El fanceki deseado

Capítulo 2

Elina

Estar aquí sentada al aire libre, sintiendo la brisa tibia en mi piel mientras observo los cerros del vecindario Las Praderas, me hace pensar en cosas en las que normalmente no me detengo. El sol calienta la tierra, y el aroma a pasto seco y a caballo se mezcla con el frescor del tereré que sostengo entre las manos. He descubierto hace poco que me encanta esta bebida, sobre todo en días de calor como este, cuando cada sorbo frío parece un pequeño alivio.

Mis ojos recorren el paisaje, imaginando cómo debió de ser la vida de mi madre aquí. ¿Era una mujer divertida? ¿Pasaba las tardes entre los árboles como yo, trepando, explorando, sintiendo la tierra bajo los pies? ¿O ni siquiera nos parecemos en eso? Es raro pensar que ella creció en este mismo lugar, rodeada de tanta naturaleza, y aun así decidió dejarlo todo para irse con mi papá a Irlanda. Y luego, cuando él murió ... volver a su vida anterior.

No lo entiendo.

Ella siempre huye de algo. ¿Pero de qué huyó aquí en Paraguay? ¿Por qué irse tan lejos solo para regresar?

Intentar descifrar sus decisiones es peor que limpiar la mierda de caballo.

—Estoy hablando de ti, Móirtín —digo en voz alta, como si él pudiera entender lo que estoy pensando.

Paso la mano por su pelaje marrón, cálido y firme bajo mis dedos. El animal resopla con aire ofendido, moviendo las orejas, y yo no puedo evitar sonreír.

Tengo tantas preguntas sobre la vida de mi madre... pero ella nunca me da respuestas.

Sin ganas de seguir dándole vueltas al asunto, entro en casa buscando mi teléfono. Seguro Isa ya me escribió. O Darían, preguntando si estoy bien. O Matías, enviando uno de esos stickers absurdos que me hacen reír aunque no quiera.

Paso por la sala y no puedo evitar comparar mí casa con la casa de Isa que siempre está llena de fotos, recuerdos, abrazos que se pueden ver en cada pared. La mía... vacía. Ni una foto, ni de nosotros ni siquiera de Móirtín. Si hay fotos en mi habitación es porque yo las puse. Mamá ni se molestó.

Me apoyo en la pared y suelto un resoplido.

En Irlanda, papá tenía la casa tapizada con fotos nuestras. De mamá, de mí... siempre decía que ella era el amor de su vida. Pero aquí, ella no cuelga ni una foto de él. Como si nunca hubiera existido.

Siento el ardor en el pecho. Trago saliva y niego con la cabeza.

No. No voy a pensar en esto.

No quiero pensar en cosas que no tienen solución. Es agotador intentar entender a alguien cuando claramente nunca te va a dar respuestas.

Sacudo la cabeza y subo las escaleras de dos en dos. El suelo cruje bajo mis pasos, y el olor a madera antigua me recibe como siempre. Toda la casa tiene este estilo rústico, y mi habitación... bueno, es lo único que realmente se siente mío.

Abro la puerta y me tiro en la cama de espaldas, pero luego me doy la vuelta para mirar mi habitación blanca y solitaria. Todavía no me decido qué color pintarla. Se suponía que solo estaríamos aquí por vacaciones, pero los meses siguen pasando y ya casi se cumple un año.

Mis sábanas blancas con flores naranjas, mi jirafa de peluche aplastada entre las almohadas, las plantas pequeñas en la ventana. Fotos en la mesita de noche y en la pared blanca: papá y yo tocándonos nuestra cabeza naranja, aunque la mía siempre fue más clara que la suya. Móirtín conmigo mientras le señalo su mancha blanca en la cara. Mis antiguos amigos en un campamento. Yo de niña, bailando ballet.

Extraño todo. Mi vida entera desapareció con su existencia.

Solo somos Móirtín y yo en esta casa silenciosa.

Un relincho en el patio me saca una sonrisa.

—Al menos tú no te largas todo el día —murmuro, dándole un vistazo a Móirtín por la ventana.

De repente, el teléfono empieza a sonar y la melodía de "I'm Shipping Up To Boston" explota en la habitación.

—¡Ay, carajo! —salto en la cama y agarro el teléfono de un manotazo.

Es Isa. Sonrío y atiendo.

—¡Hey! ¿Qué haces? —pregunta con su tono animado de siempre.

—Ahora mismo, nada.

—¡Qué suerte! Ven a casa a almorzar, los chicos también llegan enseguida.

—¡Claro! —respondo feliz.

Cuando llego a la casa de Isa, los veo a todos: Matías, Ana y Leonardo, junto con ella, sentados en círculo jugando UNO. Me acerco y me dejo caer en el suelo entre Ana y Leonardo. Isa queda frente a mí, entre Matías y Leo.

Matías reparte siete cartas para cada uno, empezando una nueva partida para que pueda unirme.

Isa tira la primera carta: un ocho azul. Todo tranquilo... hasta que Leonardo me lanza un +4.

Lo miro con los ojos entrecerrados.

—Eso fue personal —susurro, recogiendo las cuatro cartas. Ahora tengo once en la mano.

—Cien por ciento —responde con una sonrisa burlona—. Y elijo amarillo.

Darían, con cara de duda, revisa sus cartas y finalmente lanza cuatro bloqueos seguidos, fijando la mirada en Matías con falsa indignación.

—Alguien no barajeo bien.

—Totalmente —dice Isa, cruzándose de brazos.

—¡Sí lo hice! —protesta Matías—. Aun así, no me van a ganar.

—Sigue soñando —le responde Darían con calma.

—Yo no me quejo —dice Leo, encogiéndose de hombros.

Yo solo me río, porque tengo buenas cartas... pero no pienso decir nada.

El juego avanza y, de pronto, Matías es el único con diez cartas mientras los demás tenemos entre tres y cinco. Pero la suerte cambia, y al rato todos estamos entre siete y diez cartas... menos Matías, que, con una sonrisa de victoria, baja su última carta: un cinco verde.

—Así es como se hace, chicos. Solo miren y aprendan.

Nos reímos mientras recogemos todo para ir a almorzar. El olor de la comida ya invade toda la casa y me hace la boca agua. Almorzamos un tallarín de carne delicioso que preparó la tía Eva, y en cuanto terminamos, volvemos a acomodarnos esta vez bajo un árbol para seguir jugando UNO. Las risas y las bromas llenan el aire, y justo cuando estoy a punto de ganar —por fin—, siento mi teléfono vibrar en el bolsillo trasero. Mi risa se apaga de golpe cuando veo el nombre en la pantalla.



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En el texto hay: novela juveil, girlpower, fantasia juvenil

Editado: 29.04.2025

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