Pica había supuesto que el oficial Krantz volvería a buscarlo. Y así fue, y de nuevo estaba de civil. Y de nuevo hizo preguntas. Y de nuevo obtuvo la misma respuesta:
—No, señor.
—¿En qué sentido?
—No tengo ni idea de quién podría ser. Es más, nadie de los que conozco trabaja con ese estilo. Ni piensa así.
—¿Qué quieres decir? —se sorprendió el policía.
Pica comprendió que había ido demasiado lejos. Pero ahora tendría que arriesgarse aún más. La cuestión era cómo formularlo para que el peligro fuera mínimo. Quién sabe qué pasaba por la cabeza de ese Krantz…
—Verá, señor… Quien hizo esa inscripción… No es solo un aficionado a dibujar. Es un filósofo. Quería que… alguno de los espectadores se quedara con alguna idea. No sé qué quería decir —mintió Pica, porque en realidad sospechaba mucho. A menudo fingía ser más tonto de lo que era en realidad. Pero lo que siguió fue pura verdad—. Y yo entre… nuestra gente así no conozco a nadie. Para ellos es más importante la forma, la belleza, ¿entiende?
—Parece que sí.
Krantz hizo algunas preguntas más y se fue. Al igual que su interlocutor, parecía mucho más tranquilo de lo que se sentía. En cualquier caso, después de que aquel le explicara algunas cosas… Si se trataba de algunas ideas… ¿Para qué se había metido en eso? Así podía acabar en el punto de mira del departamento de control. Y eso no era precisamente bueno para su trabajo en la policía. Sin embargo, ahora no tenía elección. Tenía que averiguar qué había detrás de todo esto, y sobre todo, quién…
Pica, por su parte, dirigiéndose al lugar donde crearía otra obra maestra (nunca dudó de que sería una obra maestra), pensaba en sus cosas.
No solo había asesorado al policía sobre los dibujos. También había hecho varias preguntas y, lo principal, había corrido la voz entre los artistas callejeros como él. Y nada.
Por supuesto, no pensaba que alguien confesaría: "¡Lo pinté yo!". Era bastante esperable que nadie quisiera implicarse. Pero Pica no escuchó ni una sola suposición plausible sobre quién podría haberlo hecho y para qué. Entre ellos no había nadie propenso a reflexiones filosóficas que pudiera dejar tal inscripción bajo las imágenes. (Y mucho menos con tales convicciones, añadió para sí mismo). Y el propio estilo… Era diferente del adoptado entre los artistas callejeros. Era mucho más realista, menos metafórico. El autor de aquella pintura hablaba con el espectador de una manera mucho más directa, y además con esa inscripción…
Los artistas callejeros eran una comunidad no muy grande, pero sí unida. No era formal —esta actividad no requería ningún permiso—. (Ahora empezaban a temer que esto pudiera cambiar). Pero en ella casi todos conocían a casi todos, y si no conocías a alguien personalmente, los conocidos comunes eran seguros.
Pero ahora había aparecido alguien de quien nadie sabía nada, y que no solo se distinguía por un estilo inusual, sino que también parecía perseguir sus propios objetivos, que diferían radicalmente de para qué hacían ellos su trabajo.
¿Qué demonios? Quienquiera que fuera, había que encontrarlo. ¿Y luego qué…? Eso dependería de quién resultara ser y, sobre todo, de para qué hacía todo esto.
—¿Y qué es el departamento de control? —preguntó Yan. Razonablemente suponía que Laura, trabajando en la policía, sabía lo que ocurría en los círculos del gobierno de la ciudad, y sin duda, quién y a qué se dedicaba allí.
—¿Y por qué te interesa? —se sorprendió ella. Él tuvo que explicar:
—Alguien se metió en nuestro sistema, en el trabajo. Lo rastreé y resultó que el rastro conducía a ellos. Lo hizo alguien desde su servidor, pero nunca había oído hablar de tal organización. Solo entendí que tienen relación con la ciudad.
—Así es —La chica se dejó caer en la silla. Yan ya entendía su estado de ánimo, y veía que hoy no era de los mejores, aunque en su cita Laura había tratado de ocultarlo. Y con alguien menos atento lo habría conseguido. Yan decidió que, si ella no quería mostrarlo, sería mejor que él fingiera no darse cuenta de nada. Pero ahora su relato parecía haber disgustado aún más a su amiga—. ¿Qué demonios van a controlar en el sistema informático de vuestro invernadero?
Parecía que ella no comprendía la magnitud de ese complejo de invernaderos cuyo funcionamiento aseguraba Yan, al llamarlo simplemente "invernadero". Sin embargo, no era la única así; pocos lo entendían, excepto los que trabajaban allí. Pero ahora lo importante era otra cosa. Sobre todo porque él no le había contado el interés del desconocido controlador no por su lugar de trabajo, sino por Jan personalmente.
—Entonces, ¿qué controlan?
—La seguridad. Pero no en el sentido en que la llevamos nosotros —explicó Laura—. No lo que se refiere a la tranquilidad en las calles, o incluso a la investigación de crímenes. Ellos… se ocupan de nuestro estilo de vida, de la seguridad de toda la ciudad en su conjunto. De todo aquello en lo que se basa. Su tarea es que nadie atente… Si allí tenéis, digamos, algún problema con la seguridad y la calidad de los alimentos, ese no es su asunto. Incluso si se topan con algo así, nos lo pasarán a nosotros.
—¿Y vosotros les pasáis algo a ellos?
—Algo… más significativo que las infracciones de ley comunes. ¿Entiendes? Por eso… es malo que se hayan interesado por algo allí en tu trabajo.