El Extraño de la Ciudad de la Luna

11.

—¿Cómo llegaste? —preguntó Yan, abriendo la puerta de su apartamento y abrazando a su amiga. Laura, una vez más, vestía de manera casi cotidiana —desde luego, no con el uniforme de policía—, pero con un atuendo que resaltaba su figura.

—En tranvía, por supuesto —respondió ella.

—Tú deberías saber andar en bicicleta. Si ya manejas ese scooter policial —dijo él, meneando la cabeza.

—Sé hacerlo. Pero… no se me ocurrió usar una de alquiler…

—Error —Yan acompañó a su invitada hasta uno de los dos cómodos sillones y tomó asiento en el otro—. De verdad, sería mejor que tuvieras la tuya. Piénsalo… —Sabía que, en principio, cualquier persona con empleo podía permitirse una bicicleta. Pero la mayoría no tenía a dónde ir con ella. Además, en la Ciudad de la Luna, “acumular” pertenencias no estaba de moda. A él mismo lo miraban como a un excéntrico, no solo por la bicicleta, sino porque casi todo lo que usaba le pertenecía, no era de uso compartido. Así se sentía más tranquilo, pero quienes no entendían su filosofía solían decir: “Vas meses, años, con la misma ropa. ¿No te dan ganas de cambiar?” Él no sentía ese impulso. Prefería que lo vieran como alguien estable, íntegro. Además, sabía exactamente qué le resultaba cómodo, hasta la disposición de los bolsillos… ¿Lograría convencer a Laura?

Ella, mientras tanto, observaba a su alrededor. Poco a poco, comenzaba a comprender la esencia de la persona que el destino había puesto en su camino. Laura Martínez nunca había reflexionado sobre cómo la vivienda de alguien revela quién es en realidad. Pero ahora, parecía tener ante sí una prueba evidente.

No, en cuanto a la distribución, era un apartamento típico de la Ciudad de la Luna: una habitación y una cocina separada. Así vivían casi todos, salvo las familias con varios hijos. Pero todo lo demás…

Desde el pasillo, que a primera vista parecía vacío —Laura, con su aguda observación profesional, notó que el armario estaba camuflado como una pared ciega al fondo—. Si se abriera esa puerta discreta… ¿qué habría dentro? ¿Solo pertenencias personales?

En la habitación, lo que destacaba era el espacio. Todo parecía diseñado para minimizar las tareas domésticas, pensó ella. Ese suelo gris, ¿no sería para limpiar menos a menudo? Las dos paredes cubiertas con finas fibras de bambú, la tercera con un revestimiento blanco, y en lugar de la cuarta, un gran ventanal, como en todos los apartamentos, pero este daba al parque… Probablemente, el bambú también provenía de los invernaderos, pero estaba tratado de un modo peculiar. En el techo, paneles luminosos, nada de lámparas colgantes que ocuparan espacio. Pero lo principal… Esos dos sillones y una pequeña mesa entre ellos, un escritorio abatible con un bloque de computadora (que proyectaba un teclado virtual y una imagen en la pared blanca detrás, en lugar de una pantalla). Y nada más. ¿Y dónde estaba…? ¡En la única habitación no había cama! Ni siquiera un sofá desplegable.

¡No puede dormir en el suelo! —pensó Laura—. Y menos aún me habría invitado si… ¿Cuál es el truco?

Yan, mientras tanto, colocó sobre la mesa una pequeña botella de vino y dos copas.

—Bueno, creo que… por nosotros…

Un sorbo de vino, un beso, y luego una disculpa:

—Solo que, sabes, no tengo nada para… comer como estás acostumbrada…

—No importa, nos arreglaremos.

El asesino, por su parte, enfrentaba un dilema.

No se trataba de cómo deshacerse de los cuerpos. Eso ya lo tenía previsto. Ni de si debían encontrarlos; no ocultaba que mataba. ¡Que intentaran descubrir quién era! La policía y… los otros. ¿Adivinarían estos últimos por qué lo hacía? ¿Qué sabía él de ellos? A la policía, en cambio, había que despistarla un poco. Para eso…

El dilema era otro. ¿Debía mostrar cómo habían muerto esas dos? Por supuesto, cualquier autopsia determinaría que la causa fue ahorcamiento. Asfixia. Pero, ¿era necesario dejar el cable para que quedara claro que… ellas mismas se mataron mutuamente?

Sí, probablemente sí. Que las encontraran juntas, con los lazos del cable en los cuellos. Que vieran cuál es la verdadera naturaleza humana. Que la policía comprendiera que sus agentes no eran distintos a los demás. Ni por su vulnerabilidad —¡pensaban que esto no los tocaría?— ni por cómo actúan frente a la muerte…

Y ambos cuerpos fueron arrojados juntos al canal subterráneo, que los llevaría al canal abierto y visible en el parque. El asesino había estudiado la geografía de la ciudad, no solo la que conocían los ciudadanos comunes.

Qué curioso sería saber quién los descubriría. Y cuándo.

—Me gusta… el espacio —dijo Yan—. Todos tenemos poco lugar, pero algo se puede hacer…

Laura decidió no preguntar por la cama, al menos por ahora. Aquellas palabras no eran casuales. En una ciudad donde se consideraba que una persona debía ocupar el menor espacio posible y consumir la menor cantidad de recursos, esa declaración rozaba la herejía. ¿Acaso él lo había adivinado…?

—Sí, a todos nos falta… espacio —respondió ella.

—¿Es eso, entonces? —La mirada de Yan, fija en su amiga, contenía ahora una pregunta. Aunque su tono seguía siendo suave, con un matiz de diversión. Imposible de reprochar.

—¿Eso?




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