El viento helado rugía entre los árboles cuando Gael suplicó a su padre:
—Papá, por favor, no lo hagas. Déjame quedarme.
Nil lo miró con angustia.
—Gael, no lo hagas más difícil. Esto es peligroso. Ya perdimos a tu hermano. ¡Vete con Martí ahora! —gritó con desesperación.
Pero el muchacho no se movió. Su voz temblaba, aunque sus ojos brillaban con fuego.
—Perdón, papá… pero no lo haré. También enfrentaré a Wisafa junto a ustedes.
Nil respiró hondo. Comprendió que no había forma de hacerlo desistir.
—Entonces que se quede. Pero ustedes —miró a Martí y a las niñas— deben irse ahora mismo.
Martí abrazó a sus hijas y se las llevó entre la neblina. Prometió volver cuando el peligro pasara.
El silencio cayó como un manto denso. Solo se oían los ecos lejanos del bosque y el retumbar de algo enorme moviéndose entre las montañas.
Los tres hombres permanecieron inmóviles. Sabían que Wisafa se acercaba.
El sonido de un galope… luego el crujido de las ramas… y una figura oscura emergió de la niebla.
Era un lobo. Un ser gigantesco y de mirada roja, que avanzaba hacia ellos con paso lento y calculado. Peter alzó su ballesta, Scott preparó la suya, y Nil tensó su arco.
Pero la criatura pasó entre ellos sin atacarlos, como si fueran sombras invisibles. Solo se detuvo unos metros más adelante y se desvaneció entre los árboles, rumbo a su cueva.
—¿Cómo es posible que no nos haya visto? —murmuró Nil, atónito.
—Claro que nos vio —replicó Gael—. Pero no saldrá hasta que caiga la noche.
—¿Por qué? —preguntó Scott.
—Porque la luz del día la debilita —respondió Gael con una serenidad extraña—. Ella no es completamente humana… ni completamente bestia. Es mitad bruja, mitad lobo. Solo en la oscuridad recupera su poder.
Nil lo miró con orgullo.
—Entonces no es tan invencible como creíamos.
Peter asintió.
—Tenemos tiempo para ayudar a Bill… aunque poco. Antes de que oscurezca.
Siguieron el camino de tierra que conducía a Lubru, el corazón maldito del bosque.
El aire se tornó espeso, el cielo adquirió un tono violeta, y los árboles parecían respirar. Las raíces se enroscaban como serpientes, los troncos mostraban rostros tallados por el tiempo, y un zumbido antiguo resonaba bajo el suelo.
—Qué lugar tan extraño… —susurró Gael, maravillado—. Mira, papá… los árboles tienen forma de cuerpos… parecen moverse.
Allí lo sintió. Un pulso. Una energía que lo atravesó por dentro.
Al avanzar, vio una figura inmóvil entre los matorrales. Era Bill, petrificado bajo el hechizo de Wisafa. Sus ojos estaban abiertos, pero no veía.
Gael corrió hacia él. Tropezó y, al caer, lo tocó apenas con la mano.
Un destello azulado los envolvió… y de repente, Bill respiró.
El hechizo se había roto.
Todos quedaron paralizados. Nil fue el primero en hablar:
—Gael… ¿qué fue eso?
—No lo sé —dijo el muchacho, mirando sus manos temblorosas—. Pero cuando lo toqué… sentí que algo dentro de mí se despertó.
Bill, aún débil, alcanzó a decir:
—El poder de Lubru… solo algunos pueden recibirlo. Los puros de corazón. Como tú, Gael.
Peter comprendió enseguida.
—Entonces tú puedes romper los hechizos de Wisafa. Si tocas a Ander… podrías liberarlo.
Pero Gael negó con tristeza.
—Eso solo funciona aquí dentro. Fuera de Lubru, ese poder desaparece.
—Igual que Wisafa —dijo Nil—. Dentro de este bosque es invencible. Fuera, apenas es una sombra.
Scott pateó una piedra con frustración.
—Todo esto podría haberse evitado si el abuelo nos lo hubiera dicho desde el principio.
Peter lo fulminó con la mirada.
—Ya cierra la boca y sigue caminando.
Siguieron subiendo la montaña hasta que el sol se escondió del todo.
Desde la cima, Lubru se extendía bajo ellos como un océano de árboles oscuros, iluminados por una luz verde que parecía surgir del suelo.
Entonces la vieron.
Wisafa.
Estaba allí, esperándolos.
Su forma era la de un lobo enorme, con el pelaje tan negro que absorbía la luz. Los ojos, dos brasas encendidas.
—¿Quién de ustedes se atrevió a romper mi hechizo? —rugió con voz gutural.
Gael dio un paso al frente.
—Fui yo.
Un rugido estremeció la montaña. Wisafa saltó sobre él, pero Peter gritó:
—¡Madre, suéltalo!
La bestia se detuvo en seco.
—¿Cómo… me has llamado? —su voz cambió, quebrándose.
Peter sostuvo su mirada.
—Eso eres, ¿no? Nuestra madre.
Wisafa los miró, confundida. Su cuerpo comenzó a transformarse.
El lobo desapareció, dejando en su lugar a una mujer de ojos grises, rostro pálido y cabello blanco como la ceniza.
—No siempre fui así —dijo con voz débil—. Nací con la maldición en la sangre. Sus abuelos también la tenían. Yo… solo quise que ustedes no me vieran convertirme en un monstruo.
Las lágrimas le corrieron por las mejillas.
—Bill no me amaba. Y el dolor… el dolor me llevó a la oscuridad.
Peter apretó los puños.
—Nada justifica lo que hiciste. No tenías derecho a lanzar una maldición. Ni a usar tu poder para destruir.
La mirada de Wisafa se volvió fría.
—Entonces no me entienden. Como todos los demás. —Su voz se tornó grave y distorsionada—. Les advertí… ¡no me provoquen!
Su cuerpo volvió a transformarse. El lobo rugió una vez más antes de lanzarse montaña abajo, perdiéndose entre las sombras.
El aire quedó helado.
Gael temblaba.
—Papá… me dijo que si vuelvo a romper uno de sus hechizos… vendrá por mí.
Nil lo abrazó con fuerza.
—Entonces la enfrentaremos juntos.
Y, desde lo más profundo del bosque, un aullido respondió.
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Editado: 06.10.2025