David daba un paseo por la calle mientras hacía tiempo hasta las tres. Tarareaba alegremente por haber conocido a una persona como Éstel. En el camino, se encontró con un estanque de agua situado cerca del centro de la ciudad. Estaba tan limpio que se podía ver el fondo, pues no era muy profundo. Había peces de múltiples colores y tamaños. A diferencia de los de la Tierra, los de este mundo tenían dos colas en vez de una y una especie de alerones, uno a cada lado del cuerpo, que mejoraban su movilidad.
—Las criaturas de este mundo son fascinantes —dijo David.
Disfrutaba como un niño con la diversidad del planeta donde estaba. Pensó que la gente de aquí seguramente también fliparía con los animales de su mundo, aunque puede que les sorprendiera más la ausencia de otros seres inteligentes más allá de los humanos o la inexistencia de la magia.
Mientras reflexionaba sobre eso, se fijó en un enorme castillo en lo alto de una colina no muy empinada. Parecía que, de una manera u otra, todas las calles convergían en él. No estaba muy lejos de donde se encontraba, pero el reloj que llevaba consigo desde que murió marcaba las dos y media de la tarde, así que tenía que darse prisa para llegar al gremio.
Ahora que lo pienso, mi cuerpo no tiene una marca de haber sido apuñalado. Y mi ropa no está manchada de sangre. Eso quiere decir que tanto el cuerpo que tengo ahora como la ropa, los zapatos y el reloj fueron creados por Dios cuando me trajo a este mundo. En realidad, no es mi ropa ni cuerpo originales, son copias.
Aquel pensamiento lo molestó. Si su cuerpo no era su cuerpo, ¿podía estar seguro de que sus recuerdos eran sus recuerdos? Tal vez, el verdadero David Suárez había muerto en la Tierra para siempre y el que estaba en este mundo mágico era una copia creada por Dios quién sabe para qué fines. Decidió no pensar en ello de momento, ya que no quería que Éstel lo viera con cara de preocupación. Cuando entró al gremio, eran las tres y un minuto según su reloj. Éstel lo estaba esperando molesta.
—Llegas tarde, llevo una hora esperando —dijo ella.
—¿Qué? Pero si me dijiste que salías del trabajo a las tres —replicó David.
—Y son las cuatro y dos minutos ahora mismo. ¿Qué estabas haciendo?
—¿Las cuatro y dos minutos? ¡Claro, mi reloj está en la hora de mi mundo!
Siendo a veces un poco despistado, no se había dado cuenta de ese detalle. Sabiendo que no tenía excusa, no tuvo más remedio que pedir perdón.
—Lo siento de corazón, no te pregunté la hora cuando nos conocimos y te he hecho perder el tiempo. Haré lo que quieras para compensarte, sea lo que sea.
Estaba muy arrepentido por haberse equivocado. Enfadó a la primera persona que le había mostrado amabilidad desde que llegó.
—¿Lo que sea? —preguntó Éstel.
—Por ti, lo que sea.
—Muy bien, si es así, te perdonaré —dijo, acercándose lo suficiente para poner sus manos en su pecho—, pero nunca vuelvas a hacerme esperar, ¿vale? —dijo con un sonrisa y ojos tiernos.
—Lo prometo por lo que más quiero en este mundo, que ahora mismo eres tú.
Ese comentario sorprendió tanto a David como a Éstel. Ambos se sonrojaron, especialmente él, que no entendía como habían salido esas palabras de su boca y se maldecía internamente a sí mismo.
—¿Nos vamos ya? —dijeron a la vez para acabar con aquella situación incómoda.
Cuando salieron del gremio, siguieron recto por la calle y David aprovechó para que le explicara más sobre el Reino Humano.
—El Reino Humano lleva existiendo desde hace unos mil años. Antes de eso, el mundo era un lugar peligroso para nuestra especie, pues muchos no podemos usar magia, mientras que la mayoría de otras especies inteligentes sí. Los doscientos años anteriores a la instauración del sistema de reinos que firmaron todas las especies, están marcados por la guerra y la muerte de millones de individuos. Gracias a los Reinos, todo acabó y llegó la paz. Desde entonces, los humanos hemos vivido dentro de estas fronteras, las cuales, están protegidas por algunos de nuestros magos.
—¿Pero no hay una especie de guerra ahora mismo entre los Reinos?
—Me sorprende que lo sepas. Sí, estamos en guerra desde hace cincuenta años. El rey del Reino Demoníaco murió y su hijo lo sustituyó. Él es un ser extremadamente ambicioso y no está contento con tener un solo Reino, así que convenció al los nihilims y los dragones para que lo apoyaran a cambio de un Reino para cada uno. Así se formó su alianza. En contraposición, elfos y humanos también hemos unido fuerzas, y llevamos todo este tiempo entre batalla y batalla. Dentro de la muralla, todo es paz; fuera, todo es caos. Por eso los aventureros elegidos por Dios, los héroes venidos de otro mundo, son tan importantes para nosotros. Por eso, tú lo eres.