—Este lugar me hizo sentir muy poderosa, y de hecho lo fui —dijo Wisafa, con la voz quebrada—. Pero ese poder no supe aprovecharlo para hacer el bien. Estoy arrepentida… aunque en aquel momento solo actuaba por el deseo de mi corazón. No sentía que pudiera hacer otra cosa. Wisafa se apoderó de mí, me convirtió en esto… en lo que soy. Quizás solo sacó lo que llevaba dentro. No lo sé. Pero amé a su padre, algo que él nunca hizo. Mal o bien, actué por amor.
La anciana terminó de hablar, y mientras sus palabras se desvanecían en el aire frío, su cuerpo comenzó a transformarse. En un rugido profundo, se convirtió una vez más en lobo y corrió entre los árboles, desapareciendo entre la bruma para nunca más regresar.
Sin embargo, en las profundidades del bosque de Lubru, donde el poder aún respiraba oculto entre las sombras, Peter y Scott olvidaron algo. Al cerrar el cofre, una nueva carta había quedado entre las hojas, esperándolos. Pero ellos no la vieron.
Fue Nil quien la encontró más tarde. La carta, firmada por Edward Fenton, el abuelo de Peter y Scott, decía:
> Queridos Peter y Scott:
Muy bien hecho. Han liberado a su padre, los felicito. También lucharon contra su madre para que no siga haciendo maldades. Lamento no haber detallado todo lo que debían averiguar, pero sabía que lo lograrían.
En la primera carta que hallaron en el sótano de la vieja casa, no podía contarles todo. No me estaba permitido hacerlo.
Wisafa se marchó, pero nada ha terminado todavía. Su poder sigue intacto. Recuerden que es inmortal y sobre todo, muy astuta.
Su padre no lo es.
Ella volverá, solo está reuniendo fuerzas. Siempre se cobra a sus víctimas, sobre todo a quienes la desafiaron. Podrá haber caído Lubru, pero ella seguirá reinando.
Lubru solo le otorgó una fracción del poder absoluto que ya poseía. Ese poder viaja de generación en generación.
Les pido, por favor, que no se interpongan en su camino, y menos aún si alguien es bendecido con un poder otorgado por Lubru. No intenten romper ninguno de sus hechizos, porque desatarían una furia que no podrían imaginar.
Firmado: Edward Fenton.
Nil corrió de inmediato a buscar a Peter. Cuando éste terminó de leer la carta, un escalofrío lo recorrió entero.
Ambos comprendieron que el peligro no había terminado, y que Gael, el niño que había osado romper el hechizo de Wisafa, estaba ahora marcado por ella.
Esa noche, Nil durmió intranquilo. Las pesadillas regresaron. En una de ellas, vio a Gael de pie sobre la cima de una montaña, inmóvil. Nil gritaba su nombre, pero el niño no lo oía. De pronto, Wisafa aparecía, lo tomaba del brazo y se lo llevaba entre sombras. Nil intentaba alcanzarlo, escalando, corriendo, pero la montaña parecía elevarse más y más.
Despertó empapado en sudor.
Corrió hasta la habitación de Gael: el niño dormía profundamente, envuelto en su manta. Pero las cortinas ondeaban con fuerza; la ventana estaba abierta y el aire helado llenaba la habitación. Nil se apresuró a cerrarla. Afuera, la nieve comenzaba a caer. En la distancia, los aullidos de lobos rompían el amanecer.
A la mañana siguiente, Nil fue al encuentro de Peter.
—Por la expresión de tu rostro, tienes algo que decirme, ¿no es así? —dijo Peter.
—Sí —respondió Nil, entregándole la carta—. Y no es nada bueno.
Peter la leyó, y su rostro se endureció. Recordó el sueño de Nil, y entendió que aquello no era una simple advertencia: Wisafa volvería, y Gael era su objetivo.
Pensó en huir, llevar al niño lejos de Genestaza, donde el nombre de Wisafa se perdiera en el olvido. Pero no podía. Sabía que huir no era una opción. Nil, confundido y temeroso, pensó en esconder a su hijo, aunque comprendía que no podría mantenerlo encerrado para siempre.
Debían hallar una nueva forma de detenerla. Buscar su punto débil.
Sabían que Edward Fenton había dejado más secretos escondidos, quizás nuevas cartas.
—Debe haber más —dijo Nil—. Edward sabía demasiado. Nos guiaba incluso después de muerto.
—Entonces tenemos que encontrarlas —respondió Peter con firmeza—.
Scott, que había escuchado todo, recordó algo.
—¿Se acuerdan del sueño de Nil, cuando en la pared aparecía un mensaje escrito? Tal vez allí haya algo oculto.
Decidieron regresar a la vieja casa abandonada en el bosque. Entraron de día, cuando el poder de Wisafa era más débil. Revisaron el suelo, los marcos, las ventanas, pero no hallaron nada.
Cuando estaban por marcharse, Peter se detuvo.
—Vuelvan —dijo con determinación—. Nil, ¿dónde viste el mensaje exactamente?
—Aquí —respondió, señalando una esquina de la pared—.
Peter tomó una herramienta y comenzó a picar la pared con fuerza. Tras varios golpes, el yeso se quebró y algo cayó al suelo.
Eran tres sobres viejos, sellados con cera roja.
Las cartas estaban dirigidas a Peter y Scott.
Ambos se miraron con miedo y esperanza al mismo tiempo. Sabían que esas cartas podrían contener las respuestas que tanto buscaban… o las advertencias que aún estaban por cumplirse.
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Editado: 06.10.2025