El Farol

Camelia

Si tuviéramos que contar todas las cosas en las que ha estado involucrado el solitario farol de la calle Keyditorial, seguramente estaríamos más tiempo del que ese farol ha existido; pero, ¿No es mejor contarles sobre cómo se creó este enigmático farol? ¿Qué hace en estos momentos un farol, "que no funciona", en una esquina tan común como su pueblo mismo? ¿Habrá alguna razón para mantenerlo en pie y seguir evitando la modelación de esa calle que sigue siendo de empedrado?
Para conocer las mágicas aventuras que guarda en su interior, y así responder estas curiosas preguntas, es necesario conocer a su inventor; porque todo comienza con un alguien.

Baltashar era el inventor más importante del pueblo y su única hija Camelia llevaba el mismo amor por las máquinas, disfrutaba creando cosas, arreglando viejos juguetes; estaba claro que ella sería una gran inventora al igual que su padre, pero había un problema, ella era una mujer. Las mujeres no tenían voz, eran simples premios para la sociedad, no podían trabajar y debían ser cultas pero nunca mostrar su inteligencia ante el mundo porque significaría ser más sabias que un hombre y eso es un insulto para cualquier varón. Baltashar jamás podría desearle un futuro así a su hija. Sabía que algunas mujeres estarían felices con un futuro así, pero él conocía muy bien a Camelia como para saber que su vida estaría en el taller con él.

No se arrepentía de su decisión, jamás lo haría. Vestir a Camelia con ropas de hombre tal vez no fuera bien visto por la sociedad, pero estaba decidido a hacer feliz a su hija, aunque significara ir en contra de la moral de su época. Camelia creció y se convirtió en una joven de unos veinte años de edad, le gustaba llevar pantalones desgastados, camisas sucias y su pelo amarrado para que fuera más fácil esconderlo en el gorro especial que su padre había hecho para ella. Pasaba todos los días en el taller; ya no reparaba juguetes, sino que ayudaba a su padre con las máquinas y a veces hasta creaba sus propios artilugios.

—Mira, papá —dijo Camelia mientras se limpiaba la grasa de sus manos con un paño que la ensuciaba más de lo que limpiaba—. Lo llamo el cucú dos mil —levantó el reloj cucú en el que había estado trabajando por días.

—Muy bonito, hija —dijo su anciano padre mientras observaba el nuevo artefacto que al parecer no tenía nada de extraordinario—. Pero, ¿por qué dos mil?

—Porque me tomó como unos dos mil intentos fabricarlo —sonrió como hacia cada vez que hablaba con su padre—. Pero no te decepciones, no es sólo esto —la chica movió las manecillas el reloj haciendo que estas apuntaran a las doce en punto—. Sólo espera.

Hubo un silencio de unos cincos segundos y después se escuchó como los engranajes del reloj comenzaron a funcionar. De pronto, una melodía que había estado guardada en los corazones de ambos inventores comenzó a sonar. Los corazones de padre e hija se contrajeron y recordaron la canción que la madre de Camelia y a la vez esposa de Baltashar siempre cantaba por las noches. Era la vieja nana que escucharon hasta que Camelia cumplió los siete años, desde ese día la familia de los inventores se había reducido a dos.

—¿Cómo... cómo lo hiciste? —prenguntó el señor Baltashar con un escalofrío en su espalda, el recuerdo de su esposa en su mente, los ojos llorosos pero aun así con una sonrisa en su rostro.

—Nunca olvidé la canción de mamá. Descubrí cómo funciona el mecanismo de las cajas musicales y lo implementé en el mecanismo del reloj cucú —volteó el reloj cucú para poder examinarlo—. Aun no descubro cómo poder hacer que salga un cucú y cante la melodía, pero espero pronto averiguarlo.

El señor Baltashar tomó el reloj en sus manos y lo dejó en la repisa en la que guardaba todos los inventos de su hija.

—Así está perfecto.

La abrazó y ella le correspondió.

—¿Sabes? —se separó de su hija — Soy el encargado de hacer funcionar el nuevo alumbrado de gas. Sé que te sientes muy sola aquí así que creí que quisieras venir conmigo. Iremos en la noche así que no habría problema en el que nos descubrieran.

—Estaría encantada, papá —sonrió la chica para después darle un beso en la mejilla—. Iré a cambiarme, seré el varón más macho que habrás visto nunca.

¡Pero que tragedia la que le espera! La noche es de los monstruos, las niñas buenas no deben salir de noche; pero después de todo iba con su papito ¿qué mal podría pasar? Si tan sólo hubiera sabido que todo había sido por culpa de su papá.

—¿A qué farol vamos primero? —preguntó Camelia mientras sostenía una vela, ya que el alumbrado de gas aún no funcionaba la luz de la vela era lo único que alumbraba sus vidas.

—El de la calle Keyditorial, los jefes deben ser los primeros en tener luz. ¿No crees?




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