Dominic
Si sabes cómo mantenerte en la carretera, puedes manejar cualquier situación. Mis dedos sostienen con firmeza el volante de cuero negro. La música de afuera es fuerte y hace vibrar al Audi negro. Bajo, deportivo, uno de mis trofeos. Lo gané en las últimas carreras de un perdedor.
Lanzo una mirada al auto de la izquierda, luego al de la derecha. Solo yo tengo la ventanilla baja, los otros la llevan subida, sin mostrar quién está adentro. Los tambores resuenan. Una chica con falda y top avanza hacia adelante. Se coloca frente a los autos listos para arrancar. Su cabello blanco y labios rojos son visibles incluso en la oscuridad. Agita las manos tres veces. A ambos lados de la pista se encienden luces de dos o tres metros de altura. Piso el acelerador. Salgo disparado. Suelto el acelerador, freno ligeramente, giro el volante en la dirección correcta y tomo la curva sin problemas. Toda mi atención está en la carretera. El asfalto y yo nos fundimos en uno solo.
Estoy seguro de que mi negra no me fallará. Ella sabe cómo ayudar en el último momento, como si fuera un organismo vivo y no de metal. Solo queda poco hasta la meta. En el espejo retrovisor noto un auto. Un Mustang bastante viejo, ni siquiera sé de quién es. Contra todas las leyes de la física, el auto se lanza adelante, me corta el paso y se detiene primero en la línea de llegada.
La multitud que se reúne en estas reuniones se queda en silencio. Solo la música sigue retumbando. El presentador, mi amigo, que también gestiona las apuestas, se ríe.
- ¡Te ha vencido una chica! - grita al micrófono.
Estoy furioso. Me quedo un rato sentado al volante. Estoy en shock. Nadie me ha vencido en años. Nadie. Ni siquiera con un coche mejor que el mío. Porque no todo es el coche, aunque es muy importante. Se trata de habilidades, destrezas, intuición... Todo me falló.
Abro la puerta y salgo al silencio inusual de la multitud. Miro a todos, ignorando las miradas dirigidas hacia mí. El silencio es ensordecedor. A pesar de la música que hace vibrar los órganos, todos se han convertido en estatuas inmóviles. Con el rabillo del ojo noto a Rio, que, resulta, iba en otro coche. La política de nuestras carreras es tal que puedes no saber quién está al volante si el conductor no quiere. Rio se escondía, pero él perdió. ¿Quién iba en el deportivo viejo?
- ¡Sal! - grita Sava al micrófono.
Los otros espectadores lo siguen. Escanden "¡Sal!" una y otra vez. Me apoyo en mi negra ayudante y observo. La puerta del auto viejo se abre lentamente. Con sorpresa, noto que Sava no gritaba "chica" en vano, porque realmente es una condenada chica. Y además, claramente nunca ha sido besada. Está avergonzada. La mirada baja, la cara escondida tras su cabello castaño. Vuela en rizos perfectos. Pequeña, diminuta incluso, vestida de manera que no se ve ni una pizca de piel, salvo la cara y las manos. Pálida, pero sonriente. Y la veo por primera vez.
- ¡Nuestra ganadora! - anuncia Sava. - Nick, - mi amigo me mira desde la tribuna. - Esta vez ni siquiera te esforzaste.
Ruedo los ojos con irritación. Mi primera derrota, ¿y contra quién? ¡Una condenada chica! No se sabe de dónde vino, quién es y cómo llegó aquí. A juzgar por su ropa y el coche, su familia no tiene dinero.
Sava ya está a mi lado. Extiende su mano para tomar el dinero que aposté a mi propia victoria. Resoplo, lo agarro por el cuello de la chaqueta y lo acerco:
- ¿Quién es ella?
- No lo sé. Vino con un folleto, dijo que la invitaron a participar. Hoy se podía sin inscripción previa, es tu idea, Nick, ¡te recuerdo! Una vez al mes, quien tenga el folleto de las carreras puede participar sin inscribirse...
- ¡Ya lo sé! - le gruño. - No necesito que me repitas las reglas. Pregunto, ¿quién es ella?
Sava se encoge de hombros. Lo suelto. Maldigo. Pongo el dinero en su mano extendida. Mi amigo corre hacia Rio, toma también su dinero y se acerca a la chica. Levanta su mano en señal de victoria y le entrega el premio.
- No la mires así, - Rio aparece a mi lado.
Lanzo una mirada a Rio. La multitud grita, felicita a la nueva ganadora. Hoy esta chica es la estrella. No tengo envidia. Odio otra cosa - la derrota.
- ¿Cómo?
- Como si ya fuera cadáver.
Suelto una carcajada. Me quito la bandana roja del pelo claro y la guardo en el bolsillo de la chaqueta de cuero.
- Vivirá unos minutos más.
Rio me da unas palmadas en los hombros.
- Perder no es tan terrible.
Lanzo una mirada fría al chico.
- Porque tú pierdes siempre, Rio. - corto.
Me alejo del auto y me dirijo hacia la chica. Al parecer, la multitud la rodeará apenas Sava se aparte. Me adelanto a todos, la agarro por el codo y la arrastro conmigo a pesar de las miradas. La llevo detrás de una estructura de bloques de cemento, mientras en el fondo susurran: "Firebird perdió". ¡Al diablo! La empujo contra el frío cemento sin preocuparme si le duele y le bloqueo la salida con los brazos. No escapará. Está atrapada.
- ¿Quién eres?
La miro a los ojos. La chica permanece callada. Solo respira rápido y con dificultad. Toda ella está tensa, buscando en mis ojos con los suyos verdes.
- Roxana.
Sonrío sardónicamente. Acerco mi cara a la suya. Nuestra respiración es compartida ahora. Ella está incómoda, quiere escapar, pero no puede, no la dejo. Se retuerce. La pajarita cayó en la trampa.
- No pregunté tu nombre. Pregunté otra cosa.
Sacude la cabeza. Los rizos se derraman sobre sus hombros como una cascada. Hermosos, fragantes, parecen suaves.
- No entiendo tu pregunta. Me dieron un folleto en la universidad. Y eso es todo... Vine. - su voz es tan dulce que irrita.
- ¿De dónde sacaste el coche?
- Del garaje de mi papá, - susurra. - Él no lo usa.
No le creo. Miente. Golpeo la pared junto a su cara con la palma de la mano. Se sobresalta, pero no cierra los ojos, no se encoge, al contrario, se vuelve más descarada. Se endereza y me mira a los ojos como Medusa de Gorgona.