimy… ven aquí —ordenó Peter, con voz firme.

Pero él solo los miró. Sus ojos comenzaron a brillar, pasando de un color oscuro a un rojo intenso. Nil sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Al ver que no obedecía, le preguntó directamente:

—¿Por qué la maldición pasó a mi hijo? ¿Qué hiciste?

Jimy soltó un gruñido gutural y, en un salto violento, su cuerpo comenzó a transformarse. La piel se estiró, los músculos se hincharon y en cuestión de segundos se erguía frente a ellos convertido en un lobo. Saltó sobre Peter, pero algo inesperado ocurrió.

Desde entre los árboles apareció Ander, también transformado. Jimy, al verlo, se detuvo y bajó la cabeza… como si lo reconociera como su nuevo amo. Luego, obedeciendo una orden muda, corrió hacia el bosque.
Ander los observó con sus ojos dorados, fijos, profundos. Nadie se movió. El silencio era absoluto, salvo por el viento helado que rozaba las hojas.

Nil sintió el corazón paralizarse.
¿Y si aún, en medio de esa forma salvaje, su hijo los recordaba?
No pudieron averiguarlo, porque Ander también echó a correr hacia la oscuridad del bosque.

Peter puso una mano sobre el hombro de Nil, intentando calmarlo.
—Vamos a liberarlo —dijo con convicción—. Con mi hermano, haremos todo lo posible. Pero Jimy sabe algo más… debemos atraparlo y obligarlo a hablar.

Los niños, Triana, Gadea y Gael, insistieron en participar del plan. Nil y Martí dudaron: no querían exponerlos, pero los pequeños fueron tan firmes que finalmente aceptaron.

La trampa era sencilla pero arriesgada: Jimy seguiría a los niños, quienes lo conducirían de regreso a la casa de Bill.
Era de noche cuando los tres pequeños se adentraron en el bosque. Jimy apareció entre las sombras, siguiéndolos con pasos silenciosos. Ellos corrieron con todas sus fuerzas hacia la casa; apenas cruzaron la puerta, Nil y Martí la cerraron con violencia.
Peter y Scott, que los esperaban dentro, se lanzaron sobre el lobo y lograron encerrarlo en una jaula reforzada con hierro.

Jimy rugía y golpeaba los barrotes, pero Peter se plantó frente a él con el arco tenso.
—Habla —le advirtió—. Dinos qué pasó con Ander. Sabemos que sabes más de lo que dices. Si no colaboras, juro que una de mis flechas terminará en ti.

El monstruo gruñó, forcejeó unos segundos más… y finalmente habló.

—Está bien —dijo con voz ronca—. Les diré lo que vi.
Fui yo quien volvió a abrir el cofre. Skoll me lo pidió en sueños… me decía que el tiempo se le acababa y necesitaba mi ayuda. No sabía lo que iba a ocurrir, lo juro. Cuando entré, Bill estaba en el suelo. Pensé que volvería con más fuerza… pero no fue así.
La maldición se rompió, sí, pero Skoll usó al niño. Ander estaba cerca… y él tomó su cuerpo. Bill desapareció frente a mis ojos. Solo quedó el niño… transformado. Me asusté y escapé.

Peter apretó los dientes.
—¡Idiota! —gritó—. Mi abuelo Edward lo advirtió en la carta. El cofre no podía ser abierto por cualquiera, ni en presencia de otro ser… ¡si lo hacías, la maldición se apoderaría del más próximo!
Y el niño estaba allí.

Nil sintió que las piernas le temblaban.
¿Significaba eso que Ander quedaría así para siempre?

Skoll había logrado su venganza. Si él iba a morir, lo haría arrastrando a Nil a su peor castigo: perder a su hijo.

Martí, Peter y Scott decidieron volver a la casa de Bill. Al llegar, se encontraron con una escena inesperada: Bill los recibió como si nada hubiera ocurrido. Estaba tranquilo, sereno, sin rastros de la posesión.

Nadie dijo nada al respecto. Sabían que cada vez que Skoll tomaba el control de Bill, él luego olvidaba todo. Solo le preguntaron si se sentía bien, y él respondió como si no comprendiera de qué hablaban.

Cuando Skoll se cansaba de usarlo, Bill simplemente volvía a su vida… ajeno a todo.

Pero ahora, el verdadero problema era Ander.

Bill, al comprender lo ocurrido, sugirió una idea:
—Tal vez… la única que puede ayudarnos sea Wisafa —dijo en voz baja—. Mi antigua esposa… la madre de Peter y Scott.

Un silencio pesado cayó sobre todos.

—¿Ella? —preguntó Scott—. ¿Cómo la encontraremos? Nadie supo más de ella desde hace años.

Bill asintió con pesar.
—No lo sé con certeza. Solo sé que se marchó lejos, muy lejos. Pero si alguien puede romper la maldición, es ella.
Wisafa fue quien la desató. Es poderosa… y no ha muerto. Los de su raza casi nunca lo hacen. Puede transformarse, como Skoll… pero mucho más fuerte. De día pierde parte de su poder, por eso es casi imposible verla bajo el sol. Debemos buscarla de noche, cuando el bosque la reclama.

Peter y Scott intercambiaron una mirada seria.
—Iremos a buscarla —dijo Peter—. Pero tú, padre, no puedes venir. Si te ve, podría enfurecer aún más.

Bill no discutió. Sabía que tenían razón.

Al amanecer, el grupo se preparó para partir. Reunieron provisiones, armas, mantas y linternas. El viaje sería largo.
Peter y Scott montaron sus caballos blancos; Nil llevaba a Gael consigo, Martí cabalgaba solo y Triana y Gadea compartían montura. El aire era fresco, y una niebla baja cubría los árboles como un velo.

Tras varias horas de viaje, llegaron a un lago.
El agua era oscura y profunda, y los caballos se negaron a cruzar. Relinchaban y retrocedían, asustados por algo invisible.
Decidieron entonces costear la orilla, avanzando con cautela… sin saber que, desde la espesura, unos ojos antiguos los observaban.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.