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Capítulo IV

Capítulo IV

 

¿Dónde reside la memoria? En biología los recuerdos se encuentran en más de un sector del cerebro. La memoria a corto plazo se aloja en la corteza prefrontal, en cambio, los recuerdos que pertenecen a la memoria a largo plazo se alojan en el hipocampo. Aunque los expertos reconocen otras memorias como la sensorial que almacena olores, sabores, imágenes. También están las memorias implícitas, explícita, en retrospectiva, etc. Pero existe otro tipo de memoria poco estudiada que solo podría ser ubicada en el mundo de lo metafísico: la memoria del alma, la cual Pablo había perdido. Todos los humanos la perdemos al volver al mundo luego de la reencarnación, hasta que un suceso cualquiera nos eriza la piel y por un segundo una idea que nos figura como una epifanía, un deja vu, una sensación desconcertante  nos lleva a un lugar donde nunca estuvimos. Pero el alma de Pablo no era humana, su memoria espiritual debió permanecer intacta, ¿qué sucedió con él?

Caminito era la peatonal más famosa de Buenos Aires, ubicada en el barrio de La Boca, el lugar donde nace el tango, el arte porteño, y se podían ver  las casitas de madera pintadas en colores vivos. También se podía ver  la Bombonera, el estadio de futbol de un equipo emblemático del país. Ana y Pablo habían estado caminando por el lugar,  totalmente absortos en el paisaje urbano que parecía sacado de un cuento. Ana debía admitir el punto de su compañero: estar en Argentina y no hacer turismo era un delito. El lugar era maravilloso, se respiraba un ambiente de barrio humilde retocado para celebrar el carnaval con músicos en las calles, obras de arte al aire libre y, como no podía faltar, tango en cualquier rincón.

Luego de varias horas de circular por todos lados, y tomar decenas de fotos, se sentaron en un café, eligiendo la  vereda donde había menos gente para poder conversar tranquilos. Ana sentía que si le restaba la arrogancia mecánica a Pablo, este era un sujeto  bastante entretenido, aunque demasiado curioso. Preguntaba sobre todo de forma directa o indirecta, y se iba en cuanto podía por las ramas, hablando sobre todo los temas como si estuvieran conectados. Ella esquivaba su nada sutil cuestionario con gracia, intentando no ser pillada en alguna mentira que él pudiera rastrear con facilidad, aunque en varias oportunidades estuvo a punto de caer en una tontería.

_ ¿No tienes redes?- soltó de golpe Pablo tras terminar de hablar sobre lo difícil que era hacer política. No paraba.

_ ¿Qué?- respondió Ana descolocada, no le gustaba permanecer con los humanos modernos por mucho tiempo, esa era la razón por la cual no siempre estaba al día con sus novedades. Ni siquiera sabía a qué redes se refería.

_ No tienes Facebook, ni Instagram y ya ni siquiera me moleste en buscarte en twitter, ¿estás segura qué tu apellido es Valdés?

_ ¿Me estuviste buscando por internet, como una especie de acosador?

_ Algo así… ¿no le gustan las redes señorita antigua?- bromeó él con una expresión traviesa en el rostro.

Ella rió, esta vez genuinamente – No me gustan los fisgones. Acompañe con otro café y te doy mi mail.

_ De acuerdo, pero ni me des tu correo ¡es más simple el whatsapp! Al menos tienes eso.

 

En una distracción de Pablo, Ana coloco 5 gotas de una especie de somnífero en su café para atontarlo, en un movimiento rápido que casi termina con un vaso de soda estrellado en el piso. Él demora tal vez 10 minutos en manifestar que se sentía mal y lo ve buscar su teléfono para llamar a un amigo  con la intención de que los buscará. No creía poder manejar. Ella toma su mano para detenerlo y le ordena que la siga, sabe que no puede negarse. Lo siguiente, para Pablo,  fue una seguidilla de actos que escapaban de su control: ellos se levantan, las cosas a su alrededor se mueven y siente sus pasos torpes,  cree que va a caer pero ella lo sostiene con una fuerza sorprendente  y lo guía hasta el vehículo, suben y finalmente lo atrapa la oscuridad. Todo lo demás es un sueño.

Creía estar en el centro del camino entre el sueño y la vigilia. Debía despertarse pero sus parpados no respondían, podía sentir la luz del sol arrastrarse cálidamente por su piel expuesta. No tenía el control sobre su cuerpo  por lo cual sabía que no estaba despierto. Pudo sentir los toques tímidos de unos dedos sobre su pecho, subiendo por el costado derecho del  cuello, para marcar, finalmente, la línea afilada de su mandíbula. Los temblorosos toques se detuvieron  cerca de los labios.

No sabe cuánto tiempo estuvo en ese estado de sopor antes de recuperar el dominio de sus extremidades. Abrió los ojos con lentitud sintiendo como la agradable sensación del sol se evaporaba para dar lugar a una molesta luz cegadora que asentaba un dolor de cabeza punzante. No recordaba nada tras ese segundo café en la peatonal junto a Ana. Luego de unos minutos de confusión se dio cuenta que la pared que tenía enfrente no era de su departamento, y luego entendió que tampoco eran suyos la pequeña cama, el techo, la cortina blanca a su izquierda y nada en ese lugar. El pulso se le aceleró al no saber dónde estaba ni cómo había llegado hasta ahí sin su compañera. Tal vez había sido asaltado en la calle y golpeado, aunque no sentía dolor. Fijo su vista en el gran espejo fijado a la pared que se encontraba a su derecha, parecía un objeto comprado en una venta de garaje de alguna abuela fallecida, se veía valioso con su marco de bronce tallado, aunque irremediablemente viejo.  




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